Colombia: Desempleo desbordado
Andrés Mejía-Vergnaud dice que "Ya va siendo hora de que la conciencia nacional se despierte ante el drama del desempleo. Hay muchos otros asuntos que concentran hoy la atención del país, la mayoría de ellos de naturaleza política".
Ya va siendo hora de que la conciencia nacional se despierte ante el drama del desempleo. Hay muchos otros asuntos que concentran hoy la atención del país, la mayoría de ellos de naturaleza política. Sin pretender desconocer la importancia de estos, ni poner en cuestión las razones que los han ubicado en la cima de nuestras prioridades, es urgente que el asunto del empleo ingrese al nivel más elevado de las preocupaciones nacionales. No porque haya aumentado en los meses recientes, como de hecho ha sucedido: eso, en principio, podría atribuirse a la desaceleración económica reciente. La verdadera razón que debería causar angustia es que en Colombia el desempleo no baja cuando debería bajar: no se redujo sustancialmente en la época de expansión que nuestra economía disfrutó en los años recientes. Es por tanto, como suele decirse en la jerga económica, un problema “estructural”: no depende de los ciclos, sino que de alguna manera está insertado en la configuración de nuestra economía.
De acuerdo con el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), la tasa de desempleo en octubre fue del 11,5 por ciento, superior al 10,1 por ciento de octubre de 2008. Aumentó la “población ocupada”, un indicador del porcentaje de personas que, dentro de la población en edad de trabajar, tienen ocupación: pasó del 53 por ciento al 57 por ciento. Pero aumentó también la llamada “tasa global de participación”, es decir, el porcentaje de personas en edad de trabajar que, o bien están buscando trabajo, o bien están ocupadas. Es decir, este indicador nos muestra la presión que existe sobre el mercado laboral, por el ingreso a este de personas que antes no se consideraban económicamente activas, como son los casos de los estudiantes y las amas de casa. Durante una desaceleración, es normal que este tipo de personas deban salir al mercado laboral para contribuir con los ingresos del hogar, posiblemente menguados. La tasa global de participación subió del 58,4 por ciento en octubre de 2008, a 61,7 por ciento en el mismo mes de este año. Cosa que significa que hay una mayor presión sobre nuestro mercado de trabajo. El llamado subempleo, es decir, la situación en la cual el trabajador considera que podría tener un mejor trabajo, también se incrementó.
Es crítica la situación de algunas ciudades, cuyo desempleo llega a niveles escandalosos: Pereira (21,9), Quibdó (19,5) y Armenia (18,2) ocuparon los primeros lugares de desempleo en octubre. Medellín, donde la violencia urbana se ha recrudecido, registra una cifra del 14,8 por ciento, también muy elevada. Y aunque Bogotá no figura entre los primeros lugares, poco podría enorgullecerse de su desempleo del 11,3 por ciento.
Recordemos que en 1999 el desempleo nacional alcanzó un 18 por ciento. Fueron épocas de profunda recesión. Después, cuando la economía empezó a mejorar, el desempleo comenzó a ceder, aun cuando no con la rapidez óptima. Llegaron entonces los buenos tiempos: recuperación de la confianza en el país, grandes flujos de inversiones, y altos precios en los productos de exportación. La economía creció con vigor. Pero el desempleo llegó a unos niveles de los cuales jamás bajó, y los cuales eran todavía preocupantes. En 2007, cuando la economía creció más del 7 por ciento, el desempleo no bajó del 11 por ciento. De hecho, entre 2000 y 2009 el desempleo promedio de Colombia es el más alto de América Latina. Así lo mostró Roberto Steiner, Director de Fedesarrollo, en el seminario que su entidad organizó junto con Anif el 25 de noviembre, y en el cual todos los participantes se declararon hondamente preocupados por el desempleo. Todos, menos el Ministro de Hacienda, quien en su presentación afirmó que los años de expansión trajeron a Colombia grandes mejorías; en dicha presentación es notable la ausencia del tema del empleo, el cual apenas merece una mención tangencial en el capítulo dedicado al desarrollo social. Y si de desarrollo social quisiéramos hablar, valdría mencionar que nuestra economía no genera empleos para las personas sin educación superior —como mostró Alejandro Gaviria en el mismo foro— y que la informalidad laboral se acerca al 58 por ciento.
¿Y qué anuncian los augurios? Más dificultades, al menos si se les toma en serio: el empleo podría sufrir aún más si se hicieran efectivas mayores reducciones en lo que se exporta a Venezuela. Las proyecciones de crecimiento para el 2010 oscilan entre el 2,5 y el 3 por ciento, lo cual, a juzgar por nuestras experiencias anteriores, no causaría una baja apreciable en el desempleo.
Mucho se discute sobre las causas de esta situación estructural. La economía colombiana, dicen algunos, tiene un sesgo contra el empleo por causa de los numerosos y elevados beneficios que se conceden al capital, como son las exenciones tributarias. También se ha llamado la atención sobre los pagos parafiscales, los cuales en rigor son impuestos que encarecen la nómina en un 9 por ciento. El Gobierno Nacional se ha negado de forma repetida a revisar ambas políticas, e incluso el Ministro de Protección Social ha escrito columnas de prensa para defender los parafiscales. Hay, de parte del gobierno, rapidez y vehemencia para defender estas dos políticas, pero no para proponer soluciones estructurales al problema del desempleo.
Este artículo fue publicado originalmente en la revista Cambio (Colombia), No. 857.