Presidente Trump

Juan Carlos Hidalgo señala como el mismo "establishment" intelectual que celebraba los golpes de poder que daba Barack Obama, ahora tiembla ante la llegada de Donald Trump.

Por Juan Carlos Hidalgo

La idea de que Donald Trump sea el próximo presidente de EE.UU. nos resulta a muchos particularmente espeluznante. Durante la campaña que recién terminó, el candidato republicano dio todas las señales de ser una figura autoritaria, ególatra e inestable. Ahora él heredará el cargo más poderoso del planeta, uno que se volvió más poderoso —y peligroso— gracias a su predecesor inmediato, Barack Obama.

Cuando los padres fundadores de EE.UU. se embarcaron en la tarea de definir la forma de gobierno que tendría el nuevo país, tomaron múltiples precauciones para que el Poder Ejecutivo no concentrara mucho poder. Aun así, hubo una tentación inicial a lo contrario: George Washington era el héroe indiscutible de la guerra de independencia y había demostrado ser un líder sabio y virtuoso. ¿Por qué no otorgarle una presidencia todopoderosa?

Sin embargo, como señala mi colega Trevor Burrus, los autores de la Constitución sabían que alguien de la estatura de Washington no siempre sería elegido presidente y que existía el riesgo de que ese cargo eventualmente cayera en manos de un populista y demagogo. Por eso establecieron múltiples pesos y contrapesos en la estructura de gobierno. Por ejemplo, si bien el presidente es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, el poder de declarar la guerra es del Congreso.

Lamentablemente, esos pesos y contrapesos han venido erosionándose con el tiempo y hoy la presidencia de EE.UU. ostenta prerrogativas que les darían escalofríos a los padres fundadores. Y ha sido el popular y carismático Obama uno de los principales infractores: mientras sacaba carcajadas con sus apariciones en el programa de Jimmy Fallon, Obama fue el primer presidente en 150 años en ordenar la ejecución extrajudicial de un ciudadano estadounidense, condujo bombardeos y operaciones militares en Libia, Siria e Irak sin tener la venia del Congreso, operó y expandió una serie de programas secretos de espionaje doméstico y usó ampliamente los decretos ejecutivos para reescribir leyes y gastar dinero que el Poder Legislativo nunca autorizó.

En estos años, el mismo establishment intelectual que ahora tiembla ante la inminencia de un presidente Trump condonó muchos de los golpes de poder de Obama, catalogándolos de justificados ante el “obstruccionismo republicano”. Nunca se detuvieron a considerar la posibilidad de que esos mismos poderes expandidos terminarían siendo heredados por una figura tan impredecible como Donald Trump.

Este artículo fue publicado originalmente en La Nación (Costa Rica) el 14 de noviembre de 2016.