A favor y en contra del mercado

Alberto Benegas Lynch explica que dentro de un mercado debe permitirse que compitan las ideas contrarias al mercado con aquellas que lo favorecen, para que así los individuos descubran qué funciona mejor.

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Para entrar en este tema, primero es menester explicar que significa el mercado. En primer lugar digamos que es una expresión que simplifica o resume el hecho de millones de arreglos contractuales. El mercado en este sentido no es un lugar sino un proceso que trasmite información por su naturaleza fraccionada y diseminada a través del sistema de precios y basado en la institución de la propiedad privada. Esto último implica el uso y la disposición de lo propio, lo cual, en las transacciones, da lugar a los precios. Sin propiedad no hay precios y, por ende, no resulta posible la contabilidad, la evaluación de proyectos ni el cálculo económico en general. No habría respuesta posible si en un lugar donde no hay propiedad privada si preguntara de que conviene construir los caminos con oro o con cemento. Una de las razones centrales de la caída del muro de la vergüenza en Berlín fue precisamente el caos que necesariamente provoca un sistema sin precios. A su turno, la propiedad privada resulta indispensable para signar los siempre escasos factores productivos: quien acierta en los gustos de su prójimo obtiene ganancias y quien se equivoca incurre en quebrantos. El cuadro de resultados va mostrando donde es más eficiente la administración de aquellos factores escasos. Si los bienes crecieran en los árboles y hubiera para todos todo lo que requiere, no habría necesidad de aquella institución.

Ahora bien, este proceso de mercado coordina los referidos millones de arreglos contractuales. Como bien lo ha ilustrado John Stossel, para que pueda existir un trozo de carne en la góndola del supermercado son necesarias muchísimas operaciones que son guiadas a través del antes mencionado sistema de precios. Mirando para atrás, imaginemos los agrimensores en el campo, las empresas inmobiliarias, los alambrados y las empresas de alambrado con sus transportes, cartas de crédito, empleados, edificios, etc., los peones que recorren el campo a caballo, la crianza de caballos, la producción de monturas y riendas, los fertilizantes y plaguicidas, los tractores, las cosechadoras y todo lo que significa su producción tanto horizontal como verticalmente, los vacunos, los frigoríficos y tantos mecanismos de producción donde en cada segmento cada hombre en el sitio está usando sus particularísimos conocimientos sin prestar atención al trozo de carne ni al supermercado que también requiere administración y asignación de recursos. Estos ejemplos implican un haz de innumerables contratos y sapiencia que no está en ninguna mente en particular sino dispersa y fraccionada. Por ello es que cuando los megalómanos del poder pretenden “planificar” todo se desmorona: se trata de un problema de ignorancia que no es posible vencer ni con el almacenamiento más extraordinario en ordenadores puesto que sencillamente la información no se encuentra disponible ex ante.

Entonces, el mercado es un mecanismo neutro moralmente que trasmite lo que la gente demanda. Esto no quiere decir en modo alguno que se deba estar de acuerdo con lo que se reclama, por ejemplo, sadismo sexual, drogas alucinógenas para usos no medicinales o ideas socialistas. El funcionamiento del mercado no requiere que todos acepten la estructura axiológica de las mayorías. Si se considera que se venden novelas o música de mala calidad no quiere decir que no se escriban otras novelas o se produzca otra música considerada mejor. Lo mismo va para el mercado de ideas: que la mayoría muestre sus preferencias por el totalitarismo socialista no significa que otros no puedan contrarrestar esa tendencia, entre otras cosas, para preservar el funcionamiento del mercado ya que, por definición, el totalitarismo en el poder acabará con el puesto que desconoce los derechos de las personas entre las que se cuenta de disponer del fruto del trabajo, es decir, de propiedad.

En esos casos, podrá aparecer a simple vista la paradoja de que debe navegarse contra el mercado al efecto de preservar el mercado. Sin embargo, no es así. No es contra el mercado sino dentro del mercado que se intenta neutralizar las ideas (o en otro caso los bienes) para que pueda seguir funcionando ese mecanismo. Este es el sentido de todas las instituciones educativas y centros de divulgación que hoy se esfuerzan por explicar las ventajas y las virtudes de la sociedad abierta.

Se podrá preguntar para que se quiere el mercado como expresión de los deseos y reclamos de otros si cuando se expide se lo intenta neutralizar. Pero es que en esta neutralización parcial o total estriba la competencia que es parte fundamental del mercado. Reiteramos, lo que muchos demandan no quiere decir que deba ser compartido por todos y si no lo es a éstos les asiste el pleno derecho de ofrecer otras cosas e ideas que compiten con las primeras.
La inmensa mayoría de las cosas que hacemos diariamente implican contratos, de lo cual no se desprende para nada que las personas ajenas al convenio coincidan con las preferencias de las partes. Cada uno hace sus contratos, lo cual permite diversidad de bienes y de ideas. Cuando nos levantamos a la mañana y tomamos el desayuno están presentes los contratos de compra-venta (del microondas, la heladera, la tostadora, la mermelada, los cereales, etc.), cuando salimos a trabajar y tomamos un taxi y dejamos los hijos en el colegio están presentes los contratos de transporte y de enseñanza, cuando vamos al trabajo hay un contrato laboral, enviamos a la secretaria a hacer trámites hay mandato o gestión de negocios y si es para un depósito en el banco (contrato de depósito), se establece un nuevo emprendimiento con socios (contrato de sociedad), invitamos a colegas a almorzar (contrato de donación), alquilamos una oficina (contrato de locación) etc., etc.

Todos los contratos a su vez significan la existencia de la institución de la propiedad y los precios correspondientes. Cuando los gobiernos interfieren en el mercado los precios resultantes no expresan las valoraciones de las partes y, consecuentemente, transmiten señales falseadas que provocan operaciones equivocadas y malguiadas que no aprovechan la estructura de capital, lo cual redunda en menores salarios e ingresos para la gente puesto que las tasas de capitalización son la única fuente de aquellas entradas. No es que necesariamente haya maldad en el gobernante, es que inexorablemente hay ignorancia de cualquiera que se arrogue la facultad de coordinar las mencionadas millones de operaciones que se suceden en base a información y conocimiento disperso y que incluso no pocas veces el propio operador en el sitio no la puede articular porque es conocimiento tácito tal como ha explicado Michael Polanyi.

En todo caso, queremos resaltar en estas líneas que lo que aparentemente es la contradicción de ir contra el mercado para fortalecerlo no es más que ofrecer dentro del mercado otros productos o ideas en competencia y si se trata de contrarrestar los principios socialistas se trata de permitir que subsista ese mecanismo trasmisor de información que denominamos mercado.

Siempre, en la medida en que se lo ha dejado funcionar, el mercado es el proceso de asignación de los siempre escasos factores productivos que permite consolidar la buena marcha de la economía o, en su caso, rectificar rumbos en la buena dirección. Un ejemplo de esto último ha sido la crisis del treinta, iniciada por el estatismo de Hoover y acentuada en grado superlativo por el Leviatán fabricado por Roosevelt, cuyos efectos devastadores se disimularon (principalmente la desocupación mayúscula debida a los decretos de salarios mínimos en momentos en que la crisis consumía las tasas de capitalización), esta cosmética fue debida a las doce millones de personas empleadas en las Fuerzas Armadas para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Pero el fenómeno comenzó a revertirse cuando, muerto Roosevelt, Truman —a regañadientes— despidió a socialistas extremos en el gabinete (tales como los muy influyentes Harold LeClaire Ickes y Henry Agard Wallace) reemplazándolos por funcionarios más razonables, eliminó los controles de precios, decretó el final de la “economía de guerra” y, por ende, liberó recursos para emplearse en actividades rentables, se atenuó sensiblemente la política irresponsable de la Reserva Federal (marcas en alguna medida mejoradas por Eisenhower), al tiempo que los lamentables destrozos en las economías de Europa y Japón tornaron súbitamente a Estados Unidos en altamente competitivo en muy diversos rubros, a lo que debe agregarse la relativa apertura de las fronteras en la posguerra lo cual facilitó grandemente el comercio.

En resumen, como queda expresado, el mercado es una institución que permite conocer las valoraciones de la gente y asignar eficientemente los recursos disponibles a través de la coordinación del conocimiento, necesariamente disperso y fraccionado. Cuando se desarrollan actividades y se producen bienes distintos y hasta opuestos a los que se ponen de manifiesto en el presente, no se está operando en contra del mercado sino dentro de ese proceso, en competencia con aquellas exteriorizaciones.