¿El principio del fin en Venezuela?
Ian Vásquez comenta la reciente liberación del principal preso político que tenía el régimen de Nicolás Maduro: Leopoldo López.
Por Ian Vásquez
No me atrevo a escribir —como sí lo he hecho equivocadamente varias veces en esta columna en años recientes— que Venezuela está a punto de colapsar. La triste realidad es que algunos regímenes dictatoriales logran sobrevivir a las peores crisis económicas, humanitarias y políticas que infligen a sus países. Zimbabue y Corea del Norte son ejemplos; Cuba, el modelo totalitario del chavismo, es otro.
La inesperada liberación de la cárcel este fin de semana de Leopoldo López, el preso político más importante del país, ha llevado a muchos a preguntarse si representa el principio del fin para el régimen chavista. Ojalá. El arresto domiciliario de López sin duda muestra cierta desesperación por parte del presidente Nicolás Maduro. Ocurre tras las manifestaciones más prolongadas que ha visto el chavismo y a las que ha respondido con la mayor represión sin que haya logrado detenerlas.
¿Qué ha querido conseguir Maduro con esta movida? Dividir a la oposición y apaciguar las protestas. La oposición está más unida que nunca, pero es bien sabido que entre sus líderes ha habido diferencias acerca de estrategias y tácticas, además de la usual competencia por el liderazgo que caracteriza a la política. Maduro quiere reavivar esas rivalidades.
También puede dar la impresión de que la “casa por cárcel” es el resultado de alguna negociación y que es muestra de la “tolerancia y el diálogo” al que está abierto el gobierno, como declarara el ministro de Defensa. Sería un error caer nuevamente en esa trampa, como lo hicieron anteriormente algunos líderes de la oposición. El régimen nunca ha mostrado buena fe a la hora de “negociar” con la oposición.
Más bien, los ha engañado y hostigado una y otra vez, haciéndolos perder tiempo. La desautorización de la Asamblea Nacional, las protestas masivas espontáneas, la inhabilitación política de uno de los mayores líderes opositores (Henrique Capriles) y el asalto violento la semana pasada al Congreso envalentonó a toda la oposición política.
De hecho, desviar la discusión de aquel asalto y enfocar el debate público en la liberación de López ha sido un objetivo de Maduro.
Tanto el régimen como la oposición saben que no tienen mucho tiempo para definir hacia dónde irá el país. De manera arbitraria, Maduro anunció que se realizará una asamblea constituyente en la que se establecería un Estado basado en comunas controladas, por supuesto, por el gobierno. La votación para elegir a los representantes de la constituyente será el 30 de julio. Tiene toda la razón la oposición al declarar que tal constituyente es ilegal y representa un paso hacia la institucionalización de una dictadura comunista.
A la misma vez, las luchas en el interior del chavismo no son menores, cosa de la que la oposición es muy consciente. Es bien sabido que Maduro y Diosdado Cabello, el número dos en Venezuela, no se quieren. Los intereses en juego incluyen al partido, las Fuerzas Armadas, las mafias criminales ligadas al gobierno, la inteligencia cubana, los boliburgueses que se han aprovechado de sus conexiones políticas, y demás grupos. A medida que se deteriora la situación nacional, los líderes chavistas se pelean cada vez más acerca de estrategias y liderazgo. Fue solo la semana pasada que Cabello anunció que López “no va a salir más nunca” de la cárcel. Como observa Pedro García Otero, parece que Maduro está desautorizando a los chavistas más radicales.
No sabemos de qué tratan las luchas internas del chavismo. Solo sabemos que la dirección de Venezuela es impredecible. Podría finalmente determinarse por la actitud de los militares ante los crecientes conflictos. Lo que no es una incógnita es que las protestas callejeras están jugando un papel clave en un momento clave de la historia venezolana.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Venezuela) el 11 de julio de 2017.