Cerrando el caso de Kosovo

Por Doug Bandow

El Presidente Bill Clinton inauguró una nueva era en las relaciones internacionales estadounidenses cuando inició una guerra de agresión no provocada en contra de Yugoslavia, la cual no había atacado ni a EE.UU. ni a ningún aliado estadounidense. Seis años después, la provincia yugoslava (ahora Serbia) de Kosovo permanece en el limbo.

Nicholas Burns, el subsecretario del Estado para asuntos políticos, recientemente le dijo a la Cámara de Representantes: "La actual situación del estatus indefinido de Kosovo no es ya sostenible, deseable o aceptable".

El Secretario-General de la ONU, Kofi Annan, ha delegado a una comisión especial para determinar la gobernación de la provincia y para comenzar las negociaciones internacionales con respecto al estatus definitivo de Kosovo.

Pocas cosas buenas han sucedido desde que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) detuvo el arduo conflicto guerrillero. Los aliados estadounidenses, la mayoría albanés, condujeron una limpieza étnica de gran escala, arrojando del territorio a muchos de los serbios, judíos, roma, y los musulmanes no albaneses.

La gobernación de la ONU ha permitido una violencia endémica, delincuencia e instabilidad, incluyendo unas rebeliones anti-serbios brutales el año pasado.

Al mismo tiempo, la población local no está satisfecha con su estatus indefinido: todavía formalmente parte de Serbia pero gobernados por invasores del occidente.

Desafortunadamente, será más fácil iniciar el proceso que rendir buenos resultados.

La única esperanza para encontrar una solución es abandonar las varias ilusiones que por mucho tiempo han viciado la política estadounidense con respecto a los Balcanes.

Primero, el consenso de todas las personas y/o grupos involucrados es imposible. Ningún acuerdo dejará a todos satisfechos.

Luego de ver otras partes de Yugoslavia "separarse", ¿Por qué quisieran los albaneses kosovares aceptar cualquier cosa que no sea la independencia?

¿Pero por qué aceptaría Serbia su desmembración en las manos de los países como EE.UU., Gran Bretaña, y Turquía, los cuales suprimieron de manera implacable sus propios movimientos secesionistas?

¿Y por qué las naciones que bordean esta región con sus propias minorías albanesas intranquilas apoyarían la independencia de Kosovo?

Segundo, las naciones occidentales deben abandonar su ingenua ilusión de que ellos pueden crear de manera forzosa un estado federal que proteja los derechos de las minorías. Esta fantasía debería haber desaparecido hace mucho tiempo.

Ningún albanés kosovar desea confiarle su futuro a un gobierno serbio. Pero ningún serbio, judío, roma o miembro de cualquier otra minoría quisiera ser gobernado por una mayoría étnica albanesa, sin importar que promesas se hagan por quien sea.

También es importante abandonar las esperanzas de un arreglo justo y principiado. EE.UU. y sus aliados europeos respaldan la soberanía de los estados-naciones cuando estos se enfrentan a presiones étnicas—excepto cuando ellos respaldan grupos que desean separarse y establecer estados étnicamente basados.

En el caso de los Balcanes, todas las personas lograron separarse de los territorios dominados por los serbios y los serbios nunca fueron permitidos de separarse de los territorios dominados por otros grupos.

Esto podrá ser una política consistente, pero no debería ser confundida con una posición moral de principios.

Ninguna de las soluciones propuestas es agradable. La independencia complacería a la mayoría étnica albanesa de Kosovo, pero dejaría a los serbios vulnerables, irritaría el nacionalismo en Serbia, invitaría al desorden en los países vecinos, y crearía un estado con tendencia a convertirse en la fuente regional del crimen, inestabilidad y hasta del terrorismo.

Dejar a Kosovo con Serbia, sin importar en qué tipo de autonomía, no tiene respaldo alguno entre los albaneses de Kosovo.

Además, esta solución sería inherentemente inestable, creando una sensación de asuntos pendientes, que se parecería mucho a una etapa transitoria hacia la independencia.

La independencia con una partición—una gran partición menos una pequeña partición—estaría más cerca de complacer a los albaneses étnicos, al darles un país, y a los serbios, al dejarlos en gran parte dentro de Serbia.

Tal sistema generaría sus propias dificultades, pero es el que menos provocaría conflictos futuros.

Seguramente, esta opción no debería ser descartada como la administración de Bush ha intentado hacerlo, efectivamente juzgando antes de tiempo cualquier "negociación".

Aunque los oficiales de la administración de Clinton quienes de manera innecesaria involucraron a EE.UU. en los Balcanes demandan un "liderazgo" continuo estadounidense, la resolución de los problemas de la región debería haber sido la responsabilidad de Europa y no la de EE.UU.

Washington debería retirarse al sacar de la provincia a sus últimos 1,800 soldados.

Europa entonces podría usar sus múltiples herramientas de influencia—desde la ayuda económica hasta una presencia militar continua para presionar para que se llegue a un arreglo.

Lo más importante, es que EE.UU. debería decir nunca otra vez. Nunca más Washington basará su política externa en fantasías ideológicas. Nunca más Washington intervendrá en una guerra civil distante de ninguna importancia geopolítica. Nunca más EE.UU. atacará a otra nación que no representa amenaza alguna.

El mundo esta lleno de tragedias, y los Balcanes—aun antes de Irak—demostraron lo difícil que es para extranjeros resolver conflictos antiguos e intratables. EE.UU. debería parar de intentar hacerlo.

¿Quién puede y debe gobernar Kosovo, y pueden ellos hacerlo de manera justa y efectiva? Es hora de permitir que los habitantes locales lo intenten. Y dejarlos lidiar con las consecuencias si ellos fallan.

Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.