La crisis de la economía mixta

Lorenzo Bernaldo de Quirós señala que la actual crisis, en lugar de demostrar el fracaso del capitalismo, expone las fallas estructurales del capitalismo de estado o la economía mixta.

Por Lorenzo Bernaldo de Quirós

La crisis se ha convertido en un pliego de cargos contra el capitalismo, economía de libre mercado o, como quiera definirse a ese sistema basado en la propiedad privada de los medios de producción y en el cual los poderes del estado se limitan a proteger los derechos individuales, al suministro de bienes públicos y al establecimiento de una red mínima de seguridad para aquellas personas incapaces de valerse por sí mismas y/o de adquirir en el mercado determinados bienes y/o servicios. Guste o no, ese marco institucional ha constituido y constituye el instrumento más poderoso conocido por el hombre para extender el progreso y el bienestar. Este es un hecho avalado por una abrumadora evidencia empírica y conviene no olvidarlo cuando el “revival” intervencionista pretende introducir medidas cuya aplicación sólo serviría para reducir el nivel de vida de millones de personas en todo el mundo y para retroceder en los avances realizados en la lucha contra la pobreza.

La izquierda socialista que profetizó durante más de un siglo el inevitable colapso del capitalismo, a causa de sus “inevitables contradicciones internas”, cree reivindicados sus negros augurios. Así lo hizo en la crisis asiática del bienio 1997-1998 y volverá a hacerlo siempre que surja la ocasión. Quien no se consuela es porque no quiere. Por su parte, la derecha conservadora proclama el final de la tiranía de los mercados a quienes siempre ha considerado una amenaza para el statu quo, una fuerza de cambio revolucionaria, hostil a muchos o a algunos de sus valores tradicionales. Ambas exigen la expansión de las funciones del gobierno, la elevación de los impuestos y de las regulaciones, la erección de barreras proteccionistas e incluso una radical revisión del vigente modelo económico. Este común enfoque estatista parte de una falsedad inicial, la existencia de un único y universal modelo capitalista cuyo “fracaso” exigiría buscarle una alternativa para evitar el caos desencadenado por su incontrolada dinámica.

De entrada, los países más cercanos al ideal teórico del capitalismo son aquellos con un mayor PIB per cápita y con niveles de bienestar social más altos. Al mismo tiempo, la extensión del mercado, la protección de los derechos de propiedad, la apertura de las economías etc. han sido las causas determinantes del espectacular desarrollo experimentado por países pobres o muy pobres hace tan sólo unas décadas como lo eran Japón, Corea del Sur, China, India, Chile, España etc. Sin el abandono total o parcial del socialismo y sin la introducción de reformas de corte capitalista hubiese sido imposible y resultaría inexplicable la brutal caída de la pobreza a escala mundial experimentada en los últimos treinta años, la mayor registrada en la historia de la Humanidad. Ante esta simple realidad, las descalificaciones lanzadas contra el sistema de libre empresa constituyen un insulto a la inteligencia.

Desde comienzos de los años ochenta del siglo pasado han sido las economías con mayor presencia del Estado las que han funcionado peor. Los campeones europeos del estatismo, Francia e Italia han experimentado un proceso de decadencia económica relativa y absoluta frente a quienes adoptaron estrategias pro-mercado, como España e Irlanda, en la década de los noventa del siglo pasado; lo mismo puede decirse de las repúblicas bálticas frente a las otras antiguas economías de planificación central cuyo reformismo capitalista ha sido menor. Esas comparaciones son aplicables a todas las regiones del mundo, de Asia a Latinoamérica. Incluso en África, el continente olvidado, los países más orientados al mercado, Mauricio, Zambia, Benin, Bostwana o Sudáfrica han escapado de la postración que afecta a la mayor parte de esa zona.

La ola anti-capitalista de estos días refleja también la denominada “Falacia del Nirvana” formulada por Harold Demsetz; esto es, si el funcionamiento de la economía se aparta del óptimo teórico definido en los libros de texto, se está ante un fallo de mercado que exige la intervención del gobierno. Nada de eso servía ni sirve para contrastar la posición socialista cuyas desagradables realidades nunca le afectaban ni le afectan porque eran/son perversiones de su verdadero ideal. Pero qué sucede cuando son la injerencia del Estado en los mercados o errores de política económica las causas de esos “fallos”. En gran medida, la crítica situación actual es resultado de dos elementos: una mala, no una insuficiente regulación, y una pésima política monetaria. Desde esta perspectiva, los problemas del presente son la consecuencia directa e inevitable de un capitalismo de estado o dirigido que ha distorsionado el funcionamiento de las fuerzas del mercado y ha amplificado en lugar de reducir el impacto de la crisis. Esto no ofrece duda alguna para cualquier analista con un elemental conocimiento de la teoría económica y sentido común.

Si la alternativa a la economía mixta dominante, consiste en aumentar todavía más su componente estatista, las crisis se volverán a repetir y serán de mayor intensidad, salvo que la “refundación del capitalismo” preconizada por Sarkozy y Zetapé, dos hombres y un destino, lleve a su sustitución por un modelo absolutamente dirigido. No existe una tercera vía entre el capitalismo y la planificación. La historia lo demuestra con una persistente tozudez. Las economías mixtas son estructuralmente inestables. O domina el mercado o lo hace el Estado. En las décadas posteriores a los shocks petrolíferos de los setenta, unas dosis de liberalismo lograron revitalizar el mortecino modelo estatista vigente en la mayor parte del mundo. Ahora, una inyección adicional de estatismo en la estructura de unas economías ya muy intervenidas sólo logrará destruir o debilitar los mecanismos que hacen posible el crecimiento y la generación de riqueza de esa “increíble máquina de fabricar el pan” a la que se conoce por capitalismo. Hay que enterrar la economía mixta y “fundar” el capitalismo, ese ideal desconocido como diría Ayn Rand.