Francisco, el Papa socialista
Mónica Mullor dice que "En el extenso mensaje del Papa Francisco no existe el más mínimo intento de reconocer los grandes avances de la humanidad durante este período de creciente libertad económica y globalización".
Por Mónica Mullor
De nombre secular Jorge Mario Bergoglio, el nuevo papa argentino decidió llamarse Francisco y esto no fue de casualidad. Sus intenciones eran las de un revolucionario: no sólo quiere convertir el Vaticano en una iglesia pobre para los pobres. El nuevo Papa es también un detractor del mercado y un antiglobalista, que levanta como alternativa el intervencionismo estatal, la planificación y el control colectivo de los bienes.
A fines de 2013, Francisco dio a conocer un manifiesto político-religioso, Evangelii Gaudium o Alegría del Evangelio, sobre su visión del mundo actual. Fuerte es el juicio del Pontífice sobre el actual orden económico mundial, que multiplicaría las desigualdades y la exclusión social. Llega al extremo de decir “esa economía mata” y agrega:
“Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del 'descarte' que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son 'explotados' sino desechos, 'sobrantes'”.
Es un diagnóstico terrible pero nada original, revelando con claridad las fuentes de inspiración del actual pontífice que, por cierto, no son nada de divinas. Su mensaje sobre el mundo actual reproduce de manera casi textual los peores panfletos antiglobalistas de los años 90. Compárese, por ejemplo, la cita anterior con la siguiente tomada del libro de Viviane Forrester L’horreur économique de 1996:
"Estamos descubriendo que existe algo peor que la explotación de los seres humanos, y que, ante el hecho de ni siquiera ser explotables, la masa humana debe temblar, y cada individuo dentro de esa masa. De la explotación a la exclusión, ¿de la exclusión a la eliminación?"
En su manifiesto Francisco también exhorta a los expertos financieros y a los gobernantes a considerar “las palabras de un sabio de la antigüedad”, San Juan Crisóstomo, conocido como uno de los peores antisemitas del antiguo mundo cristiano: “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que poseemos sino los suyos”. En otras palabras, para Francisco el derecho a la propiedad no existe y un economista argentino, Alberto Benegas Lynch (h), llegó a preguntarse si acaso el papa en su manifiesto no está incitando a los italianos pobres a asaltar los tesoros del vaticano en su alegato contra los derechos de propiedad.
En el extenso mensaje del Papa Francisco no existe el más mínimo intento de reconocer los grandes avances de la humanidad durante este período de creciente libertad económica y globalización. Su hybris condenatoria lo obnubila a tal punto que no es capaz de reconocer lo obvio para cualquier observador sobrio: que nunca tantos seres humanos habían salido de la pobreza como durante las últimas tres décadas, ni nunca tantos, ni de cerca, habían vivido en democracia y visto reconocidos sus derechos fundamentales. Para el Papa, sin embargo, vivimos en un verdadero Apocalipsis y por ello hay que cambiarlo todo, apelando a nuestros miedos y a nuestro pesimismo.
En suma, tenemos un Papa revolucionario y socialista que, si las cosas van mal, puede terminar no sólo creando una iglesia pobre para los pobres sino un mundo más pobre para todos.
Este artículo fue publicado originalmente en El Independent (EE.UU.) el 9 de enero de 2014.