Argentina: El salvaje ajuste de los Kirchner

Roberto Cachanosky explica que aunque no se reduzca el gasto público hay un doble ajuste: a través de la inflación y la restricción artificial de bienes en la economía.

Por Roberto Cachanosky

Aunque el Gobierno insista con que los salarios reales y las jubilaciones no bajan, la inflación se ocupa de hacer el trabajo sucio que ellos intentan disimular.

Con un discurso, por cierto bastante trillado, Cristina Fernández de Kirchner viene afirmando que ellos no van a bajar el gasto público como lo hicieron gobiernos anteriores. Para ellos, en el discurso, el ajuste es sinónimo de bajar los salarios reales. Un ataque al bienestar de la población. Esto es lo que dicen, sin embargo, en los hechos, la velocidad a la que está aumentando la inflación, hace que finalmente el gobierno esté haciendo un brutal ajuste de ingresos por el lado de los jubilados. En vez de bajarles el ingreso nominalmente, les licuan las jubilaciones con un aumento del 8% frente a una inflación que apunta para el 2010 cómodamente hacia el 30%.

La estrategia de difusión del gobierno es la típica de los gobiernos populistas. Por un lado generan una fenomenal expansión monetaria aumentando la tasa de inflación y, por otro lado, se hacen los distraídos y hablan de empresarios irresponsables, de grupos concentrados y demás adjetivos que, transitoriamente, lucen simpáticos a los oídos de la gente. La estrategia es muy elemental pero efectiva en el corto plazo. ¿Por qué? Porque la inmensa mayoría de la población no mira los números monetarios. No entra al sitio del Banco Central de la República Argentina (BCRA) y se fija a que tasa está emitiendo el Central. Lo que hace la gente es ir al supermercado y ver cómo lo que ayer costaba 10 ahora cuesta 13. ¿De quién es la culpa? Del que remarcó la mercadería que está en la estantería. Ese el razonamiento inmediato que hace la gente. Es más, al común de la población le parece bien que el Estado intervenga en los precios por el abuso de los comerciantes y productores o, como dice el gobierno, de los grupos concentrados.

Supongamos que hay grupos concentrados, ¿cómo se soluciona este problema? Con competencia, es decir, abriendo la economía y eliminando trabas al ingreso de nuevos competidores. Puesto de otra manera, si hay seguridad jurídica y previsibilidad en las reglas de juego, si un sector gana “mucho” otros empresarios, que siempre están buscando rentas más altas, invierten en el sector que gana “mucho”, incrementan la oferta, con lo cual la bajan los precios y la tasa de rentabilidad deja de ser “mucha”.

Al respecto, días atrás veía por televisión a un hiper kirchnerista decir que los balances de la bolsa de comercio mostraban utilidades gigantescas y que en otros países como EE.UU. eran mucho menores. Al menos dos comentarios al respecto. En primer lugar, a más riesgo institucional mayor es la tasa de rentabilidad que se le pide a una inversión, y como el gobierno argentino ha hecho de las reglas de juego una incertidumbre diaria, la más elemental regla económica indica que ante tanta arbitrariedad en las reglas de juego solo invierte aquél que espera tener una tasa de rentabilidad gigantesca para compensar el riesgo institucional. Comparar las tasas de rentabilidad de EE.UU. y Argentina partiendo del supuesto que el riesgo institucional es el mismo, luce un tanto exagerado.

En segundo lugar, el hiper kirchnerista que hablaba por televisión no aclaró que en Argentina, teniendo una inflación galopante, el Estado no permite los ajustes por inflación en los balances, esto quiere decir que las tasas de rentabilidad que informaba como extravagantes eran tasas ficticias. Tasas distorsionadas por la inflación.

Pero insisto, si en ausencia de inflación hubiese tasas de rentabilidad muy elevadas, la solución pasaría por desregular mercados, abrir la economía y generar las condiciones institucionales para que la competencia aumente la oferta y bajen los precios.

La primera contradicción respecto al discurso oficial es que habla de grupos concentrados y falta de inversiones, pero el gobierno hace lo imposible por generar incertidumbre y contraer la inversión, lo cual, en definitiva, termina perjudicando a los sectores más humildes porque no hay más demanda de trabajo, incrementos de la productividad y mejoras del salario real. Podríamos definirlo como un ajuste salvaje vía falta de calidad institucional, concentrando el ingreso en unos pocos amigos del poder.

Pero no es solamente ésta la forma en que el Estado perjudica a los sectores más humildes. La combinación de medidas que adopta el gobierno es mucho más letal para los más pobres. En efecto, por un lado cierra la economía a la competencia y desincentiva la inversión. Es decir, reduce artificialmente la oferta de bienes y servicios y, por otro lado, inunda el mercado de billetes.

El gráfico muestra las fenomenales tasas de emisión monetaria que ha sostenido el BCRA. Desde mayo del 2003 y enero de este año la cantidad de pesos en circulación aumentó el 354% o, si se prefiere, multiplicó por 4,5 veces. Es más que evidente que la oferta de bienes y servicios ni remotamente aumentó en esa misma magnitud en el período mencionado, de manera que, la teoría económica más elemental indica que el precio relativo entre la mercadería moneda y el resto de los bienes y servicios se deteriora en perjuicio de la primera. Dicho más fácil: hay inflación. Y como el único que puede imprimir pesos es el BCRA, es el responsable de la inflación galopante que tenemos. Pero el golpe inflacionario, como decía antes, es mucho más agudo, porque semejante emisión monetaria se hace contra una oferta de bienes y servicios que el Estado restringe artificialmente, por más que ahora salga con la cantinela de argumentar que hay que aumentar la oferta de bienes. Es un ataque a los ingresos por dos flancos: a) restringen la oferta de bienes artificialmente y b) inundan el mercado de pesos.

Queda claro, entonces, que una cosa es el discurso progre de no al ajuste y la solidaridad social, y otra muy distinta los efectos concretos de las medidas que aplica el gobierno. Emite moneda licuando los salarios reales, particularmente los del sector público (salvo los que no tienen que pagar ellos como los salarios docentes) y de los jubilados y se hace de más pesos vía la inflación. Recauda más impuestos nominales sobre el impuesto inflacionario. Si este tipo de ajuste es de por sí salvaje, es doblemente salvaje aplicarlo con una economía cerrada y sin inversiones.

Decía antes que la gente suele comprar el argumento de los empresarios inescrupulosos y de los grupos concentrados. Sin embargo eso dura un tiempo, hasta que la tasa de inflación se hace intolerable y la gente comienza a ver al gobierno como el gran responsable de la pérdida de su poder de compra.

Mi impresión es que la gente ya está saturada de la forma de gobernar del matrimonio. Ahora falta que la inflación termine de licuarles el escaso poder que todavía conservan.

Los Kirchner podrán argumentar que ellos no van a bajar los salarios nominales y las jubilaciones como en el 2001, pero harán algo peor, aplicarán un ajuste salvaje típicamente progre sobre los ingresos reales de la población, escondiendo su responsabilidad con los trillados argumentos de falta de solidaridad, grupos concentrados y demás versos que fueron utilizados infinidad de veces en la historia económica contemporánea argentina y terminó siempre de la misma forma. Gobiernos con un fuerte rechazo en la población.

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