EE.UU.: La segunda guerra perdida

Carlos Ball que la guerra de EE.UU. contra las drogas ha sido más larga y costosa que su guerra contra Vietna, y que las verdaderas víctimas de la guerra contra los narcóticos son colombianos y mexicanos.

Por Carlos A. Ball

La guerra más larga en la que han peleado soldados de EE.UU. fue la de Vietnam. Washington comenzó enviando asesores militares en 1950 a Indochina, entonces colonia francesa, para apoyar a Vietnam del Sur contra los guerrilleros comunistas y, posteriormente, contra soldados de Vietnam del Norte. En 1969 había más de 500 mil soldados estadounidenses combatiendo en Vietnam y, lamentablemente, más de 50 mil murieron antes del retiro de las tropas de EE.UU. en 1973.

Pero una guerra mucho más larga y costosa ha sido la llamada guerra contra las drogas. George Pendle, en su recién publicado libro, The Candy Machine (La máquina de dulces), escribe que se trata de una guerra imposible de ganar, lo cual parece lógico, entre otras cosas porque los últimos tres presidentes de EE.UU. han admitido haber consumido drogas prohibidas en alguna ocasión.

Según el autor, cada año en Colombia se erradican más sembradíos de cocaína y, sin embargo, la cantidad de esa droga que llega a EE.UU. y Europa no se reduce. Añade que, al igual que en la guerra contra el terrorismo, lo único que se ha logrado es aumentar masivamente la intromisión y el poder del gobierno. Quizás eso nos debe asustar más que el consumo de marihuana y cocaína.

Pendle cita a un juez que se queja de que el sistema judicial está atascado por casos de poca importancia contra consumidores de drogas, pero prácticamente ninguno contra los grandes traficantes porque tanto a “los buenos” como a “los malos” les interesa que todo siga igual. También afirma que los únicos países que han tenido algún éxito combatiendo el consumo de drogas han sido Cuba, China y Rusia, lo cual indica que el remedio podría ser peor que la enfermedad.

Personalmente me desagradan las drogas, quizás por haber visto —durante mis años universitarios— el daño que hacían a algunos compañeros de estudios. Pero coincido plenamente con lo escrito por John Stuart Mill en su libro Sobre la libertad, publicado en 1859, en cuanto a que el papel del gobierno es evitar que alguien le haga daño a otra persona, no imponerle lo que puede o no hacer con su propio cuerpo. El siguiente paso podría ser prohibirle los dulces a los gordos.

En cuanto a la guerra contra las drogas, existe un lamentable precedente histórico: la fracasada ley seca (prohibición de bebidas alcohólicas) de 1919, que lejos de erradicar el consumo de licor engendró el gangsterismo y el contrabando.

La llamada “corrección política”, es decir, lo que se considera “políticamente correcto”, impide legalizar la venta y consumo de drogas, pero las verdaderas víctimas en esta guerra no son estadounidenses sino colombianos y mexicanos viven amenazados por bandas de multimillonarios contrabandistas que corrompen a funcionarios y asesinan a quienes se les atraviesan en el camino. La prohibición no reduce significativamente el consumo de drogas, pero sí dispara el precio, en beneficio de los narcotraficantes.

Recuerdo un magnífico titular del New York Times: “Las drogas son malas... la guerra contra las drogas es peor”. Los intermediarios y consumidores seguirán llenando las cárceles de EE.UU., mientras que los “capos”, las FARC y los talibanes seguirán acumulando inmensas fortunas generadas por la prohibición.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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