Armas de destrucción masiva: Distracciones del fin del mundo

Por Alan Reynolds

Los reportes que trataban de las supuestas armas de destrucción masiva de Irak antes de la guerra estaban “todos equivocados”, de acuerdo a la comisión presidencial para las capacidades de inteligencia estadounidenses.

Eso no es sorprendente. En una columna de opinión de junio del 2003 titulada “Inteligencia sin cerebro”, yo demostré como cualquier persona capaz de pensamiento crítico fácilmente podía darse cuenta que el reporte de la CIA de Octubre del 2002 sobre “Las Armas de Destrucción Masiva de Irak” era una inexperta colección de especulaciones inconsistentes, rumores, y sospechas.

Al reporte no solo le faltaban datos sino también sentido común. La comisión descubrió que lo peores errores de la CIA fueron causados por “más que nada fallas de análisis”, y por las “presunciones fundamentales y las premisas de sus juicios analíticos”, y por su “salto deductivo”.

El panel culpó a la falta de imaginación. El mayor peligro tal vez es demasiada imaginación—imaginarse escenarios de ciencia ficción poco factibles, como esos que recientemente han salido del Departamento de Seguridad Doméstica sobre agentes demostrablemente inefectivos entregados por aparatos inexplicables.

En el parcialmente presiente film de Kurt Russell “Decisión Ejecutiva”, los terroristas islámicos secuestran una nave aérea para matar a “millones de estadounidenses” con bombas llenas de gas de nervio sarin. El combustible del jet hubiera sido una amenaza menos emocionante pero más real.

Como la revista The Economist indicó dos semanas después de los ataques terroristas de Septiembre 11, 2001: “Aunque unas pocas moléculas de sarin son suficientes para matar a una persona, se necesitan cientos de libras de químicos para lograr esa concentración en un ataque al aire libre”.

En octubre 2 del 2002, los reporteros del Washington Post, Joby Warrick y Joe Stephens, descubrieron que las agencias de defensa e inteligencia se habían fascinado tanto con sarin, viruela, y otras “armas de destrucción masiva” hipotéticas que no conectaron las tres pistas: aviones comerciales eran secuestrados frecuentemente; el combustible de aviones es explosivo; las tácticas suicidas son comunes en los terroristas.

El artículo reveló que “elaborados ejercicios de planeamiento por varias agencias con nombres llamativos como ‘Ex Rojo’ e ‘Invierno Oscuro’ se concentraban principalmente en amenazas biológicas y químicas, mientras que los expertos que incitaban preparaciones para un ataque más simple y tradicional no fueron escuchados…Mucho dinero ingresó para investigaciones de amenazas químicas y biológicas. Institutos de investigación fueron creados para esto”.

Las muertes después de la guerra por bioterrorismo son solo seis—cinco estadounidenses murieron por ántrax y un búlgaro fue asesinado con ricino. Las muertes ocasionadas por el terrorismo químico son 26—19 por el gas sarin en los transportes subterráneos japoneses hace más de una década y siete en Chicago en 1982 los cuales fueron matados con Tylenol mezclada con cianuro.

En marzo de 1999, el escritor científico del Washington Post, Daniel Greenberg, ya sentía un “soplón de histeria y de oportunismo presupuestario en los escenarios espeluznantes de los salvadores que se han proclamado en contra de la amenaza de bioterrorismo”.

Hoy, el costo federal de esta bonanza del bioterrorismo es de $7.9 mil millones al año—casi $2 mil millones por cada víctima conocida del bioterrorismo. Aún así los ciudadanos que pagan impuestos todavía son asaltados por los periódicos estudios que crean histeria y los cuales provienen de institutos oportunistas, que dicen “EE.UU. todavía no está preparado para proteger a la gente de terroristas en posesión de agentes biológicos”.

Agrupando a las armas nucleares con un conjunto de agentes biológicos y químicos como armas de destrucción “masiva” la intención es que se implique que los gérmenes y los químicos son igual de peligrosos que las bombas nucleares. En un discurso de enero del 2003, el anterior sub-Secretario de Defensa Paul Wolfowitz dijo que Irak tenía suficiente ricino para matar a “más de un millón de personas”, toxina de botullinum para matar a “más de diez-miles de millones” y ántrax “para matar a cientos de millones”.

Para usar ricino para matar a muchas personas, alguien tendría que lanzar cientos de toneladas de ricino en un área pequeña. Para matar a muchos con ántrax o botox, alguien tendría que primero conseguir que las víctimas huelan el ántrax de grado de armas o que coman comida contaminada con botulino y luego que eviten los antibióticos o las antitoxinas.

Cuatro meses antes de que ocurran los ataques de septiembre 11, el Centro Para Los Estudios Estratégicos e Internacionales fue anfitrión de un juego llamado “Invierno Oscuro” que asumía que el virus de la viruela podía de alguna manera ser librado en tres centros comerciales sin que nadie se de cuenta dejando a 3,000 personas infectadas. Se asumió (equivocadamente) que cada víctima infectaría a diez más, mediante el contacto casual con otros que no se dieran cuenta de su viruela. Calculando todo esto supuestamente resultaba en un millón de muertes dentro de dos meses. El “Invierno Oscuro” fue citado como una razón por la cual la administración de Bush gastó 300 millones de dosis de vacunas para la viruela y trataron de forzar vacunas riesgosas en los primeros que reaccionaron.

Sharon Belgey, la columnista científica del Wall Street Journal, desacreditó el “Invierno Oscuro” en noviembre del 2002, citando al experto suizo Meter Merkle sobre “la prensa sensacionalista y el bombo publicitario proveniente de la floreciente industria de biodefensa”. “Invierno Oscuro” asumió que todos los que estaban infectados esparcieron la infección a diez personas más, pero equipos de investigadores dicen que esa estimación es diez veces mayor a lo que sucedería en realidad. “La viruela se esparce despacio y no es muy contagiosa”, dijo Belgey. Los síntomas de la viruela son considerablemente visibles, lo cual funciona como una gran señal de cuarentena. Hasta una cuarentena parcial y una vacunación local han probado ser efectivas en contra de la viruela.

Luego de que la invasión de Irak no dio con armas de destrucción masivas, una editorial del Wall Street Journal utilizó la mención del inspector David Kay de una investigación Iraquí de aflatoxina—un molde carcinogénico que es investigado porque su exceso de aflatoxina en nueces puede resultar en prohibición de exportaciones. Un trabajador de laboratorio en EE.UU. una vez trató de suicidarse ingiriendo mucha aflatoxina, pero falló.

Para usar aflatoxina, ántrax, botox, o ricino para matar a más de una docena de personas, uno tiene que imaginarse un aparato para hacer llegar efectivamente dichos agentes. Cuando se trató de sistemas imaginarios de entrega, el sensacionalismo llegó a alturas absurdas.

El reporte Inglés del 2002 dijo que “Irak puede enviar agentes químicos y biológicos utilizando un extenso rango de cartuchos de artillería, bombas de caída libre, rociadores y misiles balísticos”. Pero los agentes biológicos (con la excepción de ricino) son organismos vivientes, los cuales serían matados por cualquier bomba, cartucho o misil. Los agentes químicos son líquidos en temperaturas de ambiente, no gaseosos, y más efectivos en lugares cerrados como un tren subterráneo o un edificio.

Los agentes químicos pueden ser librados con cartuchos de artillería, pero ¿Cómo podrían los terroristas meterse en una ciudad con una nave Howitzer de 4-toneladas? Si los terroristas pueden atacarnos con cartuchos de artillería, bombas de caída libre o misiles, deberíamos de preocuparnos mucho más de los explosivos convencionales que de los cartuchos de sarin o de las bombas de aflatoxin.

El anterior Secretado de Estado Powell le dijo a la ONU que Irak tenía “maneras de dispersar agentes biológicos letales extensamente, sin discriminación en la oferta de agua, y en el aire”. Pero pocos agentes biológicos (con la excepción de ántrax) pueden sobrevivir en la luz solar, y ninguno puede sobrevivir el cloro. Y se necesitarían muchos inmensos camiones para envenenar una pequeña reserva de agua.

¿Y que hay del miedo de que los agentes biológicos dispersados sin discriminación en el aire? Los que imaginan estos escenarios han especulado sobre mezclar ántrax con agua y de alguna manera rociarlo (sin que sea detectado) desde camiones, barredores de cultivos, o aviones sin piloto. Pero para morir de ántrax, uno necesita inhalar miles de esporas. Esas esporas se arrejuntan y se mezclan con el polvo, pero deben ser ni tan grandes ni tan pequeñas, sino podrían ser expulsadas (vía estornudos, tos, o digestión). Aunque suficientes partículas del tamaño perfecto puedan ser rociadas en las brisas, las probabilidades son extremadamente bajas de que se infecten más de una docena de personas de esa manera. Y ninguna se moriría si tomasen Cipro rápidamente.

El peligro mayor de las aseveraciones alarmistas pasadas y presentes sobre el terrorismo biológico es que las incesantes exageraciones de eventos con poca probabilidad de suceder continúan desviando la atención y recursos limitados de las armas reales que los terroristas reales usan—aviones, ametralladoras, incendios, bombas suicidas y bombas de carros.

 

Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.