Festejo por Mario

Daniel Córdova cuenta algunas anécdotas de Mario Vargas Llosa, anécdotas que recordó cuando se enteró de que el autor peruano había ganado el Nobel.

Por Daniel Córdova

Yo estaba en Montevideo. Iba por primera vez. Alrededor de un Tannat y de una pizza uruguaya, les comentaba a mi colega Micaela y a Katia, su madre, que conocía Montevideo por Benedetti. Y que al caminar por esas calles un poco detenidas en el tiempo, me había dado la sensación de haber vivido ahí toda mi adolescencia.

Katia me habló entonces de Vargas Llosa. Que ella no conocía Lima, pero que conocía su olor, su cielo gris, y sus contradicciones sociales, gracias a las novelas de Mario. Que lo admiraba profundamente. Me acribilló de preguntas cuando le conté que conocía personalmente a Mario y a Patricia. Que soy amigo de Álvaro, con quien publicamos un trabajo juntos —Lecciones desde la Pobreza— que fue muy bien comentado por Mario en un artículo que guardo como un tesoro. Que mi padre y mi madre habían sido muy amigos de él y la tía Julia en París hacia 1960.

Evocamos Conversación en la catedral, Los cachorros, La guerra del fin del mundo, La fiesta del chivo, El paraíso en la otra esquina, Las travesuras de una niña mala. Me contó que acababa de leer El pez en el agua. Le conté que lo había releído hace poco y anoté que felizmente Mario no ganó la elección en 1990. Que mejor que haya seguido escribiendo. Que es muy grato encontrarlo y escucharlo de vez en cuando en las reuniones en las que participa la Fundación Internacional por la Libertad (FIL) que preside Mario y que gestiona Gerardo Bongiovanni. Como aquella memorable de Caracas en el 2008, cuando invitados por nuestra común amiga Rocío Guijarro, fuimos a hacerle la guerra de las ideas a Hugo Chávez.

Al día siguiente, me apuraba con el desayuno. Entre bocado y bocado de mi ensalada de frutas, me puse a leer correos en mi blackberry. Cuando acabé los correos, pasé al Facebook. Pasé los “post” inocuos esos de amigos que publican “su suerte en función del día de su nacimiento”. Hasta que me topé con una “broma” mal escrita por un espontáneo exaltado: “Maro Vargas Llosa Nobel!!!!!!” Me dio curiosidad de todos modos. Hace treinta años escuchamos lo mismo, me dije. Y seguí bajando el cursor. Hasta que llegué al post de El Comercio que no me dejaba más dudas.

Estaba solo en medio del comedor del Radisson de Montevideo, situado en el piso 25. No convenía saltar hacia la ventana, por más maravillosa que fuera la vista hacia el puerto. Entonces me paré. Y procedí a gritar un gol de fútbol, para luego correr de ida y vuelta hacia el buffet. “¿Le pasa algo?” Me preguntó la linda azafata charrúa. “¿Todo bien?”, mirándome con cara de “¿Estás loco vos?”. Respiré. Le pregunté si sabía quién era Mario Vargas Llosa. Sí sabía. Le dije que era peruano. Que yo también era peruano. Que acaba de enterarme que le habían dado el Premio Nobel. Entonces sonrió. Y aplaudió. Yo la abracé y le dí un beso sonoro que ella encajó sin inmutarse.

Esa noche, como en muchos rincones del Perú y el mundo, los peruano brindamos. Yo lo hice con Tannat uruguayo. Y recibí un correo de mi padre en el que me decía:

“No he podido menos que recordar el tiempo que pasé con tu madre en París en el Hotel Wetter, con Mario y Julia, él pergeñando por ese entonces La ciudad y los perros. Algunas escenas vienen a mi memoria, por ejemplo una vez que Julia volvía del hospital, luego de ser operada, tuvimos que subirla hasta un cuarto o quinto piso, él y yo, entrelazados los antebrazos haciendo 'silletita de mano'. O algún domingo almorzando los cuatro no se qué plato con 'fruto di mare' —término que él festejaba con su risotada sonora…”.

Al llegar a Lima, revisé al detalle los periódicos. Sonreí con los artículos de mis amigos de izquierda haciendo malabares para elogiar a Mario y “su” liberalismo, “que por si acaso es democrático ah?”. Pero la frase más célebre que leí fue la del periodista deportivo argentino Jorge Barraza: “ganar el Nobel de Literatura es como la ganar la Copa del Mundo”. Salud por eso Mario.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 20 de octubre de 2010.