Politiquería y el precio de la gasolina

Recuerdo que llenaba el tanque de gasolina de mi primer automóvil, un Chevrolet Bel Air 1956, con 12 bolívares, equivalente a 3,58 dólares de entonces. Venezuela exportaba su petróleo en 1956 a $2,75 el barril (equivalente a $19 de hoy) y era un país más rico que gran parte de Europa. Un país de inmigrantes, no de emigrantes. Un bolívar valía un gramo de oro y 45 años de creciente socialismo e intervencionismo no habían todavía destruido nuestra moneda, productividad y prosperidad.

Por Carlos A. Ball

Recuerdo que llenaba el tanque de gasolina de mi primer automóvil, un Chevrolet Bel Air 1956, con 12 bolívares, equivalente a 3,58 dólares de entonces. Venezuela exportaba su petróleo en 1956 a $2,75 el barril (equivalente a $19 de hoy) y era un país más rico que gran parte de Europa. Un país de inmigrantes, no de emigrantes. Un bolívar valía un gramo de oro y 45 años de creciente socialismo e intervencionismo no habían todavía destruido nuestra moneda, productividad y prosperidad.

La demagogia y politiquería en Estados Unidos han sido mucho menos perjudiciales, pero también han resultado extraordinariamente costosas en el área de la energía. Por exageradas regulaciones, infames políticas e inmerecido respeto hacia el cartel de la OPEP, hoy pagamos aquí un precio récord de $3 por galón de gasolina.

A menudo oímos que la solución es multar y aplicar mayores impuestos a empresas petroleras que están especulando con los precios, cuando lo que se requiere en beneficio del consumidor es mayor libertad en el mercado de la energía, el cual funciona mal por exceso de regulaciones políticamente correctas y económicamente estúpidas.

El crecimiento de la población y de la economía ha disparado la demanda de energía al mismo tiempo que la intervención oficial frena la oferta de gasolina y gas natural. Una investigación de costos y precios indica que las ganancias de la industria han aumentado el precio en unos pocos centavos, mientras que las regulaciones oficiales impidiendo la exploración y la refinación son la verdadera causa del aumento de los precios. Los malos de la película no son ExxonMobil, Chevron y ni siquiera la “verde” BP, sino obstaculizadoras y demagógicas restricciones.

El economista George Reisman explica cómo las regulaciones internas han convertido al consumidor norteamericano en esclavo de la OPEP: “Hoy, de nuevo, es posible lograr una dramática caída del precio del petróleo, aún más grande que en los años 80… Todo lo que hay que hacer es abolir las restricciones a la producción interna promovida por el movimiento ambientalista”.

No soy optimista respecto al acumen de congresistas demócratas o republicanos, mientras que el presidente Bush nos recuerda cada día más a gobernantes latinoamericanos metidos en todo, gastando mucho y logrando muy poco. Pero la naturaleza será probablemente la gran aliada del consumidor. Cuando las familias de los estados del norte comiencen este invierno a pagar 500 o 600 dólares mensuales por calentar sus viviendas, el descontento estremecerá a Washington.

Según Holman Jenkins del Wall Street Journal, la prohibición de taladrar en la zona oriental del golfo de México y en las costas del Atlántico y del Pacífico han impedido la utilización de 58 billones (trillones en inglés) de pies cúbicos de gas, cuando el consumo interno es de 5 billones de pies cúbicos. Y eso que el gas natural nunca produce derrames contaminantes. Restricciones gubernamentales han disparado el precio del gas natural de $2 a un tope de $14 el mes pasado.

Y a los políticos que amenazan con controles de precios hay que recordarles que tales controles impuestos por el presidente Richard Nixon en los años 70 condujeron a escasez y a dañar la economía. Si Washington nos quiere ayudar, que comience eliminando los 20 centavos de impuestos federales que pagamos por cada galón de gasolina.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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