Hispanos y liberales
Luis Alfonso Herrera estima imprecisa la interpretación de la cultura hispánica como una que siempre ha sido ajena al liberalismo.
La exhibición mundial de la película Assassin's Creed, inspirada en el popular videojuego del mismo nombre, que recrea la lucha ficticia entre la orden de los Templarios y la secta del Credo de los Asesinos por conseguir, con fines muy distintos, el fruto prohibido del Paraíso, del cual, según la historia del juego, deriva nada más y nada menos que el libre albedrío de los seres humanos, ha reactivado, quizá sin tener interés en ello, la polémica acerca de la supuesta esencia oscurantista, autoritaria, violenta y culturalmente atrasada de “lo español”, y en un sentido más amplio, de la cultura hispánica toda, al insistir en la visión, hecha ya un lugar común en estudios de diverso nivel, según la cual el catolicismo, la monarquía, las instituciones y las ideas en general que produjo la cultura española, al menos desde la supremacía de Castilla en la península ibérica, son contrarias, sin excepción, a la libertad individual, al mercado y a toda forma de sociedad abierta.
De acuerdo con esta interpretación, que parte de la “Leyenda Negra española” estudiada y refutada por pensadores como Julián Marías en España inteligible e historiadores como John Elliot en Imperios del mundo atlántico, mientras que, por ejemplo, la cultura anglosajona y protestante sería sinónimo de liberalismo y progreso, la cultura hispánica y católica sería sinónimo de autoritarismo, partiendo del hecho histórico según el cual mientras en los países anglosajones y protestantes, tanto de Europa como de América, se desarrolló la Revolución Gloriosa, la Revolución Industrial y se limitó el poder del Estado mediante instituciones parlamentarias y constitucionales, en los países hispanos y católicos, tanto de Europa como de América, se desarrollaron revoluciones fallidas, se centralizó el poder, no se respetó el libre comercio y se expandió el poder del Estado.
De acuerdo con esta premisa, las sociedades anglosajonas y protestantes, gracias a sus ideas, creencias y experiencias históricas sí pueden acoger y practicar las instituciones liberales, por ser expresión directa de “su cultura”, mientras que las sociedades hispanas y católicas, también debido a sus ideas, creencias y experiencias, no han podido y difícilmente podrían acoger y practicar las instituciones liberales, ya que estas le serían extrañas y hasta incompatibles.
Especial acogida ha tenido esta perspectiva del autoritarismo hispánico como un elemento cultural —algo sustancial u ontológico— en escuelas, pensadores e intelectuales liberales, como se observa en el libro de Álvaro Vargas Llosa Rumbo a la libertad (pp. 32 y ss.) y en el de Ignacio de León La propiedad privada como causa del progreso (pp. 4º y ss.), todos los cuales, si bien basan sus argumentos en hechos verificables (existencia de controles, privilegios, monopolios y precaria propiedad privada), parecen sin embargo dejar de lado una serie de personajes y episodios que problematizan tal valoración de la cultura hispánica, y que al menos permitirían introducir matices útiles para la discusión.
Dejando de lado lo negativo que resulta el plantear de entrada, como causa del atraso histórico de nuestra región, la supuesta supremacía de la cultura anglosajona sobre la cultura hispánica, debido a los complejos psicológicos, antipatías hacia la libertad y dificultades políticas que causa en millones de personas tal planteamiento, interesa ahora proponer en estas breves líneas que esa aproximación, en cierto modo maniquea a estas dos tradiciones culturales occidentales, debe enriquecerse con el conocimiento, estudio y difusión de las ideas y obras de pensadores e instituciones hispánicas poco o nada conocidas en nuestra época por los hispanoamericanos, a pesar de que constituyen aportes de gran valor a la cultura universal de la libertad, algunos de los cuales se produjeron incluso antes del desarrollo en el norte de Europa del parlamentarismo, de la obra filosófica de John Locke y de la ilustración escocesa.
¿Cuántos españoles y latinoamericanos de hoy han estudiado o al menos han escuchado que en las Cortes de Aragón funcionaron instituciones limitantes del poder real antes de la unificación de los reinos?, ¿cuántos conocen en estos países de habla hispana la obra política, moral y económica de los padres de Salamanca, como Francisco Suárez, Luis de Alcalá, Martín de Azpilcueta y Francisco de Vitoria?, ¿cuántos saben del debate que hubo entre los siglos XV y XVI entre la aplicabilidad de la obra estatista y mercantilista de Sancho de Moncada y de la obra liberal y favorable al mercado de Juan de Mariana?
Por otro lado, ¿cuántos juristas conocen el valor político de la Constitución de Cádiz y lo que implicó en la lucha contra el absolutismo en el mundo hispánico?, ¿estudiamos por igual la evolución del liberalismo hispanoamericano y la sobreestimada Revolución Francesa o solo nos dedicamos a esta?, ¿tenemos idea de los aportes que escritores y filósofos como Miguel de Cervantes y José Ortega y Gasset hicieron en sus obras a favor de la libertad, tal y como Mario Vargas Llosa —ver Un liberal en el Siglo de Oro y Rescate liberal de Ortega y Gasset—, y el profesor Eric Graff de la Universidad Francisco Marroquín —ver su curso online sobre El Quijote— lo han demostrado?
La existencia en nuestro pasado común de personajes, instituciones, obras e ideas como las antes referidas torna legítimo al menos el preguntarse si la causa de las instituciones contrarias a la libertad que efectivamente se impusieron tras la unificación de los reinos de Castilla y Aragón tanto en el Reino de España como en sus territorios de ultramar está en una supuesta condición autoritaria per se de la cultura hispánica, o más bien se debe buscar en factores históricos, políticos y económicos que explican por qué mientras en las islas británicas o los países bajos, por ejemplo, el liberalismo se fue poco a poco expandiendo —hasta cierto punto, desde luego—, en el Reino de España, a pesar de contar con formidables promotores y difusores, el mismo fue derrotado y por siglos condenado a no prevalecer, al menos, en el plano institucional.
Investigaciones de diversos especialistas, en historia, economía y política, revelan que el tópico de la Leyenda Negra y la asociación directa entre hispanidad y autoritarismo, en su tiempo expresión de una propaganda política de los reinos rivales de España para lograr su desprestigio, no solo incurren en una simplificación muy cuestionable en la descripción evolutiva de nuestras sociedades, sino en una omisión que es inaceptable, como es la de ignorar que en el mundo hispánico, incluso antes del desarrollo de ideas e instituciones liberales en otras partes del mundo, se produjeron y practicaron ideas e instituciones cuyo fin era garantizar la libertad individual, limitar el poder y proteger la propiedad privada, las cuales, por diversas causas —falta de fortuna, diría Maquiavelo—, no lograron mantenerse en el tiempo y transferirse a los territorios de ultramar en América.
Esas ideas e instituciones mantienen en este siglo XXI una considerable vigencia, y nunca desaparecieron del todo. Por el contrario, recuperaron su vitalidad durante los procesos de independencia del Reino de España, y se han mantenido desde entonces hasta nuestros días, si bien opacadas y arrinconadas en diferentes períodos por el predominio de ideas socialistas, del populismo y del estatismo generalizado —ideas estas que, valga apuntar, también han estado muy vigentes en países anglosajones, con graves efectos sobre la libertad y el desarrollo de sus ciudadanos—.
Pero ni la religión, ni la cultura, ni la geografía son factores que permitan afirmar que existe una relación de causalidad o determinista entre la viabilidad de las ideas liberales en el mundo anglosajón y su inviabilidad en el mundo hispánico, ya que aquellas han tenido, en ambas tradiciones occidentales, expresiones y prácticas, éxitos y fracasos, avances y retrocesos, sin que en ningún caso esté garantizado en modo alguno el triunfo definitivo de la libertad sobre el autoritarismo.
En todo caso, sí urge recuperar, sistematizar, actualizar y difundir esas obras, aportes y evidencias que demuestran que las ideas liberales han sido parte sustancial del mundo hispánico desde al menos el siglo XV, y que ellas no son incompatibles ni están reñidas con nuestras características como sociedad y como cultura en cuanto a lengua, fe, costumbres y mitos, y que solo dejando de lado esa falsa premisa es que, finalmente, podremos acoger y conservar sin complejos en los países de la América hispánica las instituciones que sí garantizan la libertad y la prosperidad de las personas.
Tal vez el éxito en taquillas, y en las creencias y valores de muchos jóvenes en el mundo, de la película Assassin's Creed, anime a los liberales a rescatar esta tradición libertaria genuinamente hispánica, por tanto tiempo injustamente olvidada, y a recordar con Pedro Grases que fue en el habla española que surgió la bella palabra “liberal”.
Este artículo fue publicado originalmente en El Nacional (Venezuela) el 20 de enero de 2017.