El premio Nobel de economía 2016
Iván Alonso reseña los ganadores del Premio Nobel de Economía 2016, David Hart y Bengt Holmström.
Por Iván Alonso
Siguiendo la famosa definición de Lionel Robbins, la economía, ciencia que estudia el uso de recursos escasos para satisfacer fines que a veces son mutuamente excluyentes, vendría a ser una “lógica de la elección”. Otro economista no menos importante, James Buchanan, prefería describirla como la “lógica del contrato”: lo importante es entender cómo hacemos los humanos, en distintas situaciones con distintos grados de complejidad, para lograr acuerdos que nos permitan cooperar para alcanzar cada uno sus propios fines individuales.
Este año la Real Academia Sueca de Ciencias ha decidido otorgar el premio Nobel de economía a Oliver Hart y Bengt Holmström, dos profesores cuyas investigaciones sobre la eficiencia económica de los contratos han sido enormemente influyentes en la profesión. En otras palabras, qué tipo de contrato o, más específicamente, qué tipos de cláusulas se adecúan mejor al problema que se quiere solucionar.
El problema suele ser uno de información e incentivos. Sabemos que un intercambio voluntario —plata a cambio de un servicio, digamos, o plata a cambio de trabajo— beneficia a ambas partes. Pero también sabemos que cada una puede priorizar sus propios intereses o su propia comodidad, y no hacer lo que la otra espera de ella. Y no siempre es fácil observar qué es exactamente lo que está haciendo. Un buen contrato induce a las partes a conducirse de una manera que contribuya a que ambas alcancen sus objetivos.
Los principios desarrollados por Hart y Holmström pueden usarse para evaluar no solamente contratos en el sentido estricto del término, sino también “modelos de negocio”, formas de organización o políticas públicas. Veamos algunos ejemplos, tratando de no repetir los que han aparecido en las crónicas periodísticas.
En el Perú existe la participación de los trabajadores en las utilidades. ¿Es una norma eficiente? Se supone que incentiva a los trabajadores a ser más productivos. Pero no todos tienen una influencia decisiva en los resultados empresariales: el gerente general, sin duda; otros gerentes, quizás, en mayor o menor medida; los trabajadores de planta, no tanto. Todos reciben por ley una remuneración variable; pero poco a poco la experiencia les va enseñando a estos últimos que sus esfuerzos individuales, dados los esfuerzos del resto, no hacen gran diferencia en las utilidades que se reparten. El incentivo no resulta muy poderoso.
Se ha discutido si las AFP deben cobrar una comisión por aporte o por saldo. Lo segundo parecería alinear sus incentivos con los intereses de los afiliados. Pero el saldo puede subir o bajar con los vaivenes de la bolsa, que nada tienen que ver con la diligencia de la AFP, lo cual puede generar efectos indeseados. El gerente de inversiones podría encontrarse desmotivado justamente cuando más se lo necesita.
Un último ejemplo, que ha saltado a la luz en estos días, causando indignación. Un médico expresa su deseo de que el densitómetro del hospital “siga malogrado” para derivar a los pacientes a una clínica particular. El sistema público de salud podría mejorar mucho si hubiera un responsable de que los equipos estén en buen estado de funcionamiento. A ver cuántos exámenes eran de verdad indispensables. Si se modifica los incentivos, se modificará, por cierto, la conducta. Hay que asegurarse de que sea en un sentido correcto.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 14 de octubre de 2016.