No pongan al dinero a competir con el planeta
Christopher Barnard señala que las soluciones al cambio climático no deberían darse “a cualquier costo”, sino mediante la innovación y el desarrollo de tecnologías limpias que sean menos costosas y más eficientes que el status quo.
Una narrativa equivocada ha tomado control de la corriente dominante del movimiento climático. Las políticas climáticas suelen ser medidas por el número de ceros detrás de ellas, conforme los activistas pontifican que debemos abordar el cambio climático “a cualquier costo” —proveyendo una justificación climática para propuestas como el Nuevo Acuerdo Verde de casi $100 billones (“trillions” en inglés). Justo recientemente, la autora climática y doctora Katharine Wilkinson escribió en Twitter, “el dinero es inventado. El planeta es real”. La implicación es clara: el dinero, y por extensión el sistema capitalista que este “sostiene”, debe estar subordinado a nuestras preocupaciones ambientales.
Superficialmente, esto parece ser un principio suficientemente noble. Después de todo, realmente no se le puede poner un precio al aire y el agua limpios, a los paisajes bellos, o a la conexión emocional que uno tiene con los exteriores. No obstante, este razonamiento está fatalmente equivocado, por varias razones.
Primero, mientras que técnicamente es una construcción social (esto es, “inventado”), el dinero es el lubricante de una sociedad moderna y tecnológicamente avanzada. En un sistema capitalista, las señales de precios son indicativos cruciales del valor, de la escasez de los recursos, y de la eficiencia económica. Este ha demostrado ser positivo para el medio ambiente, conforme los actores del mercado responden a la escasez de recursos ya sea con la innovación o la frugalidad. Cuando un recurso se vuelve escaso, su valor aumenta, alentando a los empresarios a encontrar maneras de aumentar su oferta. Esto ha beneficiado directamente a la eficiencia en el uso de los recursos; en una economía de mercado, mientras más bajo es su insumo material, más alto será su margen de utilidad. Como resultado de esto, las naciones ricas han llegado a su uso pico de 66 de los 72 recursos crudos, según la Encuesta Geológica de EE.UU. En otras palabras, las economías continúan creciendo mientras que los insumos materiales continúan decayendo en números absolutos. En cambio, en economías centralizadas que carecen de dichas señales de precios, como la Unión Soviética o Venezuela, las consecuencias ambientales han sido desastrosas.
Segundo, el dinero no solo es la base de la capacidad de la economía moderna para enfrentar los retos ambientales, sino que también refleja el valor genuino para las personas. Esto es, la comida en sus mesas, los techos sobre sus cabezas, y la seguridad para sus familias. El problema con el enfoque de que “el dinero es inventado” es que los estadounidenses nunca elegirán la abstracta salud a largo plazo del planeta por sobre proveer a sus familias en el corto plazo. En febrero de 2018, 68% de los estadounidenses dijeron que no gastarían $10 adicionales al mes para combatir el cambio climático. Poner a competir al dinero con nuestro planeta es simplemente una mala estrategia para personas alrededor del país —y el mundo, además— cuya subsistencia se vería amenazada por el gasto climático radical. No hay cantidad de “educación” que cambie esa realidad. En lugar de aislar al individuo promedio con estrategias de billones de dólares aplicadas desde arriba para combatir al calentamiento global, los activistas climáticos deberían considerar maneras de hacer que la acción climática sea económicamente atractiva para las comunidades alrededor del mundo
Tercero, las implicaciones más profundas de esta narrativa de “abordar el cambio climático a cualquier costo” van en contra de la psicología humana básica.
Debajo de la política y el activismo yace una visión profundamente negativa del mundo. El cambio climático es presentado como una apocalíptica crisis existencial, con miles de millones de personas muriendo potencialmente dentro de 12 años. El capitalismo y los seres humanos ambiciosos son presentados como los principales antagonistas en esta saga épica. Aún así, queda claro que hemos enmarcado el cambio climático totalmente mal. En su libro, En defensa de la ilustración, Steven Pinker resalta las investigaciones psicológicas que demuestran que las personas de hecho es más probable que acepten la realidad del cambio climático “cuando se les dice que el problema es posible de ser resuelto mediante innovaciones y en las políticas públicas y en las tecnologías que cuando reciben advertencias urgentes acerca de qué tan mala será la situación”. En lugar de proponer una revolución económica y política, justificada por esta mentalidad catastrófica, deberíamos enmarcar el cambio climático como un problema importante, sí, pero también como una oportunidad. Una oportunidad de crear empleo nuevos y bien remunerados, de acelerar la innovación tecnológica y de garantizar aire limpio para respirar y agua limpia para beber. Gastar billones de dólares para luchar contra el Apocalipsis no convence a la gente. La innovación, la iniciativa empresarial, y la prosperidad económica son conceptos que se relacionan de manera mucho más convincente con la psicología humana.
Las soluciones climáticas, por lo tanto, no deberían venir “a cualquier costo”. Alentar la innovación y el desarrollo de tecnologías limpias es una solución que no solo beneficia al planeta sino que también es económicamente viable y eventualmente asequible para los ciudadanos comunes y corrientes. Nuestro objetivo debería ser crear soluciones que sean menos costosas y más eficientes que el status quo. En ese entonces y solamente entonces valdrá la pena el costo de la acción climática para el individuo promedio. Esto es economía básica.
Al final del día, la realidad es que queremos abordar el cambio climático porque este afecta considerablemente la vida humana. Una mayor cantidad de tormentas severas, inundaciones y las temperaturas más calientes ya están afectando nuestra oferta de alimentos, nuestra salud y nuestras economías. Aún así, la solución no puede ser peor que la enfermedad. La política climática debe ser medida mediante un análisis de costo-beneficio, no mediante las predicciones extremistas o la retórica utópica y anti-capitalista.
Si colocamos al dinero en contra del planeta, el planeta perderá cada vez.
Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 28 de octubre de 2021.