TLC entre EE.UU. y América Central: Algo por lo que vale luchar

Por Daniel T. Griswold

En las postrimerías de la fallida reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio en Cancún, el representante comercial de Estados Unidos, Robert Zoellick, prometió redoblar sus esfuerzos tendientes a negociar tratados de libre comercio bilaterales y regionales con países dispuestos a pactar. Una de las prioridades en su agenda es la actual negociación de un tratado de libre comercio con las cinco naciones centroamericanas.

Las negociaciones para el Tratado de Libre Comercio de Estados Unidos y América Central empezaron a comienzos del 2003. Los seis participantes—Estados Unidos y los miembros del Mercado Común Centroamericano (MCC): Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica—tendrán su próxima ronda en Houston a finales de octubre, con el objetivo de alcanzar un acuerdo final para comienzos del 2004.

A principios de este año, el Congreso estadounidense aprobó por un margen de 2 a 1 los tratados de libres comercio con Chile y Singapur, pero el TLC con América Central promete complicaciones mayores. Por diversas razones políticas y económicas, alcanzar la aprobación de este TLC en el Congreso norteamericano se presenta como una lucha cuesta arriba.

Aún así, es una lucha que vale la pena dar—y ganar. Para Estados Unidos, el TLC expandiría las oportunidades de exportación para las compañías norteamericanas, abriría los mercados estadounidenses que están cerrados a una competencia más vigorosa, y promovería reformas económicas y estabilidad en lo que ha sido una región particularmente turbulenta en el Hemisferio Occidental. El TLC es una extensión geográfica lógica del ya establecido y exitoso Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

La producción combinada de los miembros del MCC es pequeña, menos de un tercio del PIB de Australia. Pero el comercio de doble sentido con Estados Unidos es relativamente grande—casi $22.000 millones en bienes el año pasado—debido a la proximidad de América Central con Estados Unidos y a su ventaja comparativa en productos populares en el mercado estadounidense, como vestimentas, semiconductores, bananos y café.

Para los países centroamericanos, un TLC con Estados Unidos les garantizaría el acceso a lo que de otras formas sería un mercado norteamericano altamente restringido para la importación de textiles y vestimentas. En el 2002, los productores centroamericanos exportaron más de $7.000 millones en prendas de algodón y textiles a Estados Unidos, por mucho la categoría más significativa de las exportaciones. Con el esperado fin en el 2005 de las cuotas mundiales en el comercio de textiles, un acuerdo comercial con Estados Unidos ayudaría a los exportadores centroamericanos a mantener su cuota del mercado en vista de una competencia más vigorosa por parte de China.

Por supuesto, darle acceso permanente y libre de aranceles a las exportaciones centroamericanas será políticamente sensible en Estados Unidos, particularmente con el lobby proteccionista en textiles. Pero rechazar el acuerdo debido a las importaciones de vestimentas y textiles lastimaría a los consumidores estadounidenses y sería contraproducente para la industria misma ya que los textiles también son una de las principales importaciones de Estados Unidos a América Central. En el 2002, la principal categoría exportadora de Estados Unidos a los países del MCC fueron los textiles para vestimenta casera, y cuatro de las siete principales categorías exportadoras fueron textiles o ropa. Al abrir el mercado estadounidense a la vestimenta acabada de América Central, el TLC promovería la exportación de textiles y otros productos semiacabados de Estados Unidos.

Otro obstáculo político para el TLC será la pobreza generalizada de la región. Los oponentes en el Congreso norteamericano sostendrán que el comercio solo servirá para promover las fábricas en donde se explotan a los trabajadores y no protegerá adecuadamente los estándares ambientales y laborales. Tales argumentos ignoran la amplia evidencia de que el comercio y el desarrollo permiten que haya estándares más altos. Lo que es considerado como una fábrica donde se explotan los trabajadores bajo los estándares estadounidenses, significa para los trabajadores en los países menos desarrollados trabajos relativamente bien pagados con buenos beneficios y condiciones laborales. Al rechazarle el acceso al mercado debido a estándares ambientales y laborales más bajos, Estados Unidos estaría negándole a los trabajadores centroamericanos una de las herramientas más efectivas para levantar sus niveles de vida generales.

Y otro inconveniente más para el TLC podría ser el resentimiento persistente en el Congreso sobre el colapso de la reunión de la OMC en Cancún. El presidente del Comité de Finanzas del Senado, Charles Grassley, un republicano de Iowa, ha advertido que los miembros del llamado Grupo de los 21 a los que se les considera como los obstructores de un acuerdo en Cancún no serán vistos favorablemente como candidatos para acuerdos de libre comercio. Queda por ver si la molestia de Grassley se extenderá más allá de Brasil e India a otros miembros del G-21 como Costa Rica y Guatemala.

A favor del TLC está el argumento de que un acuerdo comercial con los países de América Central avanzaría objetivos importantes de la política exterior estadounidense en el Hemisferio Occidental. Durante los ochenta la región fue atormentada por guerras civiles alentadas en parte por insurgentes comunistas. Hoy en día todos los miembros del MCC son democracias que han expandido las libertades económicas de sus poblaciones al mismo tiempo que expanden sus libertades políticas y civiles.

Un amplio tratado de libre comercio con Estados Unidos reconocería y premiaría dicho progreso. También ayudaría a esas naciones a reducir la pobreza y a fortalecer las bases de la libertad y el gobierno representativo.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.