Quo vadis Obama
Lorenzo Bernaldo de Quirós señala que Obama accederá a la presidencia de los EE.UU. en medio de "la peor crisis económico-financiera soportada por América y por el mundo desde la Gran Depresión" y se pregunta si la combatirá como Ronald Reagan o como Franklin D. Roosevelt.
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
Barack Obama accederá a la presidencia de los EE.UU. en medio de la peor crisis económico-financiera soportada por América y por el mundo desde la Gran Depresión. Para afrontar esta dramática situación, el nuevo presidente tiene dos opciones fundamentales: primera, seguir la estrategia “rooseveltiana” de aumentar el peso del Estado en la economía y elevar las barreras proteccionistas; segunda, adoptar la filosofía “reaganiana” y confiar al mercado y al libre comercio la tarea de sacar al país de la recesión. F.D. Roosevelt y Ronald Reagan respondieron a inmensos desafíos con planteamientos radicalmente diferentes. Ahora, la pregunta elemental es qué hará el nuevo presidente y la respuesta es problemática. De entrada, su amplia victoria en las presidenciales y el control del Congreso conceden a la administración demócrata un enorme poder para configurar su política, cualquiera que ésta sea.
Ante los triunfos republicanos de los años ochenta del siglo pasado, Clinton adoptó una filosofía similar a la de Blair en el Reino Unido. El partido del Elefante asumió que el Estado no era la solución a los problemas, sino que en gran medida era el problema. Cuando llegó a la Casa Blanca, Clinton no revisó ni modificó en lo sustancial las reformas liberales introducidas por los republicanos, aplicó una estrategia presupuestaria ortodoxa, abanderó la libertad de comercio y realizó profundos cambios en el Estado del Bienestar. Los Nuevos Demócratas clintonianos fueron hijos de Reagan como el Nuevo Laborismo blairita lo fue de Thatcher. El centro ideológico de sus países se había desplazado hacia el liberalismo en sentido clásico y se limitaron a gestionar con pragmatismo centrista ese consenso.
Obama es diferente. Su ideario y su trayectoria le sitúan en la tradición más izquierdista del Partido Demócrata, la representada por políticos como Adlai Stevenson, Hubert Humphrey o George MacGovern. En esta misma franja ideológica están los principales dirigentes de esa formación como su presidente, Howard Dean, y los líderes del Senado y de la Cámara de Representantes, Harry Reid y Nancy Pelosi. Todos son partidarios de extender las funciones del Estado y acercar el modelo socio-económico norteamericano al existente en la vieja Europa y en el ámbito internacional son proteccionistas y aislacionistas militantes. Es posible que las responsabilidades de gobierno moderen esos instintos pero también lo es que consideren la gran victoria cosechada como un giro ideológico de la sociedad americana a la izquierda, similar al que se produjo de signo contrario hace tres décadas.
El riesgo de hacer una lectura de esa naturaleza gana cuerpo si se tiene en cuenta que el desprestigio de la Administración Bush y la crisis económico-financiera se están interpretando como un fracaso del capitalismo competitivo. Durante ocho años, los republicanos han utilizado una retórica liberal, en el sentido europeo, pero en la práctica han impulsado un fuerte aumento del gasto público, no sólo el de defensa; han fabricado un déficit presupuestario descomunal; han aplicado un proteccionismo selectivo; han extendido los programas sociales; han recortado las libertades civiles etc. Bush ha sido un estatista conservador y su presidencia ha constituido una ruptura con la filosofía de gobierno limitado que dominó el Great Old Party durante tres décadas. En este contexto, se abre una clara oportunidad para recuperar los viejos principios demócratas y la tentación de hacerlo es muy alta. La política Hoover-Bush “debe ser” sustituida por la de Roosevelt-Obama.
Desde una óptica económica, la puesta en marcha de las propuestas de Obama agudizaría y prolongaría la recesión y, probablemente, la convertiría en una depresión. Sus proyectos de gasto sólo contribuirían a incrementar de modo espectacular el ya muy abultado déficit público. La subida de impuestos a los ciudadanos con ingresos superiores a los 250.000 dólares al año, el 5 por 100 de los contribuyentes, no es suficiente para financiar sus promesas de gasto y sí lo es para eliminar los incentivos de ese colectivo a ahorrar, invertir y crear riqueza. El aumento de la fiscalidad sobre las rentas del capital impulsaría su fuga. La creación de un sistema de salud a la europea es infinanciable en una economía en recesión. La erección de barreras proteccionistas acentuaría las fuerzas recesivas en América y en el mundo…Los ejemplos podrían multiplicarse.
El eje central de la plataforma socio-económica de Obama es un gigantesco esquema de redistribución de la renta asentado en el aumento del gasto, de los impuestos y de las regulaciones. Es una copia y/o una traslación del modelo estato-corporativista vigente en Europa a los EE.UU. Su instauración supondría una alteración fundamental de los principios que han hecho de esa economía la más rica, dinámica y competitiva del planeta. En el corto plazo, ya se ha señalado, es una receta letal para superar la crisis; en el medio y en el largo sería el comienzo de la decadencia de América. Quizá por eso la izquierda mundial ha apoyado con tanto entusiasmo al ex senador de Illinois. Han vuelto los viejos demócratas con sus rancias ideas. Esta es una pésima noticia para los EE.UU. y para el resto del mundo. En las actuales circunstancias, la patria de Washington, de Jefferson, de Madison y de Lincoln, de todos aquellos líderes que forjaron su grandeza necesitaba un Reagan no un Obama, mala suerte para todos…