Sobre el terrorismo y el futuro político

Alberto Benegas Lynch (h) asevera que si las sociedades abiertas caen en las primitivas prácticas de la tortura, la invasión preventiva, entre otras, los terroristas habrán cumplido su objetivo.

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Adelanto que la tesis de esta columna consiste en que la bazofia inhumana, cobarde, repugnante y de la peor especie criminal que conocemos como terrorismo debe ser incriminado a través de procedimientos que aseguren y prueben que se trata de estos adefesios, para lo que resulta indispensable sentencia judicial firme que los inculpe. Dejarse arrastrar por el histerismo y condenar antes del debido proceso en un enjuiciamiento basado en normas civilizadas anteriores al hecho, significa proceder como el bestialismo terrorista con lo que de hecho estas bandas criminales habrán ganado la batalla convirtiendo a la civilización en una carnicería de la más baja estofa. De más está decir que estos procedimientos no se refieren a lo que ocurre en el campo de batalla o en enfrentamientos armados de la naturaleza que sean, sino que estamos aludiendo a lo que se hace una vez que se procede a la detención de un sujeto.

He escrito un largo ensayo sobre la guerra publicado por la Fundación Libertad y Democracia de Santa Cruz (Bolivia) en 2008 donde me detuve a considerar los “escudos humanos”, los “daños colaterales”, la “obediencia debida”, la “invasión preventiva” y extensas disquisiciones de Juan Bautista Alberdi en El crimen de la guerra. En esta oportunidad quiero circunscribir mi atención a puntos cruciales en conexión con lo que hemos dicho al abrir la presente nota: elaboraré brevemente sobre la tortura y sobre las figuras del “testigo material” y el “enemigo combatiente” con una nota marginal sobre Guantánamo, el origen del terrorismo en Latinoamérica, la mención del vínculo entre las drogas y la mafia terrorista  y apuntes sobre el futuro político en distintos países. En otra ocasión me referiré a la naturaleza de los tribunales militares.

Tal como apunta Michael Ignatieff “La democracia liberal se opone a la tortura porque se opone a cualquier uso ilimitado de la autoridad pública contra seres humanos y la tortura es la más ilimitada, la forma más desenfrenada de poder que una persona puede ejercer contra otra”. Cesare Beccaria —el precursor del derecho penal— explica que nadie puede llamarse reo antes de la sentencia de un juez competente y agrega que si el delito fuera cierto debe aplicarse la pena que la ley establece en cuyo caso los tormentos antes del fallo correspondiente significarían una condena antes de la sentencia, por otra parte si fuera incierto el delito se estaría castigando a un inocente antes de declararse su culpabilidad. En otros términos, si se sabe de la culpabilidad la tortura es superflua y si no se sabe es criminal. Agrega Beccaria que las confesiones bajo tortura no son confiables (lo cual es confirmado por especialistas en detectores de mentiras) y que las alegadas contradicciones del torturado no son prueba de nada “como si las contradicciones comunes de los hombres cuando están tranquilos no deban multiplicarse en la turbación del ánimo todo embebido de salvarse del inminente peligro”.

Eric Maddox —oficial del ejército estadounidense quien fue el responsable de la localización de Saddam Hussein en 2003— explica detalladamente en su libro lo contraproducente (además de lo inhumano) de la tortura para obtener información fidedigna, método al que no recurrió en ningún momento para lograr su objetivo.

Respecto de las discusiones sobre las fronteras entre lo que es un interrogatorio severo y un tormento, para despejar dudas, Ignatieff sugiere clarificar el asunto a través del sencillo expediente de grabar en imágenes las sesiones y archivarlas en los correspondientes departamentos de auditoria.

Incluso nada justifica torturar al alguien que se conjetura sabe quien y donde se colocará una bomba que hará estallar el planeta. La sociedad abierta descansa en parámetros morales, el fin no justifica los medios. El análisis utilitario de atormentar a alguien para salvar a muchos otros lleva un germen destructivo ya que esa línea argumental posibilita que se propongan aberraciones del tipo que sugiere la exterminación de jubilados para que los jóvenes vivan mejor. Aceptar que el fin justifica los medios constituye un buen camino para que efectivamente estalle el planeta, en cuya situación el torturador se denigra junto al torturado.

Y no es válido el fabricar escenarios en los que se comprueban acciones inadecuadas en situaciones límite como que es posible que en un naufragio un padre de familia recurra a la fuerza para salvar a sus hijos contrariando las normas establecidas por el dueño del bote salvavidas. Las normas de convivencia civilizada no pueden construirse en medio de esas situaciones sino que deben preverse con antelación a esos sucesos.

La muy discutible figura del testigo material fue originalmente utilizada para detener (por tiempo corto y claramente definido con expresa orden de juez) a una persona que ha presenciado un crimen y amenaza con fugarse y no declarar ante tribunal competente. Sin embargo, hoy en día se recurre a esa figura para la detención indefinida sin orden de juez con lo que la arbitrariedad y el abuso de poder resultan manifiestas, tal como lo puso de relieve la Juez estadounidense Shira Scheindlin.

Por último, como explica el Juez estadounidense Andrew Napolitano, la utilización y aplicación actual del llamado enemigo combatiente es un invento grotesco para eludir las expresas disposiciones de las Convenciones de Ginebra que se refieren tanto a ejércitos regulares de naciones como a grupos armados ilegales. Esta utilización irresponsable no tiene precedentes en el derecho penal, en las normas internacionales ni en las leyes de guerra. Hay un fallo de la Corte Suprema de EE.UU. de 1942 que se refirió a la detención de soldados alemanes sin uniforme en territorio estadounidense (y por ende no eran prisioneros de guerra) que se los juzgó con el concurso de abogados defensores y fueron convictos por sentencia judicial, al contrario de lo que se hace hoy cuando se recurre a esta figura para sortear la necesidad del debido proceso y, consecuentemente, el establecimiento de las necesarias garantías de un juicio justo. En 1866 a raíz de la Guerra Civil en EE.UU., en el intento del presidente Lincoln de obviar el habeas corpus (en el caso L. P. Milligan), la Corte explicitó que el debido proceso es necesario aplicarlo también en el contexto de luchas armadas. En esa oportunidad el Juez David Davis expresó que “La Constitución de EE.UU. es una ley para los gobernantes y para el pueblo igualmente aplicable en tiempos de paz y de guerra y cubre con su escudo protector a toda clase de personas en todos los tiempos y bajo todas las circunstancias”. 

El debate que en estos días tiene lugar referente al cierre o no de la prisión de Guantánamo no es relevante al eje central de lo que estamos considerando. El tema no es de ubicación geográfica sino de justicia con detenidos sin proceso ni condena alguna. Siempre hay que ponerse en la posición de la minoría en cuanto a lo que ocurriría si detienen injustamente a un familiar nuestro y considerar los daños irreparables de que se castigue a un inocente. Precisamente, los mecanismos del debido proceso nos defienden de hechos de esta naturaleza. Caer en los abismos de la canallada terrorista convierte a los supuestos defensores de la libertad en agresores. La civilización no solo está en juego por los ataques del terrorismo sino por la manera en que la conducta moral reaccione frente a esos ataques de brutalismo inmisericorde.

Los documentos constitucionales de espíritu liberal son cartas que establecen limitaciones estrictas y de carácter universal al poder político. Las libertades individuales constituyen el corazón a preservar en aquellas constituciones, en nombre de la seguridad bajo ningún concepto deben cometerse atropellos a los derechos de las  personas. Como bien a enfatizado Benjamin Franklin en 1759 “Aquellos que renuncian a libertades esenciales para obtener seguridad temporaria, no merecen ni la libertad ni la seguridad”, lo cual para nada significa abstenerse en la aplicación del máximo rigor con los feroces asaltantes de la concordia a que nos venimos refiriendo en el presente artículo, ni significa dejar de adoptar todas las medidas precautorias y de seguridad que se estimen apropiadas a las circunstancias.

En este contexto he consignado en muchas oportunidades que debe prestarse especial atención a lo que ocurre en distintos países con referencia a la guerra antisubersiva en donde tiene lugar una lamentable hemplegia moral o justicia tuerta: se juzga a los militares y no solo se exime de culpa y cargo a los terroristas sino que ocupan cargos públicos. En algunos casos, aquellos juzgamientos se deben a procedimientos inaceptables utilizados en la aludida guerra: en lugar de aplicar el debido proceso (aún con juicios sumarios) se optó por adoptar el mismo mecanismo de los encapuchados, de lo cual surgió la figura tremebunda de los “desaparecidos” en lugar de dar la cara con actas y firmas de responsables en las detenciones ordenadas. De más está decir que esto bajo ningún concepto justifica que los criminales terroristas resulten impunes de sus atroces crímenes (en relación a este punto, Jorge Masetti,  ex agente de los servicios cubanos de espionaje, escribe en su libro El furor y el delirio : “Hoy puedo afirmar que por suerte no obtuvimos la victoria, porque de haber sido así, teniendo en cuenta nuestra formación y el grado de dependencia de Cuba, hubiéramos ahogado el continente en una barbarie generalizada”).

Es menester destacar que Perón fue el primero en aconsejar procedimientos terroristas en América latina, tema que queda bien documentado en la obra Correspondencia Perón-Cooke (Buenos Aires, Garnica Editor, 1973), lo cual certifica un vez más el estrecho parentesco entre los nazi-fascistas y las izquierdas. El 12 de junio de 1956 —tres años antes de la aparición de Castro— Perón escribe desde el exilio a su lugarteniente y ex diputado nacional que “Esta lucha puede organizarse y realizarse sin peligro porque en caso alguno se trata de una violencia conjunta sino de la suma de millones de pequeñas violencias cometidas cuando nadie nos ve y nadie puede reprimirnos, pero que en conjunto representa una gran violencia por las sumas de sus partes. El efecto es tremendo” (vol. I, p.15). El 21 de marzo de 1957 escribió “Las revoluciones sociales como la nuestra han partido siempre del caos en su consolidación y el caos está cercano, solo que nosotros debemos acelerarlo no temerlo” (ib. p.23). El 8 de mayo de 1957 dice que “Nosotros debemos estar en condiciones de manejar el desorden cuando ellos quieran manejar el orden y no presentarles batalla cuando ellos esperan que lo haremos, sino pequeños combates en todas partes a los que no puedan concurrir para defenderse” (ib. p.103) y remata con lo siguiente el 21 de junio de 1957: “los que tomen una casa de oligarcas y detengan o ejecuten a sus dueños, se quedarán con ella. Los que tomen una estancia en las mismas condiciones se quedarán con todo […] Los suboficiales que maten a sus jefes y oficiales y se hagan cargo de las unidades, tomarán el mando de ellas y serán los jefes del futuro” (ib. p.190). Consistente con su posición felicitó entusiastamente a los asesinos del Tte. Gral. Aramburu y en la misma línea, tres años antes de retornar a la Argentina, escribió que “Si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en 1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente” (Marcha, Montevideo, 27 de febrero de 1970). En su tercera presidencia, en medio del estatismo y la corrupción de su ministro de economía José Ber Gelbard y de las matanzas de su ministro de bienestar social José López Rega, Perón se desligó de uno de los grupos terroristas debido a que pretendieron desplazarlo del poder y mantuvo su fastidio y resentimiento a toda manifestación de excelencia y el apego a sus ideas, a contramano del espíritu y la letra de la Constitución fundadora de aquel país.

Es relevante subrayar la muy frecuente conexión entre el terrorismo y el tráfico de drogas alucinógenas para usos no medicinales. En este sentido, como he escrito hace tiempo en mi libro La tragedia de la drogadicción. Una propuesta (prólogo de Carlos Alberto Montaner), es imperiosa la liberación del mercado de drogas del mismo modo que fue imperiosa la liberación del alcohol después de la Ley Seca y por los mismas razones de colosales incentivos a la producción y al consumo, la devastadora corrupción y las severas intromisiones a las libertades individuales (además de la aparición de drogas sintéticas fruto de los astronómicos márgenes operativos que genera la prohibición). Pero es de gran importancia enfatizar lo contraproducente y peligroso que es liberar el consumo y mantener prohibida la producción como se aplica irresponsablemente en varios países, lo cual constituye el mejor de los mundos para los narcos puesto que se mantienen potentes incentivos para elaborar al tiempo que el camino queda expedito para consumir.

En otro orden de cosas, Octavio Paz explica que la definición aristotélica del hombre como animal político alude al ser humano como ser social, en el sentido de atraído por la polis. Esto es así al efecto de sacar partida de la cooperación entre las personas, pero no vaya a ser que la polis se convierta en un pantano imposible de cohabitar debido a un tratamiento errado de la plaga terrorista. Dice Octavio Paz que le gusta definir al hombre como “el ser que pregunta” o “el ser que sonríe”: resulta imperativo preguntarnos y cuestionarnos sobre la administración del asunto tan delicado que aquí abordamos telegráficamente, de lo contrario la sonrisa puede borrarse para siempre junto con la condición del hombre y caer en la simple carcajada de la hiena a la que también hace referencia este notable escritor para diferenciarla de la sonrisa propiamente humana.

Es de interés espiar el cuadro general en el que aparecen estos persistentes brotes de terrorismo, no para insinuar relaciones causales sino para pintar el marco en el que se suceden los acontecimientos del presente. EE.UU. se zabulle cada vez con mayor profundidad en la deuda, la expansión monetaria, la transferencia coactiva de recursos, un pavoroso déficit fiscal y un control estatal de la economía cada vez más férreo (debido a la fuerte y populosa reacción del Tea Party consubstanciada con la mejor tradición estadounidense, Michael Steel, la cabeza del Partido Republicano, declara que debe volverse a las fuentes y abandonar la línea lamentable seguida sistemáticamente después de Reagan). Europa está crujiendo por varios costados, debido también a su déficit, endeudamiento y gastos siderales, especialmente en Grecia, España, Inglaterra e Irlanda (en ese orden). En Latinoamérica los casos de Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador y Paraguay se han convertido estados cuasi terroristas. El Salvador, Guatemala y, ahora, Uruguay, se mantienen con serios signos de interrogación con ex terroristas en el gobierno. Argentina, también con ex terroristas en el gobierno, y en medio de un brutal atropello a la división de poderes y a la institución de la propiedad privada con una justicia tuerta y una hemiplegia moral digna de mejor causa, se debate en la declinación más grotesca a la espera de que surja alguna oposición consistente. Con próximas elecciones a la vista, Chile (si gana Piñera en segunda  vuelta), Brasil (si gana José Serra y no la candidata de Lula, Dilma Rousseff), Colombia (si Uribe abandona la manía reeleccionista) y Perú (si se consolida la línea del converso Alan García), permiten cobijar algún atisbo de esperanza de una de reacción aunque más no sea parcialmente saludable, a lo cual debe tímida y provisoriamente agregarse el triunfo de Porfirio Lobos en Honduras y, antes, el de Ricardo Martinelli en Panamá. Por último, James S. Chanos (cabeza del fondo de inversión Kynikos Asociados de New York y que ha anunciado crisis del pasado con bastante precisión) y, hace tiempo, Gordon G. Chang (autor del libro The Coming Collapse of China) insisten en que China se está encaminando a un fuerte barquinazo con motivo de los “estímulos” crediticios gubernamentales comenzando en el mercado inmobiliario, claro que en un régimen autoritario las maniobras para ocultar datos y hechos son muy frecuentes aunque, si resultaran correctos estos pronósticos, la magnitud de lo que se espera no resultará de fácil disimulo (en caso de ocurrir lo que se comenta, me imagino que no se dirá también que es consecuencia del “sistema capitalista” como equivocadamente se ha dicho en Occidente a pesar de haberse abandonado todos los principios rectores de prudencia financiera y fiscal del capitalismo).

Cierro esta columna al escribir que si no se presta la suficiente atención a lo que dejamos consignado (y que muchos otros han explicado elocuentemente con anterioridad), la amenaza del terrorismo siempre criminal y sus acciones perversas terminarán con las libertades individuales, con lo que, en la práctica, resultará victorioso en el logro de sus fines hediondos de convertir al planeta en una inmundicia inhabitable para cualquier persona con un mínimo de decencia.