Colombia, el escenario político del TLC

En la última fase de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Colombia y EE.UU., todo indica que las consideraciones comerciales han dado paso a los criterios de orden político.

Por Andrés Mejía-Vergnaud

En la última fase de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Colombia y EE.UU., todo indica que las consideraciones comerciales han dado paso a los criterios de orden político.

Esto ocurre en un momento en el cual, en el terreno de lo meramente comercial, parecían haberse identificado una serie de desacuerdos aparentemente insalvables. Estos desacuerdos tienen que ver con la pretensión colombiana de mantener un cierto nivel de protección en algunos sectores agrícolas y en la avicultura, y con la insistencia de EE.UU. en mantener barreras de tipo sanitario que los negociadores Colombianos consideran excesivas. También ha habido tensión en lo relacionado con propiedad intelectual en productos farmacéuticos, pero las dificultades en ese campo parecen haber cedido o, al menos, lucen más pequeñas frente al bloqueo que se observa en la negociación agrícola.

Colombia decidió entonces jugar sus cartas políticas, que no son nada despreciables. En una región de creciente inestabilidad, marcada por la presencia de un gobernante agresivo, que declara abiertamente su enemistad hacia EE.UU., y que se ha propuesto expandir su visión y su modelo por todo el continente, Colombia se erige como el aliado más fiel de EE.UU.. Desde que Andrés Pastrana (hoy embajador en Washington) asumió la presidencia en 1998, las relaciones con EE.UU. han venido haciéndose más cercanas y más firmes. Esta tendencia se ha fortalecido durante la administración Uribe. Y la cuestión ya trasciende el mero ámbito de la lucha contra el narcotráfico y contra la guerrilla. Hoy por hoy se trata de una cuestión geopolítica y del peligro que significaría la consolidación de un bloque anti-norteamericano a sólo tres horas de EE.UU., aliado además con el régimen de Fidel Castro.

La lógica de esta idea es muy simple: dado que Colombia es tan importante en lo estratégico para EE.UU., éste país debería ceder en sus posiciones comerciales y permitir un rápido cierre de la negociación. Así no solamente se afianzarían los lazos entre ambos países, sino que el presidente Uribe, aliado cercano de EE.UU., recibiría un notable impulso. Uribe aspira a ser reelegido en mayo de este año y las encuestas muestran para él una sólida ventaja.

Para poner en marcha esta estrategia, Uribe viajó recientemente con la inusual intención de sentarse él mismo en la mesa de negociaciones. En Washington, se reunió con el presidente Bush, quien hizo declaraciones retóricas de apoyo a Colombia, pero evitó revelar si EE.UU. haría más concesiones comerciales. El viernes 17 de febrero, el diario Washington Post pidió en su editorial apoyar a Uribe, firmar el tratado y tener en cuenta que la situación peculiar de Colombia puede justificar algunas cláusulas de protección agrícola.

Sin embargo, incluso si esta estrategia da resultado, quedarían todavía muchas complicaciones en el escenario político del TLC.

A pesar de que ya se firmó, el TLC todavía debe pasar por el Congreso y la Corte Constitucional de Colombia, conocida por su tendencia al activismo. En Colombia, las encuestas han venido mostrando un decrecimiento sostenido en el apoyo popular al tratado. Incluso han ocurrido episodios inauditos, como la decisión de una juez que, tras admitir una demanda de un particular, ordenó al presidente abstenerse de firmar el TLC, sin tener la juez autoridad para emitir tal orden. Como si esto fuera poco, el TLC deberá ser ratificado por el Congreso de EE.UU. y la reciente experiencia del CAFTA, que fue aprobado por una mínima diferencia favorable, hace temer grandes dificultades, especialmente cuando las perspectivas para la administración Bush en el Congreso no son muy buenas.

Al presidente Uribe le cabe una enorme responsabilidad por el deterioro del escenario político del TLC, en lo que a Colombia se refiere. Igual responsabilidad le cabe a los ministros de agricultura y protección social. Al presidente porque éste nunca mostró un liderazgo firme en el proceso y nunca transmitió al país una convicción firme en las bondades del TLC. Y los mencionados ministros, bajo la consigna de “proteger” ciertos “intereses del país” tuvieron una intervención altamente perturbadora en las negociaciones y en su explicación al público. ¿Y quiénes han aprovechado esta debilidad de liderazgo? Sin duda, los sectores privilegiados que no quieren perder la protección de que gozan hoy, o los que desean, como es el caso de los fabricantes de medicamentos genéricos, impedir que se consoliden reglas claras sobre la inversión y la protección a las innovaciones.