Por qué no deberíamos obsesionarnos con la desigualdad económica

Ryan Bourne señala que más desigualdad de ingresos no necesariamente es algo malo, incluso en algunos casos es señal de un progreso social. Asimismo, tampoco se puede asumir que un menor grado de desigualdad de ingresos es siempre algo bueno, incluso puede ser señal de un gran retroceso.

Por Ryan Bourne

Cuando el Papa twiteó en 2014 que “La desigualdad es la raíz del mal social”, su reputación mejoró ante los igualitaristas. El ex presidente Barack Obama había descrito la desigualdad como “el reto característico de nuestros tiempos”. Jeremy Corbyn desde ese entonces ha subido como la espuma, demandando una política económica que aborde la “grotesca desigualdad”. La presunción detrás de estas visiones está la idea de que una distribución concentrada del ingreso o de la riqueza tiene consecuencias negativas económicas y sociales.

La idea de que más desigualdad es algo malo y menos desigualdad es algo bueno predomina en el debate público. Es la base moral del llamado que hace Corbyn hacia una redistribución más amplia del ingreso y de la riqueza.

Según el economista Premio Nobel Angus Deaton, preocuparse acerca de si la desigualdad provoca problemas, tales como el crecimiento más lento o democracias perjudicadas, mira las cosas a través del lado equivocado del telescopio. “La desigualdad no es tanto una causa de los procesos económicos, políticos y sociales sino más bien una consecuencia”, concluye.

"La desigualdad algunas veces puede reflejar algunos de los problemas sociales. Pero puede ser un reflejo del progreso social también, y algunas supuestas curas de la desigualdad son mucho peores que la enfermedad".

Esto tiene sentido. Una determinada distribución del ingreso o de la renta no cae como maná del cielo, ni tampoco está pre-determinada por el Estado. Es un reflejo de millones de interacciones, intercambios, decisiones, herencias y políticas. Un coeficiente Gini, o una estadística del ingreso o riqueza del top 1%, es información agregada, pero no nos dice nada acerca de cómo ha surgido. Si consideramos que el resultado en general es “justo” o “injusto” depende, como Deaton reconoce, de sus causas.

Los niveles altos de desigualdad, como se ve en países tales como Sudáfrica, pueden ser señales de injusticias históricas. Pueden derivar de los prejuicios y de la opresión, del pasado y del presente. Pueden surgir de la captura del Estado por parte de grupos con intereses especiales, del compadrazgo y de la corrupción. La mala educación, la ruptura familiar, la discriminación racial, el desempleo a largo plazo y la inmovilidad social puede que todas conduzcan hacia una concentración del ingreso en la porción más alta de la sociedad.

Por otro lado, hay algunas causas de la desigualdad que son benignas, como las loterías, y otras que benefician de manera positiva, tales como los avances tecnológicos, los emprendimientos y el comercio libre. Bill Gates y Steve Jobs se enriquecieron al proveer servicios que mejoraron nuestras vidas. En Sudáfrica, nuevamente, la desigualdad de ingresos aumentó todavía mas luego del fin del apartheid, porque a los negros talentosos se les abrieron oportunidades por primera vez. Pocos dirían que esto es algo indeseable.

El coeficiente Gini de China ha aumentado de 0,16 en 1980 a 0,55 en 2014 —una señal de una creciente desigualdad— pero esto ha ido de la mano de una gigantesca reducción de la pobreza en el país conforme este liberalizó sus mercados.

Asimismo, los niveles bajos de desigualdad pueden resultar de otras tendencias no deseadas. En un trabajo magistral, el libro The Great Leveller de Walter Scheidel, él muestra que grandes reducciones en desigualdad económica solo se han logrado a través de pandemias, una movilización masiva por un aguerra, una revolución violenta o el fracaso de un Estado. La Plaga Negra en Europa eliminó a un cuarto de la población, conduciendo a una escasez de trabajo en relación a la tierra, y en una reducción de la brecha entre los ingresos de los trabajadores y de los terratenientes.

La Unión Soviética, luego de la nacionalización de los bancos, de la redistribución forzada de la tierra, de los gulags, etc., tenía un coeficiente Gini de solo 0,26 para la década de 1980 —el sueño de un igualitarista. En Japón, el ingreso del top 1% cayó de 9,2% a 1,9% entre 1938 y 1945, mientras que la riqueza de los patrimonios más importantes cayó en un 90%. Debería ser obvio que el precio de una desigualdad menor en todos estos casos —ya sea la muerte, la destrucción o las severas restricciones a la libertad— fue intolerablemente alto.

El punto aquí no es decir que más desigualdad es “algo bueno”, sino que no se puede hacer la generalización de que menos desigualdad es mejor. La postura de Corbyn, que implica que “reducir la desigualdad” es deseable, aparentemente respalda políticas que según cualquier otro indicador podrían ser extremadamente perjudiciales. Deberíamos tener esto en mente cuando hablamos acerca del gobierno “reduciendo la desigualdad”. Alterar la distribución inevitablemente implica interferir con la acción humana. Podríamos reducir la desigualdad (al menos temporalmente) deportando o exterminando a las personas ricas. Pero, ¿beneficiaría esto a los que se quedaron? Es difícil entender cómo.

Deaton tiene razón cuando dice que las tendencias políticas actuales no son tanto un reflejo de la desigualdad, sino de una injusticia percibida. Concluye: “Algunos de los procesos que generan desigualdad son ampliamente percibidos como justos. Pero otros son profundamente y obviamente injustos, y se han vuelto una fuente legítima de indignación y descontento”. Sin duda hay pasos que el gobierno podría dar para hacer que la economía sea más justa, los cuales también podrían reducir la desigualdad. Liberalizar las leyes de planificación para permitir que más casas se construyan, por ejemplo, ciertamente reduciría la brecha en la distribución de la riqueza pero también mejoraría la eficiencia de la economía.

Aún así lo que el argumento de Deaton realmente demuestra es que no nos debería importar la desigualdad para nada. Una vez que uno empieza a pensar acerca de la necesidad de eliminar las causas “malas” de la desigualdad, mientras que se deja las “buenas” causas tal cual, usted no está realmente actuando en torno a la desigualdad, sino en torno a la justicia o en torno a otras cosas que la afectan. Deberíamos eliminar el capitalismo de compadres, evitar que los contribuyentes rescaten a los bancos, y asegurar los mercados competitivos que la gente quiere debido a razones de eficiencia y justicia, sin importar su efecto sobre las medidas de desigualdad, tales como el coeficiente Gini.

En el mejor de los casos, la desigualdad sirve como un indicador de potenciales problemas. En el peor de los casos, obsesionarse acerca de la desigualdad distorsiona nuestras prioridades alejándolas de lo que realmente importa, como los estándares de vida de los más necesitados. La desigualdad a veces puede reflejar algunos males sociales. Pero puede ser un reflejo del progreso social también, y algunas supuestas curas de ella son mucho peores que la enfermedad.

Este artículo fue publicado originalmente en The Telegraph (Reino Unido) el 11 de enero de 2018.