Contemplando la política comercial de Trump
Daniel J. Ikenson dice que la retórica proteccionista y de nacionalismo económico del candidato Trump podría cambiar si logra comprender los efectos negativos que el proteccionismo tendría sobre el crecimiento.
Por favor disculpe el apuro, ya que he pasado la última semana ignorando lo “imposible”, concentrado en cambio en escribir acerca de la dirección probable —incluyendo los abundantes comentarios contradictorios y piruetas retóricas— de la política comercial de la Presidenta Clinton. Si a usted le gusta la transparencia, ¡felicitaciones! Obtendrá eso en grandes cantidades de la política comercial del Presidente Donald Trump. Será transparentemente desastrosa —por un tiempo, al menos.
Tener un presidente republicano y el control republicano de ambas cámaras del congreso solía ser la combinación ideal para negociar exitosamente y ratificar los acuerdos comerciales. Todo eso cambio cuando Donald Trump, un crítico declarado de los acuerdos comerciales de EE.UU., llegó a obtener la nominación del partido. Desde ayer, ya no hay posibilidad realista alguna de que el Acuerdo Estratégico Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) sea ratificado en la sesión actual del congreso; no hay posibilidad de que el TPP será implementado a lo largo de los próximos cuatro años sin que el acuerdo primero sea reabierto y revisado para reflejar los términos deseados por el Presidente Trump; hay mucha más probabilidad de que se den fricciones comerciales, especialmente con China, que deriven en perjudiciales rondas del proteccionismo al estilo un ojo por un ojo; y hay el particular riesgo de que las políticas dirigidas a castigar a las empresas estadounidenses por “outsourcing” desaceleren el flujo entrante de inversión extranjera directa (“insourcing”) y espanten a las empresas estadounidenses hacia el extranjero, en suma, mermando el capital, elevando las tasas de intereses, y socavando los prospectos de crecimiento.
Pero hay algo rescatable, y esto es que las perspectivas de los presidentes suelen ser más abiertas, interesantes y complacientes que las perspectivas de los candidatos presidenciales. Luego de prometer repetidas veces de obligar a Canadá y a México a volver a la mesa para renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) durante su campaña para llegar a la Casa Blanca, el Presidente Obama llamó al primer ministro canadiense y al presidente mexicano dentro de una semana posterior a su inauguración en 2009 para asegurarles que había cambiado de opinión.
Las propuestas radicales, aislacionistas, nacionalistas, proteccionistas del Presidente-electo Trump puede que sean más difíciles de retractar, especialmente si no logra excomulgar a algunos de sus actuales asesores y considerar los consejos de economistas y especialistas en políticas públicas que tienen una comprensión mucho mayor de la economía internacional y acerca de las reglas del comercio internacional.
Si es capaz de expandir y diversificar el grupo de personas que lo asesoran, hay una probabilidad razonable de que las acciones del Presidente Trump sean menos belicosas que lo que ha sido su retórica. Después de todo, como alguien que desea hacer de EE.UU. una nación “grandiosa nuevamente”, el Presidente-electo Trump querrá que las políticas implementadas por su administración ayuden a que la economía crezca. Los acuerdos comerciales han sido exitosos en ese aspecto y, además del TPP, hay muchos países y regiones dispuestos a asociarse con EE.UU., incluyendo a la Unión Europea y al Reino Unido (por separado), y múltiples plataformas alternativas de negociación para lograr la liberalización del comercio y la inversión.
A corto plazo, si el Presidente-electo Trump desea fomentar las manufacturas estadounidenses para producir más y para que más personas sean contratadas, debería pedirle al congreso que elimine los aranceles sobre todos los bienes intermedios importados —componentes y materias primas que son insumos de la producción estadounidense. Eso reduciría inmediatamente los costos de las manufacturas estadounidenses, lo cual le daría al sector una ventaja en su competencia por la inversión estadounidense y extranjera.
Trump podría llegar a comprender rápidamente que remover los aranceles —en lugar de imponerlos— es el tipo de proteccionismo que podemos asumir.
Este artículo fue publicado originalmente en Cato at Liberty (EE.UU.) el 9 de noviembre de 2016.