El Premio Nobel de la Paz
Enero de 1982: una joven guatemalteca de ascendencia maya llamada Rigoberta Menchú Tum, se reúne en Paris con la escritora francesa de origen venezolano, Elisabeth Burgos. De las conversaciones que mantienen durante dos semanas sale el libro Me llamo Rigoberta y así me nació la conciencia, que narra la trágica historia de la joven.
El libro explica que Rigoberta era hija de campesinos pobres que cobraban salarios miserables trabajando en condiciones de esclavitud en las plantaciones de café propiedad de ladinos (blancos descendientes de colonos españoles). La pobreza impidió que Rigoberta fuera al colegio y sólo aprendió español unos meses antes de ir a París. Un día, los guardaespaldas del terrateniente apalizaron a su padre, Vicente Menchú, por defender a los campesinos mayas. A raíz de esa paliza, Vicente empezó un movimiento de liberación. El gobierno capturó a su hijo, Petrocinio, que fue torturado y quemado vivo delante de todo el pueblo, con su pequeña hermana como testigo principal. Luego el padre lideró una masiva manifestación de protesta que fue aplastada nada más llegar a la capital. Rigoberta se escapó a México desde donde lideró el movimiento revolucionario. La historia era tan conmovedora que en 1992, Rigoberta fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz.
En 1999, el antropólogo David Stoll investigó los hechos. Resulta que la familia Menchú era una familia relativamente rica, propietaria de 28 kilómetros cuadrados de tierra. Vicente, el padre, nunca tuvo que trabajar para los ladinos. Es más, no fue apalizado por los guardaespaldas del terrateniente sino por los hermanos de la madre, los Tum, otra familia rica que se disputaba la tierra con los Menchú. Tampoco es cierto que la pequeña Rigoberta no tuviera estudios: fue a la escuela de las monjas blancas y allí aprendió español muchos años antes de ir a Paris. Y aquello de que Petrocinio fuera quemado vivo también era invención: nadie en el pueblo recuerda que la policía incendiara al hermano de Rigoberta. Lo que sí es cierto, es que un día éste desapareció y no se lo ha vuelto a ver, aunque testigos aseguran haberlo visto en Nueva York.
Tras la publicación del libro, Rigoberta acusó a Stoll de estar al servicio de la dictadura guatemalteca. Pero acabó confesando que mucho de lo que explicaba en su libro era una fabricación de la escritora: Elisabeth Burgos resultó ser una militante de diferentes causas rebeldes en Sudamérica, casada con Régis Debray, un revolucionario francés amigo del Che. Una vez desenmascarada la farsa, muchos han pedido que se le retire el premio Nobel a Rigoberta (como las medallas olímpicas a Marion Jones) pero, hasta la fecha, eso no ha sucedido.
Y es que, año tras año, el comité Nobel de la Paz nos defrauda premiando a alguien que ha violado flagrantemente los principios pacifistas defendidos por Alfred Nobel o que no ha hecho nada para defender la paz. Según los estatutos, el premio Nobel de la Paz se otorga al individuo o grupo que más haya trabajado por la fraternidad de las naciones, por la abolición de los ejércitos o por la promoción de congresos de paz. Si preguntamos a la gente de la calle qué persona del siglo XX mejor encarnó estos principios, seguramente la mayoría señalaría a Mahadma Ghandi. Pues bien, Ghandi nunca ganó el premio Nobel de la Paz.
En cambio, sí han sido galardonados conocidos terroristas o líderes que han luchado por sus causas a través de la violencia: desde Yaser Arafat (que siempre apareció ante el público con su uniforme militar) hasta Henry Kissinger (instigador del golpe de estado de Pinochet y que contribuyó a finalizar la guerra de Vietnam más por necesidad de política interna que por convicción pacifista) pasando por Anwar el Sadat (conocido por eliminar a enemigos políticos a través de “accidentes” aéreos) o la propia Rigoberta Menchú (quien, a diferencia de Ghandi, promueve una revolución indígena violenta contra los blancos).
Entre los galardonados por defender causas que no tienen relación con la paz tenemos al ganador del año pasado, Muhammad Yunus, que creó un banco para dar crédito a los pobres, Wangari Maathai que ganó por defender la sostenibilidad en Kenya, o médicos sin fronteras por su labor humanitaria. La erradicación de la pobreza, la defensa de los árboles y la salud pública son causas extraordinariamente nobles… pero no tienen nada que ver con los objetivos del Nobel de la Paz.
Lo que nos lleva al premio de 2007 concedido a Al Gore y al IPCC de la ONU por su labor en la creación y diseminación del conocimiento sobre el cambio climático. ¿Qué han hecho para merecer este premio? La respuesta es que no han hecho nada. Absolutamente nada. Evitar el calentamiento del planeta puede ser muy importante, pero ni Al Gore ni el IPCC han trabajado por la fraternidad de las naciones, ni la abolición de los ejércitos ni han promovido congresos de paz.
Lo peor es que Al Gore comparte con Rigoberta Menchú su afición por fabricar historias. Y eso no lo digo yo, lo dice el otro ganador del mismo premio, el IPCC, cuyas aportaciones científicas demuestran que hasta nueve de las más dramáticas afirmaciones hechas por Gore en su documental son exageraciones que faltan a la verdad.
El premio de este año es, pues, una nueva farsa que reduce más, si cabe, el poco prestigio que le queda a la fundación Nobel. Por favor, que alguien acabe con esta fantochada y elimine las instituciones que conceden premios con motivaciones políticas empezando, cómo no, por el Premio Nobel de la Paz.