Un policía de excepción

Por Carlos A. Ball

Por décadas, en Estados Unidos se experimenta un fuerte desplazamiento de la clase media de los centros urbanos hacia los suburbios. Las dos principales razones han sido el deterioro de la seguridad personal y de las escuelas públicas. Es decir, ante la imposibilidad de que las autoridades municipales cumplan con susobligaciones y utilicen los impuestos que cobran para darle a la ciudadanía los servicios públicos que se requieren, la gente vota con sus pies y semarcha a lugares más seguros.

Así vemos como tantas ciudades tienen una doble vida: durante el día se nota una vibrante actividad comercial, pero después de las 7 p.m. nadie en su sano juicio pasea por calles desiertas, a menudo tomadas por pandillas que demarcan su territorio pintorreando paredes y por los indigentes que deambulan, pidiendo limosna y dejando una estela de falta de aseo personal, licor o droga.

Una excepción es la antigua Charleston, en Carolina del Sur, una preciosa ciudad de calles limpias, de gente próspera y sonriente. ¿Cuál es la clave? Muchas deben ser las personas e instituciones que aportan al bienestar, pero aquí la clave parece ser un buen jefe de policía.

Conversar con Reuben Greenberg, el jefe de la policía de Charleston, es una experiencia extraordinaria porque es un funcionario dedicado en cuerpo y alma a su ciudad, quien en el trabajo aplica su inteligencia y sentido común.

El "chief" Greenberg es negro y judío ortodoxo, corto de estatura, muy simpático, con una sonrisa que le ilumina la cara y habla español perfectamente, porque cuando era policía en San Francisco aprender español le significó un aumento de 5% en el sueldo.

Greenberg es jefe de la policía de Charleston desde 1982 y su exitosa estrategia se basa en aplicar prácticas policiales que han tenido verdadero éxito a través de generaciones, mientras desecha las modas de lo "políticamente correcto" y las imposiciones de grupos de presión que se ganan la vida creando sentimientos de víctima. Por el contrario, Greenberg tiene muy claro quiénes son las verdaderas víctimas y quiénes los victimarios.

Greenberg cuenta que una de sus primeras medidas fue hacer cumplir la ley contra el absentismo escolar. Todo menor tiene que estar en la escuela o bajo la supervisión de sus padres durante el horario escolar. La policía de Charleston detiene y traslada a la escuela a todos los que no están en clase a esas horas. El vandalismo y los robos se redujeron 50% en Charleston con la aplicación de esa vieja ley. Claro que surgieron quejas y hasta demandas, pero la policía no arresta a menores, simplemente los lleva a sus casas o a sus escuelas para que en horario escolar estén bajo supervisión. Según Greenberg, en la ciudad de Nueva York había 1500 oficiales dedicados exclusivamente a hacer cumplir esa ley y los jóvenes de entonces no andaban pintando consignas en las paredes ni robando autos.  En Charleston no hay graffiti. ¿Cómo? El departamento de policía tiene latas de pintura con toda la gama de colores y apenas se reporta la aparición de algún letrero, se despacha una patrulla con la pintura adecuada y una brocha. La estrategia es simple: esos dibujos y letreros que las pandillas pintan tienen como objetivo enviar un mensaje, pero si las autoridades logran borrarlo o repintarlo rápidamente, se frustra el propósito. La ciudadanía colabora reportando de inmediato la aparición de graffiti.

> Y quien por cualquier razón es detenido por la policía de Charleston, a las pocas horas forma parte de una cuadrilla recogiendo papeles y basura de las calles y parques de la ciudad.  Por ninguna parte vi mendigos. El jefe Greenberg me explicaba que no se puede coartar el derecho a la libre expresión de la gente, pero ese mismo derecho lo tiene también la policía y si los mendigos pueden pedir, la policía le puede decir a la ciudadanía que no les dé dinero porque en Charleston cualquiera que no tenga comida ni una cama donde dormir, la ciudad le da de comer y un sitio limpio para dormir.

A primera vista eso parecería ser el paraíso de vagos y maleantes, pero no es así. Primero porque para poder recibir una cena por cuenta de la ciudad, la persona tiene que estar en el hospicio a las 7 p.m. y para dormir allí debe estar antes de las 8 p.m. Y si sale, no puede volver a entrar. Además, al día siguiente debe irse -a buscar trabajo- a las 7 a.m., no pudiendo regresar sino hasta 12 horas después. Y en cada hospicio hay un policía para mantener el orden y el respeto a los demás.

Se trata, ni más ni menos, del éxito del sentido común. Una ciudad le ha dicho a su jefe de la policía que su deber es cuidar la vida y propiedad de los ciudadanos. Y el jefe Greenberg es un buen policía, de esos que vemos en las películas viejas.  ©

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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