Perú: De José Olaya al 007
Alfredo Bullard sostiene: "Desprecio el espionaje de cualquier bando, pero el problema no está en el espionaje mismo sino en qué lo causa. El espionaje (como la guerra misma) es hijo del militarismo. Sin ejércitos no habría espionaje".
Por Alfredo Bullard
El humilde pescador chorrillano José Olaya pagó con su vida su servicio a la causa independentista. Olaya servía de nexo entre los patriotas de Lima y el Callao, y llevaba valiosa información al ejército libertador sobre los movimientos de los españoles en Lima. Capturado, fue torturado y fusilado. Así se convirtió en un héroe y un mártir de la patria.
Un amigo me contó de las actividades de la fuerza aérea durante el gobierno de Fernando Belaunde, en la década de 1980. Aviones peruanos tenían que entrar al espacio aéreo chileno volando al ras para no ser detectados por los radares, tomar fotos de lugares estratégicos y regresaban a baja altura por el mar, muchas veces perseguidos por la fuerza aérea del vecino país. Los chilenos hacían exactamente lo mismo en nuestro espacio aéreo. A veces se capturaba a algún espía chileno. Eran torturados y, muchas veces, horriblemente ejecutados. El único consuelo era que la misma suerte corrían los espías peruanos que los chilenos capturaban.
James Bond, más conocido como el 007, es el espía de ficción más famoso. A él se suman sus colegas Nikita, Jason Bourne, Jack Ryan o Maxwell Smart (el Superagente 86). Hay que ser muy valiente para ser un espía: infiltrarse ilegalmente en territorios llenos de enemigos, romper la ley, asesinar a otros espías o a funcionarios incómodos, a veces, como el 007, con “licencia para matar”, destruir la propiedad ajena, torturar, falsificar documentos, suplantar identidades y canalladas adicionales. Si son capturados, deben estar dispuestos a suicidarse o soportar terribles torturas sin revelar su identidad, ni sus secretos, ni para quién trabaja. No parece una vida muy placentera.
Para los espías, no hay leyes ni derechos. El fin justifica los medios. Cuando uno es espía, ¿qué lo diferencia de ser un héroe o un desgraciado? Pues el bando al que perteneces y quien hace la calificación. José Olaya fue un héroe. Un espía chileno es un traidor. Pero para los españoles Olaya era un traidor y para un chileno su espía puede ser un héroe.
Lo cierto es que en este asunto del espionaje hay mucha ironía. Cuando Ollanta Humala calificó el espionaje chileno utilizó términos duros. Pero me pregunto si no existen espías peruanos (con mayor o menor éxito) haciendo (o, al menos, intentando) lo mismo.
Desprecio el espionaje de cualquier bando, pero el problema no está en el espionaje mismo sino en qué lo causa. El espionaje (como la guerra misma) es hijo del militarismo. Sin ejércitos no habría espionaje. Sin la absurda búsqueda de lograr supuestos equilibrios estratégicos con un enemigo real o potencial, no hay sentido para espiar a nadie.
Por supuesto que si uno siembra en el imaginario popular (con justificación o sin ella) que es posible que tu vecino te invada y mate a tus conciudadanos, uno está dispuesto a todo para evitarlo. Ello incluye comprar más armamento, tener más soldados y espiar al vecino sin importar qué derechos se violan en el intento.
La única manera de acabar con el espionaje es acabando con los ejércitos y con el militarismo. Bajo el hipnotismo de la seguridad nacional y un falso patriotismo, mantenemos estructuras de una hipocresía abominable. Es inaceptable que asociemos amar al país con estar dispuesto a matar a otros seres humanos o romper las leyes para espiar al país vecino. Finalmente el espionaje no es necesario si no creyéramos que la guerra es necesaria.
Más allá del uso de historias de espionaje como cortina de humo, es irónico disfrazar el espionaje bajo el apodo de servicio de inteligencia. Parafraseando a Groucho Marx, inteligencia militar es una contradicción en términos.
Este artículo fue pubilcado originalmente en El Comercio (Perú) el 23 de marzo de 2015.