La Revolución Industrial y el empoderamiento de las mujeres

Chelsea Follett destaca cómo la Revolución Industrial junto con su oferta de trabajo en fábricas resultó ser una alternativa atractiva para muchas mujeres que pudieron de esta forma escapar de la pobreza y monotonía característica de las zonas rurales.

Por Chelsea Follett

Las fábricas produciendo ropa de la marca de Ivanka Trump recientemente han recibido acusaciones de ser un taller de explotación laboral. Es cierto que EE.UU. tuvo sus propios talleres de explotación laboral alguna vez, muchas veces con peores condiciones que las fábricas en los países pobres de hoy.

Aquellos que imaginan un trabajo en una fábrica de la Revolución Industrial en EE.UU. como un momento oscuro y opresivo en la historia podrían beneficiarse leyendo las palabras de aquellos que vivieron en una de estas. Farm to Factory: Women’s Letters, 1830-1860 (De la granja a la fábrica: Cartas de mujeres, 1830-1860), publicado por Columbia University Press, aporta una colección de reportes de primera mano revelando una realidad más matizada.

Las cartas realmente revelan una miseria total, pero mucha de esa miseria proviene de la vida en una granja del siglo diecinueve. Para muchas mujeres, el trabajo de fábrica era un escape del demoledor trabajo agrícola. Considere esta extracto de una carta que una joven de una granja en New Hampshire le escribió a su hermana que trabajaba en una fábrica urbana en 1845 (la ortografía y las puntuaciones están modernizadas para que sea más fácil de leer).

“Entre mi trabajo de casa y ordeñar las vacas, hilar, tener y rastrillar heno encuentro poco tiempo para escribir ... Esta mañana me desmayé y tuve que quedarme acostada en el piso de la caseta quince o veinte minutos para componerme algo antes de que pudiese llegar a la cama. Y para pagar por esto mañana tengo que lavar [la ropa], batir [la mantequilla], hornear [el pan] y hacer un queso e ir ... a recoger las zarzamoras”.

En cambio, las ciudades muchas veces ofrecían condiciones de vida un poco mejores. Habían más mujeres en busca de un trabajo en una fábrica que la cantidad de empleos disponibles en las fábricas.

El trabajo en una fábrica podía implicar más libertad

Una mirada más detenida a las cartas en el libro revela las vidas increíblemente variadas de las “chicas de fábrica”. Considere la vida de Delia Page. Con una herencia sustancial, ella nunca tuvo necesidad de dinero. Pero a sus 18 años de edad, Delia decidió mudarse lejos de su casa rural y trabajar en una fábrica en New Hampshire. Ella hizo eso a pesar de los peligros de trabajar en una fábrica. Un molino en Massachusetts colapsó en un incendio que mató a 88 personas e hirió gravemente a más de 100 otras. La familia adoptiva de Delia le escribió acerca de la tragedia y sus preocupaciones acerca de su bienestar. Pero ella, de manera desafiante, continuó trabajando en fábricas por varios años.

¿Qué llevó a la bien posicionada Delia a buscar un trabajo en una fábrica a pesar del peligro y las largas horas? La respuesta es la independencia social. En sus cartas, sus familiares adoptivos le pedían repetidas veces que ponga fin a lo que ellos consideraban que era una relación indecente con un hombre lleno de escándalos, le imploraban que asista a la Iglesia y le sugerían de manera sutil que vuelva a casa. Pero al trabajar en una fábrica, Delia fue libre de vivir bajo sus propios términos. Para ella, eso valía la pena.

La singular historia de Emeline Larcom también sobresale entre las cartas. El pasado de Emeline no podría haber sido más diferente que el de Delia. Su padre murió en el mar, y su madre, viuda con 12 niños, luchó para mantener a la familia. Emeline y tres de sus hermanas encontraron un trabajo remunerado en una fábrica y enviaron dinero a casa para mantener a su mamá y a sus otros hermanos. Emeline, la mayor de las cuatro chicas Larcom que partiero a trabajar en una fábrica, esencialmente crío a las otras tres. Una de ellas, Lucy, llegó a ser una destacada poeta, profesora, y una abolicionista que luchó contra de la esclavitud. Sus propias memorias describen el trabajo de molino de manera positiva.

De las diversas personalidades capturadas en estas cartas, solamente una abiertamente detesta su trabajo en los molinos. Mary Paul era un espíritu inquieto. Se movió de una ciudad a otra, algunas veces trabajando en fábricas, algunas veces probando otras formas de empleo como la sastrería, pero nunca quedándose en lugar alguno por mucho tiempo. Detestaba el trabajo de fábrica, pero este le permitió ahorrar suficiente dinero para perseguir su sueño: comprar su ingreso a una comunidad agrícola utópica que operaba en torno a principios proto-socialistas.

Ella disfrutó viviendo en la “Falange de Norte América” y trabajando solamente tres horas al día —mientras que esta duró. Pero como sucede con todas las comunidades de este tipo, esta llegó a tener problemas de dinero, exacerbados por un incendio en el granero, y ella tuvo que irse. Eventualmente sentó cabeza, se casó con un tendero, y —sus cartas parecen sugerir— se involucró en los inicios del movimiento de “sobriedad” para prohibir el alcohol (otra aventura condenada).

El trabajo de fábrica es el primer paso hacia un mejor futuro

Delia, Emeline y Mary proveen un vistazo a las distintas maneras en que un trabajo de fábrica impactó a las mujeres durante la Revolución Industrial. La adinerada Delia obtuvo la independencia social que buscaba y Emeline fue capaz de mantener a su familia. Incluso Mary, que detestaba el trabajo de fábrica, últimamente fue capaz de perseguir su (mal-aconsejado) sueño únicamente gracias al trabajo de fábrica. 

Aunque la Revolución Industrial comúnmente es condenada, fue un primer paso importante hacia el aumento de la movilidad social y económica de las mujeres y eventualmente derivó en una prosperidad inconcebible en el mundo pre-industrial. El paso del desarrollo económico industrial incluso podría estarse acelerando. En Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong, y Singapur, le proceso de pasar desde las fábricas hacia lo estándares de vida del Primer Mundo tardó menos de dos generaciones en lugar de un siglo como ocurrió en EE.UU.

Hoy, alrededor del mundo en vías de desarrollo, el trabajo de fábrica continúa sirviendo como una vía para escapar de la pobreza y del monótono trabajo agrícola, con beneficios particular para las mujeres que añoran la independencia económica. En China, muchas mujeres pasan de las fábricas a carreras administrativas o empiezan sus propias pequeñas empresas. Muy pocas de ellas eligen volver a la agricultura de subsistencia.

En Bangladesh que es todavía más pobre que la China, el trabajo de fábrica ha aumentado el nivel educativo mientras que reduce la tasa de niños extramatrimoniales. La industria maquiladora del país también ha suavizado la norma del purdah o la aislamiento que tradicionalmente evitaba que las mujeres trabajen o siquiera caminen en el exterior sin estar acompañadas de un guardián masculino.

Las mujeres que trabajan en fábricas muchas veces son consideradas como víctimas pasivas “indiferenciadas, homogéneas, sin rostro y sin voz”, pero incluso una examinación superficial de sus palabras y vidas revela que son individuos únicos con voluntad propia. Hoy, al igual que en el siglo diecinueve, la industrialización no solo que fomenta el desarrollo económico y reduce la pobreza, sino que también aumenta las opciones de las mujeres.

Este artículo fue publicado originalmente en The Federalist (EE.UU.) el 19 de julio de 2017.