Cohesión social en Latinoamérica

Por Pedro Schwartz

Rafael Pampillón es un ejemplo de claridad en todo lo que escribe y enseña. Eso permite a sus lectores y alumnos aprender cuando acierta tanto como cuando se equivoca: también los errores pueden ser útiles, pues nos enseñan lo que hay que evitar. Cuando habla de América, Pampillón a menudo pone el dedo en la llaga: denuncia corrupción, proteccionismo comercial, inestabilidad monetaria, indefinición de derechos de propiedad; así puede distinguir entre los países que se comportan en estas materias de buen gobierno y buenas instituciones y los que llevan un paso tambaleante, al amparo de la bonanza de los subidos precios de las materias primas. En un reciente artículo, sin embargo, titulado “Cohesión social y reformas en Latinoamérica”, dedicado a ese aquelarre que son las Cumbres iberoamericanas, se fija en dos falsos problemas: la desigualdad social y la revaluación de las monedas en aquellas regiones.

Todavía no ha calado en la opinión pública el hecho bienvenido de que tanto Iberoamérica como el África al sur del Sahara llevan cinco años de notable crecimiento económico. En parte ello se debe a que las materias primas que producen han alcanzado muy altos precios. Otra parte se debe a que en América son ya muchos los países que funcionan muy aceptablemente: Chile, México, Brasil, Perú, incluso Colombia pese a la guerrilla y el narcotráfico. Otros hay que despilfarran su bonanza temporal: son ejemplos de la “maldición del petróleo”, que lleva a los gobernantes a enriquecerse indebidamente y a jugar con el dinero del subsuelo para darse importancia en el mundo.

Pese a tan halagüeño desarrollo, mis amigos latinoamericanos se muestran pesimistas. Desanimados y desmoralizados porque cunde el populismo petrolero y la opresión “bolivariana”, creen que la respuesta frente al peligro del dinero revolucionario es aplicar políticas socialdemócratas que han fracasado en el Primer Mundo. Pampillón es uno de los que denuncia que “el gasto público es insuficiente, está mal diseñado y no es redistributivo”. Hace falta, añade, más presión fiscal, dado que, excepto en Brasil, las “recaudaciones son bajísimas”. Ello se debe a que abundan las “exenciones y deducciones fiscales” y a que “una gran parte de la economía trabaja en la informalidad”. Lo dicho: impuestos más altos y progresivos, más gasto público, y menos corrupción (si Dios quiere).

Estoy de acuerdo con la idea de combatir con toda energía la corrupción pero quizá nuestros remedios difieran. El intento de enviar los sátrapas a la cárcel o de recobrar lo que hayan escondido en paraísos fiscales no basta. La mayor transparencia informativa, con medios independientes del poder, es cosa poco práctica cuando gobierna un gorila. Más eficaz sería reducir el tamaño del sector público: la corrupción política disminuye cuando las explotaciones petroleras no son del Estado, cuando se privatizan las empresas públicas, se reducen los trámites para crear empresas y obtener permisos, se definen y respetaran los derechos de propiedad, especialmente la propiedad de los pobres.

Aumentar los impuestos para expandir el gasto público y redistribuir la riqueza puede dar algunos votos pero no resuelve, muy al contrario, el problema de la pobreza. Fíjense en que Chávez no sólo intenta expropiar el producto del subsuelo sino que, en su proyecto de Constitución, quiere suprimir la independencia del Banco Central. Poco pueden hacer los políticos decentes con impuestos redistributivos contra las larguezas de populistas que nadan en petróleo o manejan la máquina de imprimir billetes. Los populistas tienen las de ganar, hasta el momento en que ponen su país al borde de la catástrofe; y cuando llega el desencanto de los pobres que no salen de su miseria y las caceroladas de las amas de casa esquilmadas por la inflación, puede volver la democracia, o venir un golpe militar, o crearse una situación cubana.

Esencial para combatir el populismo es vencer la pobreza, no redistribuir la poca riqueza existente. No es lo mismo dar de comer que reducir las desigualdades. La experiencia del sudeste asiático durante el último cuarto de siglo indica que es posible elevar a millones de personas por encima de la mera subsistencia si la economía se liberaliza y se busca activamente vender en el extranjero. Gracias a los avance asiáticos, nos ha enseñado Sala i Martín, el número de pobres que viven con menos de dos dólares al día en el mundo se ha reducido en 400 millones en el último cuarto del siglo pasado, y eso que la población mundial ha aumentado enanos mil millones durante ese tiempo. Además, ¡milagro, milagro! También se ha reducido la desigualdad: el porcentaje de personas que viven con menos de dos dólares al día ha pasado del 44% al 8% desde 1970. Es la globalización, señala el economista catalán.

Tampoco es cierto que la revaluación de las monedas de América Latina, respecto del dólar sobre todo, suponga necesariamente para esos países una “pérdida de competitividad”. El tipo de cambio que importa para las exportaciones es el tipo de cambio real, es decir, el que toma en cuenta el verdadero poder adquisitivo de las monedas prestando atención también a la inflación interna. Cuando una moneda se revalúa, los precios en el interior tienden a contenerse, con lo que la temida falta de competitividad se corrige. Mucho más importante para el desarrollo económico es la mejora de la productividad real, gracias a impuestos más bajos, gasto público mínimo, desaparición de protecciones y favores públicos, inversión directa extranjera, imitación de tecnologías modernas.

Importan pues mucho los impuestos bajos. Ahora está de moda decir que es bueno bajar la tarifa porque se recauda más. Se trata de bajar la carga fiscal, reduciendo el nivel absoluto del gasto público. No olviden nunca que gasto total es el impuesto total. Un gasto público creciente, como quiere Pampillón, hay que financiarlo, sea con más impuestos, o más deuda, o más inflación. Dejaré para otro día el decirles cómo se hacen obras públicas o se financia la educación, o las pensiones con dinero privado. Hoy me contento con decir que hablar de “cohesión social” equivale dignificar la envidia. ¡Qué importa que haya muchos ricos, si han conseguido su fortuna en limpia competencia y de paso han sacado hambrientos de la pobreza!

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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