Los críticos del capitalismo necesitan escuchar acerca de sus 200 años de éxito

Ryan Bourne dice que vale la pena señalar el progreso humano registrado durante los últimos años y las ideas que permitieron ese nivel de prosperidad sin precedentes.

Por Ryan Bourne

Algunas veces, no hay nada más controversial que una verdad auto-evidente, especialmente en Twitter.

¿Quiere provocar a una tropa de “Corbynistas” furiosos? Mencione cómo el capitalismo ha reducido de manera significativa la miseria material durante los últimos 200 años. “Si usted realmente cree eso, de hecho siento pena por usted”, dijo uno. Otros dijeron que el capitalismo era responsable de la esclavitud, de la guerra, de la pobreza, el hambre, y de la desigualdad. Todo lo cual sería una novedad para cualquiera que ha estudiado la historia anterior al siglo diecinueve.

Ya sea mediante la ignorancia o el pensamiento utópico, muchas personas se olvidan que vivimos una prosperidad sin precedente. La pobreza no es producto del capitalismo, pero ha acompañado a la humanidad desde siempre. Los hechos hablan por sí solos. Antes de la Revolución Industrial, muchas personas vivían con menos de 2,20 libras esterlinas al día, u 800 libras al año en dinero actual, según la historiadora económica Deirdre McCloskey. En 2015, las ganancias promedio para un empleado a tiempo completo en el Reino Unido fueron de 27.600 libras.

Pero no es solo el ingreso. El capitalismo nos ha librado del agotador trabajo agrícola y doméstico, reduciendo las horas promedio de trabajo de manera considerable. Los rendimientos de los cultivos han aumentado. La desnutrición ha colapsado. El acceso a la electricidad ha aumentado dramáticamente. La expectativa de vida promedio aumentó de 52,5 años en 1960 a 71,6 años en 2015.

Si hay costos implicados en el desarrollo, incluyendo aquellos para el medio ambiente (aunque estos días los países más ricos son mucho más amigables con el medio ambiente que los países pobres). Pero la idea de que el capitalismo en sí nos hace menos saludables, más explotados y más pobres es un sinsentido histórico. Los Corbynistas admiten de manera implícita esto cuando ellos cambian de argumento para indicar cuán ricos somos y lo utilizan como una justificación para disparar el gasto público.

Como el estadounidense conservador Jonah Goldberg explica en su nuevo libro, El suicidio de Occidente, los últimos más de 200 años han sido un “milagro” en el verdadero sentido de la palabra. El despegue del florecimiento humano es en gran medida inexplicable mediante la economía convencional, porque muchos de los componentes que aceptamos como explicaciones parciales —el comercio, los derechos de propiedad, y los avances tecnológicos— se encontraban en sociedades anteriores, sin que se hayan dado estos resultados dramáticos. Tanto Goldberg como McCloskey concluyen que una combinación de libertad e innovación fue un factor crítico que parió a la gallina de los huevos de oro.

El principal problema es que el capitalismo es anti-natural. La naturaleza humana es instintivamente tribal, incluso socialista. Nos hemos enriquecido no porque ahora somos libres de actuar siguiendo a nuestros instintos, sino porque hemos desarrollado un sistema que los controla. Pero nuestros deseos innatos, románticos y tribales sobreviven. En una era en que la sociedad civil está débil, demandamos más de la política para llenar el vacío que ha dejado, mientras que culpamos a las extrañas instituciones capitalistas de todos nuestros males. El resultado está dándose a lo largo de los países desarrollados. En la izquierda, mediante la política que cada vez se basa más en la identidad y el resurgimiento del socialismo; en la derecha, el surgimiento del sentimiento anti-inmigración y el nacionalismo; en ambos, un partidismo rabioso y la política como si fuese un “deporte de equipos”.

En el mejor de los casos los críticos del capitalismo están complacientes respecto de que el crecimiento y la prosperidad continuaran para siempre, sin importar cuánto las instituciones y las normas se corrompan. En el peor de los casos, no les importa. Pero cuando el vocero en materias económicas de la oposición, John McDonnell, expresa su deseo de “desterrar al capitalismo” o de sustancialmente erosionar los derechos de propiedad, o cuando Donald Trump critica a determinadas empresas u ordena a empresas comprar energía de proveedores que están sufriendo, deberíamos preocuparnos acerca de las consecuencias a largo plazo. Así de fácil como nos convencimos de las ideas que nos llevaron al milagro, la lógica sugiere que nos podríamos convencer de ideas contrarias hasta que lo abandonemos.

Eso no es para decir que toda la política pone en riesgo nuestro legado económico. Ha habido y siempre habrá un debate legítimo acerca de cómo ayudar a los pobres, desde el liberalismo clásico hasta una social democracia que redistribuye de manera agresiva. El primero eleva la libertad del control gubernamental como un fin, y el segundo las llamadas libertades “positivas” que provienen de la seguridad estatal. De manera importante, no obstante, ambos elevan como bandera el concepto de la libertad, solo que en distintas manifestaciones.

Ahora este arreglo y estas ideas están bajo ataque, y los conservadores no están logrando defender instituciones que de hecho merecen ser conservadas. En EE.UU., muchos antiguos conservadores practican la política de grupos de interés nacionalistas diciendo elevar al “pueblo” en contra de las élites. El otrora asesor de Donald Trump, Steve Bannon, incluso cree que hay una “fuerza política dominante que llegará a la política estadounidense” con “elementos de Bernie Sanders combinados con el movimiento de Trump”. Esto es lógico. La política tribal basada en “la nación” inevitablemente conducirá al socialismo, porque la única institución que puede decir actuar en nombre de toda la nación es el gobierno nacional.

Aquí, Priti Patel tenía la razón cuando dijo hace algunas semanas que el Partido Conservador es perezoso cuando se trata de dar la batalla de las ideas. Con la notable excepción de Liz Truss, pocos conservadores defienden las libertades económicas que forman la base de nuestra prosperidad. Incluso menos de ellos expresan un respaldo a las familias sólidas, a las instituciones de la sociedad civil y a las caridades. En cambio, enfrentados al socialismo renaciente, los Conservadores suenan a la defensiva cuando hablan de la economía de mercado y cada vez se deshacen de responsabilidades personales y apoyan que el gobierno cure “injusticias lacerantes”.

Abandonando el campo en estos debates es un juego peligroso. No señalar el milagro, por qué sucedió y por qué debe ser defendido le da a los críticos del capitalismo una jugada fácil. Podría ser que ahora, el gusto del público por altos estándares de vida, una memoria cada vez más borrosa del declive de los setenta, y una apreciación de los regímenes que están fracasando alrededor del mundo controla el auge del socialismo británico. Pero si la historia que nos contamos a nosotros mismos es que todo es desastroso, entonces el cambio de las instituciones existentes continuará.

El ex presidente estadounidense Ronald Reagan una vez dijo: “La libertad es una cosa frágil y nunca está más allá de una generación cerca de su extinción”. Puede que haya estado exagerando. Pero la historia sugiere que nuestra prosperidad depende de ciertas ideas. Y en estos momentos, una política que apela a nuestros instintos más bajos arriesga con permitir que las ideas malas lleguen a rendir frutos.

Este artículo fue publicado originalmente en UK Telegraph (Reino Unido) el 11 de junio de 2018.