El verdadero legado del socialismo es la inmoralidad
Marian L. Tupy sostiene que el daño más grande que el socialismo infligió en los países que lo pusieron en práctica no fue económico, sino espiritual: robar, mentir y espiar se volvieron cosa de todos los días.
Por Marian L. Tupy
Hace un par de semanas, visité Nueva Orleans, donde di una charla acerca del progreso humano. Mi charla se enfocaba en los avances en la calidad de vida de alrededor del mundo durante los últimos 200 años —un periodo de una mejora sin precedentes en la prosperidad causada por la Revolución Industrial y el comercio global. Una de las preguntas de la audiencia tenía que ver con la moralidad del capitalismo. “Usted ha demostrado que el capitalismo crea más riqueza que el socialismo”, concedió un hombre joven. Pero, preguntó, “¿acaso es moral?”
En respuesta, me enfoqué en los aspectos voluntarios y beneficiosos del capitalismo. Para hacer dinero, los capitalistas necesitan hacer trabajos o producir cosas que otras personas desean (Si, hay excepciones. Los capitalistas protegidos de las fuerzas del mercado por funcionarios corruptos, por ejemplo, obtienen rentas monopolísticas sobre las cuales no tienen derecho. A eso se refiere la frase “capitalismo de compadres”).
De igual forma, las transacciones entre capitalistas y consumidores usualmente son voluntarias. Los capitalistas no pueden obligar a sus consumidores a comprar productos y servicios del sector privado (Nuevamente, hay excepciones. En virtud de Obamacare, por ejemplo, el gobierno de EE.UU. puede obligar a la gente a comprar seguro de salud del sector privado).
Defender al capitalismo como un sistema moralmente sólido es ciertamente algo importante, sobre todo porque, como he señalado anteriormente, “hasta donde el capitalismo sea la última repetición del marco económico basado en el comercio, la propiedad privada y la creación de ganancias, siempre han habido quienes encontraron a estas tres bases como [moralmente] desagradables”.
Muchas veces se asume, como lo hacía mi cuestionador de Nueva Orleans, que el capitalismo es moral. ¿Está justificada esta presunción? El socialismo es un ideal utópico que pretende resolver todos los problemas de la humanidad incluyendo, sobre todo, los de la pobreza y la desigualdad. La teoría y la práctica, no obstante, han solido estar en conflicto.
Así delineó Karl Marx los beneficios a futuro de la sociedad socialista, “Si hemos elegido la posición en la vida en la cual podemos hacer gran parte del trabajo para la humanidad, ninguna carga nos puede derribar, porque estos son los sacrificios por el bien de todos; entonces experimentaremos no una alegría insignificante, limitada y egoísta, sino que nuestra felicidad pertenecerá a millones, nuestras acciones vivirán silenciosamente pero estarán en función perpetua, y sobre nuestras cenizas se derramarán lágrimas calientes de personas nobles”.
Leon Trotsky, el revolucionario soviético, escribió que en una sociedad socialista “El hombre se volverá inmensurablemente más fuerte, sabio, y sutil; su cuerpo será más armonioso, sus movimientos más rítmicos, su voz más musical. Las formas de la vida serán más dinámicamente dramáticas. La clase promedio de humano surgirá a las alturas de Aristóteles, Goethe, o de Marx. Y por encima de estas alturas, nuevos picos surgirán”.
Fidel Castro declaró que la Revolución Cubana era “de los humildes, con los humildes y por los humildes” y que su lucha por el socialismo era por “las vidas de los niños del mundo”. El Che Guevara, el número dos de Castro, se jactaba de que “Al riesgo de parecer ridículo, permítanme decirles que el verdadero revolucionario está guiado por un gran sentido de amor. Es imposible pensar en un revolucionario genuino que carezca de esta característica”.
Estos sentimientos, que para mucha gente son nobles, son recordados hasta el día de hoy por la plataforma del Partido Socialista de EE.UU., que afirma que “Estamos comprometidos con la transformación del capitalismo a través de la creación de una sociedad democrática socialista basada en la compasión, la empatía, y el respeto...”
Llevando estas ideas socialistas a la práctica resultó ser mucho más problemático. Una de las desventajas más obvias del socialismo en la vida real es su tendencia a conducir hacia una dictadura. Esta relación, claramente visible en la Venezuela de hoy, fue identificada por primera vez por el economista Premio Nobel Friedrich Hayek en su obra Camino de servidumbre.
En 1944, cuando escribió su libro, Hayek señaló que los crímenes de los alemanes Nacional Socialistas y de los Comunistas Soviéticos eran, en gran medida, el resultado de un creciente control estatal sobre la economía. Como explicó, la creciente intervención estatal en la economía conduce a ineficiencias masivas y a largas colas afuera de tiendas vacías. Un estado de crisis económica perpetua luego conduce a clamados por más planificación.
Pero la planificación económica es contraria a la libertad. Como no puede haber un acuerdo acerca de un plan único en una sociedad libre, la centralización de la toma de decisiones económicas tiene que estar acompañada de una centralización del poder político en las manos de una élite pequeña. Cuando, al final, el fracaso de la planificación central se vuelve innegable, los regímenes totalitarios suelen silenciar a los disidentes —algunas veces a través de los asesinatos masivos.
La disidencia política bajo el socialismo es difícil, porque el Estado es el único empleador. Para citar a Trotsky nuevamente, “En un país donde el único empleador es el Estado, la oposición implica morirse de hambre lentamente. El viejo principio: quien no trabaja no comerá, ha sido reemplazado con uno nuevo: quien no obedece no comerá”. Una economía libre, en otras palabras, es una condición necesaria, aunque no suficiente, para que haya libertad política.
Obviamente, no todos sienten que la dictadura y las masacres son un precio demasiado alto que pagar por la igualdad. A Eric Hobsbawn, el historiador marxista británico, por ejemplo, una vez le preguntaron que si es que los comunistas hubiesen logrado sus objetivos, pero al costo de, digamos, 15 a 20 millones de personas —en lugar de los 100 millones que realmente mató en Rusia y China— él lo hubiese apoyado. Su respuesta fue de una sola palabra: si. Incluso hoy, muchas personas, incluyendo al Primer Ministro de Canadá Justin Trudeau, admiran la dictadura cubana, porque esta supuestamente ha logrado brindar salud y educación gratuita a las masas.
Escribí “supuestamente”, porque bajo el socialismo, los sobornos (pagos en efectivo o en favores, por ejemplo) son ubicuos. Los médicos, que no sienten que reciben suficiente del Estado, demandan sobornos para atender a sus pacientes. Los profesores, que sienten lo mismo, promueven a los niños de los doctores para poder tener un mejor acceso a la atención médica. Este proceso permea todo nivel de la sociedad.
Muchas veces, los sobornos y el robo van de la mano. En los países socialistas, el Estado es dueño de todas las facilidades de producción, como las fábricas, las tiendas y las haciendas. Para tener algo qué comerciar entre ellos, la gente primero tiene que “robar” del Estado. Un carnicero, por ejemplo, roba carne para poderla intercambiar por vegetales que el tendero robó, y así sucesivamente.
Bajo el socialismo, los favores se pueden obtener de otras formas también. En Alemania del Este, por ejemplo, la gente muchas veces espiaba a sus vecinos o, incluso, a sus esposos. Los empleados a tiempo completo de la policía secreta y sus colaboradores informales comprendían a alrededor de un dos por ciento de la población. Una vez que los informantes ocasionales son tomados en cuenta, llegamos a la conclusión de que uno de cada seis alemanes del Este estuvieron en uno u otro momento involucrados en espiar a sus conciudadanos.
El socialismo, en otras palabras, no solo se sostiene mediante la fuerza, sino que también es moralmente corruptor. Mentir, robar y espiar son cosa de todos los días y la confianza entre la gente desaparece. Lejos de fomentar la hermandad entre la gente, el socialismo hace que todos sean sospechosos y resentidos.
Muchas veces he sostenido que el daño más grande que el socialismo hizo no fue económico. Fue espiritual. Muchos de los países que abandonaron el socialismo reconstruyeron sus economías y se volvieron prósperos. Lo mismo no puede decirse acerca de sus instituciones, como el Estado de Derecho, y del comportamiento de sus ciudadanos, como la prevalencia de la corrupción. La prosperidad es la consecuencia de la eliminación de barreras al intercambio entre personas libres. Pero, ¿cómo uno hace para que la sociedad sea menos corrupta y más respetuosa de la ley?
El verdadero legado del socialismo, en otras palabras, no es la igualdad, sino la inmoralidad.
Este artículo fue publicado originalmente en el Blog de HumanProgress.org (EE.UU.) el 3 de mayo de 2017.