Mito: El liberalismo clásico es economicista

Carlos Federico Smith explica que "La crítica al liberalismo por un presunto economicismo no parece tener fundamento y parte de una interpretación errada y parcial de la naturaleza del ser humano".

Por Carlos Federico Smith

Hay tres formas en que se podría entender al término economicista. Una es la idea encontrada, por ejemplo, en Marx de que la economía o las leyes económicas determinan el curso de la historia. Según Marx, al referirse al capitalismo como forma o sistema de organización de la sociedad, su “dimensión moral/legal/religiosa (lo que él llamó la ‘superestructura’) no puede ser entendida separadamente de la base económica del capitalismo” (o infraestructura) (David L. Prychitko, “Marxisms and Market Processes”, en Peter J. Boettke, editor, The Elgar Companion to Austrian Economics, Cheltenham, United Kingdom: Edward Elgar Publishing Limited, 1998, p. 517).

Otro uso del término economicista se basa en la utilización del concepto de “homo oeconomicus” para explicar la toma de decisiones del individuo en el campo económico y, en lo que podríamos considerar como una derivación vulgar de este último concepto, una tercera expresión “economicista” se refiere a que los liberales clásicos ponen por encima de todo al comportamiento económico de los individuos que actúan en ese orden espontáneo.

Se debe reiterar algunas ideas ya comentadas cuando se analizó la crítica de que “el liberalismo era totalitario”, pues el término “economicismo” en el marco del “materialismo dialéctico” muestra las mismas características deterministas del historicismo. Mises señala que para el marxismo “en el principio hay ‘fuerzas materiales de la producción’ (el materialismo), es decir, el equipo tecnológico de esfuerzos humanos productivos, las herramientas y las máquinas... Estas fuerzas materiales de producción compelen a los hombres a entrar en relaciones específicas de producción independientes de su voluntad. Estas relaciones de producción determinan más tarde (el determinismo histórico) la superestructura política y jurídica de la sociedad, así como todas las ideas religiosas, artísticas y filosóficas” (Ludwig von Mises, Teoría e historia, Madrid: Unión Editorial S.A., 1975, p. 101. Los paréntesis son míos).

No es ocasión para presentar objeciones al materialismo marxista (algunas de pueden ser leídas en el libro citado de Mises), pero sí de señalar que, si fuera posible, como lo considera el historicismo, “descubrir las leyes de la evolución histórica deduciendo de tal conocimiento las instituciones adecuadas para cada situación” (Friedrich A Hayek, Los fundamentos de la libertad, Op. Cit., p. 263), al hacer afirmaciones concretas acerca del futuro de la humanidad y de pronosticar el cambio histórico, un ente central, con base en tales leyes históricas así descubiertas, podría definir todo el ordenamiento social congruente con tales resultados previstos, como históricamente se pretendió justificar su puesta en práctica bajo el concepto de una planificación centralizada (tanto bajo el fascismo como bajo el socialismo marxista).

Igualmente se podría sustituir el orden liberal clásico basado en la libertad de elegir que poseen los individuos, por un orden autoritario en donde “se impediría que la gente planeara su propia conducta y arreglara sus vidas de acuerdo con sus propias convicciones morales. Debería prevalecer un solo plan… Cada individuo debería ser forzado a renunciar a su autonomía y obedecer, sin hacer preguntas, las órdenes emanadas del Politburo o del secretariado del Führer… La tiranía es el corolario político del socialismo, tal como el gobierno representativo es el corolario político de la economía de mercado” (Ludwig von Mises, Economic Freedom and Interventionism, Irvington-on-Hudson, Nueva York, 1990, p. p. 183-184).

En lo que respecta a la segunda versión de esta crítica al liberalismo clásico —el tema del homo oeconomicus— sólo deseo destacar que éste es una presunción acerca del comportamiento humano, al que se considera racional y capaz de escoger el mayor beneficio posible con un costo mínimo.  “Muestra un ser humano impulsado exclusivamente por ‘motivos económicos’… con la única intención de lograr la mayor ganancia material o monetaria posible”, explica Mises (Ludwig von Mises, Human Action: A Treatise on Economics, San Francisco: Fox & Wilkes, 1996, p. 62).

Este supuesto se utiliza en el llamado análisis económico neoclásico acerca del comportamiento del consumidor, pero parece evidente que pocos toman en serio el corolario de que, como tal, exista un ‘hombre económico’, dado que sólo refleja una visión parcial e incompleta de la conducta humana. No sólo la “racionalidad” está en discusión, pues el ser humano comete errores de razonamiento y no siempre reacciona en términos que se podrían considerar como perfectos, sino que, como señala Mises refiriéndose a la idea de que se trata de un tipo “ideal” en el análisis neoclásico, “ningún hombre es motivado exclusivamente por el deseo de enriquecerse tanto como sea posible; muchos del todo no son influenciados por ese anhelo sórdido. Es inútil referirse a tal homúnculo ilusorio al tratar con la vida y la historia. Aún si realmente fuera éste el significado en la economía clásica, el homo oeconomicus ciertamente no sería un tipo ideal. El tipo ideal no es la encarnación de una parte o un aspecto de los diversos objetivos y deseos del hombre. Es siempre la representación del fenómeno complejo de la realidad, ya sea de los hombres, de las instituciones o de las ideologías” (Ibídem, p. 62).

A veces se le endilga la idea del homo oeconomicus a uno de los pensadores liberales clásicos —Adam Smith— por lo que vale la pena indicar lo que al respecto dice Hayek: “Por supuesto que Smith y su grupo estaban muy lejos de asumir algo de esa índole. Es más cercano a la verdad decir que desde su punto de vista el hombre era perezoso e indolente por naturaleza, desperdiciado y descuidado, y que tan sólo las fuerzas de las circunstancias podían hacer que se comportara económicamente o que cuidadosamente ajustara sus medios a sus fines. Pero aún ello sería injusto para el punto de vista realista y muy complejo que aquellos hombres dieron acerca de la naturaleza humana” (Friedrich A. Hayek, “Individualism: True and False”, en Chiaki Nishiyama y Kurt R. Leube, The Essence of Hayek, Op. Cit., p. 137-138).

Las críticas al homo oeconomicus parecer más bien estar dirigidas al liberalismo económico que al concepto previamente expuesto acerca de la naturaleza humana. Es una manera de adjudicarle al liberalismo la ausencia de consideraciones morales debido al egoísmo de los actores en los mercados, que no toman en cuenta más que su propio interés, dejando de lado a los ajenos. Esto último será objeto de un comentario más amplio al analizar posteriormente la crítica de que el liberalismo es egoísta. Baste por el momento señalar que la idea de una presunta racionalidad humana no es exclusiva del liberalismo, sino de muchos filósofos previos a quienes podríamos considerar como liberales clásicos, pues tiene sentido pensar que el ser humano busca tomar las mejores decisiones posibles, aunque normalmente puede equivocarse. Como lo expone Leonardo Girondella, los críticos superficiales del homo oeconomicus cometen un error al creer “que los beneficios deseados por este ser son exclusivamente materiales y capaces de ser expresados en dinero. No necesariamente. Es posible, por supuesto, que eso suceda y que una persona calcule beneficios financieros de las inversiones que ha realizado, pero nada hay que indique que eso sea todo lo que puede hacerse. Existen metas personales que no son materiales y que no pueden expresarse en dinero solamente” (Leonardo Girondella Mora, “Homo Economicus: Definición. Más una reconsideración” Núm. 80, lunes 25 de agosto de 2008 y reproducido en ContraPeso. Info de lunes 19 de octubre de 2009).

La tercera interpretación del término “economicismo” se refiera a un presunto y maligno énfasis del liberalismo en los aspectos económicos de la vida humana. De entrada, es prudente indicar que la importancia que pueden tener los asuntos económicos en la vida de las personas puede ser precisamente el resultado de la libre elección de los individuos. Pero, es un error acusar de economicismo al liberalismo por una tendencia de ver todas las cosas desde el ángulo puramente económico o peor, como dice Hayek, de “querer hacer que los ‘propósitos económicos’ prevalezcan sobre todos los otros” (Friedrich A. Hayek, Law, Legislation and Liberty, Vol. II: The Mirage of Social Justice, Chicago: The University of Chicago Press, 1976, p. 113), dado que, al fin y al cabo, no existen fines económicos, pues, como de inmediato agrega Hayek, “los esfuerzos económicos de los individuos así como los servicios que les brinda el orden de mercado, consisten en una asignación de los medios a  los fines últimos que compiten entre sí y que siempre son no económicos. La tarea de toda actividad económica es lograr reconciliar fines que compiten entre sí al decidir para cuales de ellos se usarán los medios limitados. El orden del mercado reconcilia las demandas de los diferentes fines no económicos por medio del único proceso que los beneficia a todos —sin que se asegure que el más importante está antes que el menos importante, por la simple razón de que en dicho sistema no puede existir un único ordenamiento de las necesidades”.
Se trata de la posibilidad de escoger sin calificar la naturaleza de los fines.  Por esta razón escribió el economista liberal clásico Lionel Robbins, que “la Economía tiene que ver con ese aspecto del comportamiento que surge de la escasez para lograr fines dados. Se deduce que la Economía es enteramente neutral entre medios… en cuanto a que el logro de cualquier fin depende de los medios escasos…Debe estar claro, entonces, que hablar de algún fin como algo que en sí es ‘económico’ es enteramente erróneo” (Lionel Robbins, An Essay on the Nature and Significance of Economic Science, Londres: Macmillan and Co., 1945, p. 24. La letra en cursiva es del autor).

La crítica al liberalismo por un presunto economicismo no parece tener fundamento y parte de una interpretación errada y parcial de la naturaleza del ser humano, quien actúa escogiendo entre muchos y muy diferentes fines, no solamente los que algunos pueden considerar como propósitos económicos. Se trata de un orden espontáneo en donde no existe una escala única de fines concretos impuesta sobre los ciudadanos, ni en donde algún gobernante pretenda imponer su punto de vista acerca de cuáles son los fines más importantes y cuáles los menos, sino de un orden en donde los individuos, a partir de la información de que disponen, puedan actuar libremente en el logro de aquellos objetivos que consideran deseables, basados en la reciprocidad que permite reconciliar los diferentes propósitos, de forma tal que beneficia a todos los participantes. Es un orden basado en la existencia de reglas de justa conducta en donde los individuos tienen diferentes objetivos y persiguen distintos propósitos, pero con prohibiciones para infringir los derechos de los demás y en el cual puedan, bajo un gobierno restringido en sus alcances y potestades, acordar vivir pacíficamente.