Luchando contra el terrorismo: Cinco años después
Por Radley Balko
El error fatal en “la guerra contra el terror” siempre ha sido su finalidad indefinida. El presidente de EE.UU. nunca se va a sentar en un barco de combate para firmar un acuerdo de paz con el terrorismo. Por lo tanto cuando le damos al gobierno, supuestamente temporalmente, poderes especiales para combatir el terrorismo, de hecho le estamos entregando aquel poder permanentemente.
Y por supuesto, es probable que aún si vencemos a Al Qaeda definitivamente, habrán más ataques terroristas, ya sea por parte de grupos musulmanes fundamentalistas o por parte de terroristas autóctonos como Timothy McVeigh.
Pero mientras recordamos el 11 de septiembre en su quinto aniversario, vale la pena reconocer que no hemos presenciado ataque alguno en algún otro lugar de la misma envergadura y magnitud de aquel día terrible. Ni los bombardeos de Londres, Madrid y Bali, mientras que no dejan de ser terribles y trágicos, superaron el pánico, la devastación y la sensación de incertidumbre que cubrió al mundo hace cinco años.
Un creciente grupo de pensadores, académicos y expertos de seguridad han comenzado a adoptar la posición provocativa de que es hora de EE.UU. declare su victoria sobre el terrorismo. Yo creo que el argumento de ellos es convincente.
James Fallows comienza en la portada de la de la revista del Atlantic Monthly de este mes, con lo que yo pienso es el artículo más importante escrito desde el 11 de septiembre. Fallows conversó con 60 expertos de política exterior, seguridad, defensa nacional, y terrorismo con diversas ideologías políticas.
Deberíamos prestar atención a lo que el descubrió: Al Qaeda es una sombra de lo que una vez fue. La organización central del grupo ha sido desmantelada. Sus principales fuentes de financiación han sido castradas. Sus líderes están de fugitivos, y su habilidad de organizarse y comunicarse ha sido considerablemente interrumpida. Sí, los grupos de células ligeramente aliadas que todavía existen pueden lograr ataques, y todavía pueden matar a un número considerable de personas. Pero también lo puede hacer cualquier loco en EE.UU. con alguna causa y algo de determinación.
La única amenaza real que Al Qaeda todavía representa, Fallows concluye, es lo que puede provocar que hagamos. “La posibilidad [de Al Qaeda] de herir fundamentalmente a EE.UU. ahora depende menos de lo que pueda hacer por si misma que de lo que puede engañar, tentar, o provocarnos a hacer”, escribe Fallows. “Su destino ya no está en sus propias manos”.
Esta es la cuestión—la más importante—que nuestros líderes electos y funcionarios públicos necesitan comprender. Porque es la única carta bajo la manga que los terroristas todavía tienen. Los estadounidenses necesitan aceptar que nosotros, los estadounidenses, determinamos el éxito o fracaso de los próximos ataques terroristas y de los próximos ataques intentados. Si el propósito de los terroristas, por definición, es inducir pánico, miedo, e interrumpir nuestro estilo de vida, la mejor manera de combatirlos es negándose a entrar en pánico, evitando los miedos irracionales, y manteniendo una sociedad abierta y las libertades civiles que nos hacen quienes somos.
Desafortunadamente, no estamos haciendo eso. Observen la seguridad aeroportuaria. Los expertos de seguridad con los cuales Fallows dialogó están de acuerdo en que el suplicio por el que pasamos en los aeropuertos antes de abordar nuestro vuelo es en gran parte un gesto teatral. En realidad eso hace poco para asegurarnos más. Solo hace que unos de nosotros nos sintamos más seguros. Aunque yo no estoy seguro que siquiera logra eso. Después de todo, se nos recuerda de la posibilidad de terrorismo cada vez que se nos pide quitarnos los zapatos en una fila de seguridad.
Cuando un psicópata con simpatías hacia el Islam fundamentalista recientemente inició fuego en un centro judío en Seattle, la primera reacción de muchos líderes de opinión fue la de maximizar el miedo y la paranoia al intentar conectar al hombre armado con el jihad global. Una respuesta más apropiada hubiese sido darle la deferencia y referencia correspondida a la pérdida de vida y al horror del incidente, pero sin prestarle más atención a la filosofía esquizofrénica del hombre armado que la que le hubiéramos prestado si hubiese sido un racista blanco o un ambientalista militante. Su motivación solo importa si nosotros hacemos que importe.
Lo mismo ocurrió recientemente cuando se detuvieron los planes de explotar aviones con destino a EE.UU. desde Gran Bretaña. Un policía de Scotland Yard dijo con miedo, “No podemos enfatizar lo suficiente la severidad que este plan representó. En otras palabras, esto se suponía que debía ser una matanza en masa de una escala inconcebible”.
Gran Bretaña respondió prohibiendo las maletas de mano. EE.UU. prohibió las botellas de agua y el spray para pelo. Desde ese entonces, los vuelos desplazados y los incidentes de seguridad en las aerolíneas se han convertido en cosa de todos los días. No importa que los terroristas acusados todavía no habían comprado sus pasajes de avión, que muchos de ellos todavía no habían conseguido pasaportes, y que los especialistas en químicos dicen que sería extremadamente difícil hacer caer a un avión con explosivos líquidos, como los planeadores se lo imaginaban.
Escribiendo para la revista Wired, el experto de seguridad Bruce Schneier advierte, “Sin importar cuál sea la amenaza, desde la perspectiva de los que serían los ejecutores, los explosivos y los aviones son meramente tácticas. Su propósito era causar terror, y en eso ellos han sido exitosos”.
Él continúa, “Nuestros políticos ayudan a los terroristas cada vez que ellos usan el miedo como una táctica de campaña. La prensa ayuda cada vez que escribe historias de miedo acerca del plan y de la amenaza. Y si estamos asustados, y compartimos aquel miedo, ayudamos. Todas estas acciones intensifican y repiten las acciones de los terroristas, y aumentan los efectos de su terror”.
Es probable que respondamos a planes futuros de la misma manera. No sería difícil imaginarse a los funcionarios del Departamento de Seguridad Nacional respondiendo a un plan truncado que consiste de utilizar explosivos implantados en artefactos electrónicos, por ejemplo, con la prohibición de celulares y iPods en los aviones. Es una reacción que efectivamente permite a los terroristas dictar nuestra política de seguridad.
John Mueller de Ohio University ha argumentado por algún tiempo que la amenaza terrorista es extremadamente exagerada. El 11 de septiembre es una anomalía terrible, él argumenta, pero el gobierno perpetúa el daño causado aquel día construyendo demonios fantasmas para que el público esté asustado de estos.
En la última edición de Foreign Policy, Mueller escribe, “Aunque sigue siendo herético decirlo, la evidencia hasta ahora sugiere que los miedos de un terrorista omnipotente…pueden haber sido exagerados, la amenaza presente dentro de EE.UU. por parte de Al Qaeda exagerada extremadamente. El aparato masivo y oneroso de seguridad nacional establecido desde el 11-S puede estar persiguiendo algunos, espiando a muchos, molestando a casi todos, y cobrando impuestos a todos para defender a los EE.UU. de un enemigo que prácticamente no existe”.
Mueller va más allá de lo que yo iría, pero su mensaje general tiene sentido. Seguramente, nuestro gobierno debería continuar buscando y obstaculizando a aquellos que nos harían daño. Pero más allá de un arma nuclear perdida—una amenaza real pero poco probable, y una amenaza por la cual las partes cuestionables de la guerra contra el terrorismo del gobierno hacen muy poco para disminuir—hay poco que Al Qaeda y otros grupos musulmanes fundamentalistas puedan hacernos que cualquier otro individuo o grupo con ambiciones violentas no pueda. Exagerar la amenaza que representan es exactamente lo que ellos quieren.
Mientras que vivimos el quinto aniversario del 11-S, Schneier ofrece un buen consejo acerca de cómo deberíamos actuar de aquí en adelante. Él escribe, “Es hora de que nos calmemos y combatamos el terror con el anti-terror…La defensa más segura en contra del terrorismo es negarse a ser aterrorizado. Nuestra tarea es reconocer que el terrorismo es tan solo uno de los peligros que enfrentamos, y no particularmente uno común”.
Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.