Cuba y la conciencia

Eduardo Gomien considera que la situación en Cuba "no debe ni puede dejar a nadie sin tomar una posición clara al respecto, pues las violaciones a los derechos humanos deben ser condenadas siempre y en todo lugar".

Por Eduardo Gomien

Cuba es un país a todas luces maravilloso. Tiene playas paradisiacas, hoteles de lujo, una cultura e historia riquísima y un patrimonio arquitectónico envidiable, entre muchas otras cosas. Sin embargo, nada de esto puede ser aprovechado por sus propios habitantes, producto de la escasez de recursos y de libertad.

Pero lo anterior no es más que una pequeña parte del verdadero drama que ha vivido el pueblo cubano desde hace más de medio siglo. La verdadera y tal vez más importante parte de esta tragedia, proviene del acoso y constante control por parte del Estado y sus organismos de inteligencia sobre la mente y la conciencia de cada persona, en donde cada cosa que se dice (o se deja de decir) puede ser tomado como una traición a la ideología única, que domina y vigila cada esfera de la vida de las personas.

Así, desde los inicios de la revolución, cuando Fidel y sus amigos detectaron que el mayor enemigo serían los propios cubanos, crearon distintos tipos de organizaciones para vigilar a la población. Entre ellos, por ejemplo, están los CDR (Comités de Defensa de la Revolución), que son formaciones de vecinos, los que llevados a la desesperación, traicionan y delatan a quienes en otros tiempos fueron sus amigos de barrio, a cambio de pequeños beneficios. Estos movimientos, encargados de ayudar a la Policía y a los elementos de Seguridad del Estado deben detectar cualquier asomo de disconformidad o pensamiento propio que tome un camino distinto al señalado por las autoridades.

Este verdadero horror de la constante vigilancia, que para cualquiera que lo viva se hace insoportable al poco tiempo (pueden leer las vivencias de chilenos como Jorge Edwards o Roberto Ampuero en la isla), es lo que han vivido un país entero durante más de 5 décadas. En este sentido, las palabras que valientemente enrostró Solzhenitsin a los líderes soviéticos hace algunas décadas son muy ilustrativas: “No es el autoritarismo en sí lo que resulta intolerable, sino las mentiras ideológicas con que diariamente se nos manipula en forma subrepticia”. Y es ésta realidad la que ahora están tratando de mostrar a los ojos del mundo, para terminar con cualquier posible indiferencia, los disidentes Orlando Zapata (que murió en huelga de hambre) y Guillermo Fariñas, ambos acosados desde hace años negarse comulgar con “las mentiras ideológicas” del día a día.

Esta situación no debe ni puede dejar a nadie sin tomar una posición clara al respecto, pues las violaciones a los derechos humanos deben ser condenadas siempre y en todo lugar. Esta condena debe ser firme y abierta frente a este tipo de hechos, y la comunidad internacional debe hacer esfuerzos serios para la liberación de todos aquellos que han sido encarcelados, torturados y calificados de disidentes por tener una opinión propia.

De lo contrario, todos los esfuerzos por recordar a las nuevas generaciones la tragedia del holocausto o de los campos de concentración de la Unión Soviética y de otras atrocidades cometidas por dictaduras y totalitarismos son en vano. Pues de nada sirve horrorizarse frente al pasado y hacer la vista a un lado en el presente.

Paradójicamente, quien mejor hace un llamado de atención sobre la situación actual de los presos políticos en Cuba es el mismísimo Fidel Castro, quien dijo que “es concebible que los hombres honrados estén muertos o presos en una república donde está de presidente un criminal y un ladrón” durante su enjuiciamiento por el asalto al cuartel Moncada, tiempo antes de tomarse el poder por las armas.

Curiosamente, es ahora él, quien encierra y tortura al pueblo al que prometió liberar. No sigamos apáticos frente a esto.