El socialismo no es verde
Marian L. Tupy dice que el comunismo en la práctica resulta en un mayor perjuicio al medio ambiente que el capitalismo.
Por Marian L. Tupy
A principios de noviembre, escribí acerca de los esfuerzos determinados, desde ambos lados del Atlántico, de confundir al capitalismo con el racismo. Sin duda, algunos promotores del capitalismo eran racistas. Pero eso difícilmente es sorprendente dado que el racismo, junto con la esclavitud y la crueldad excesiva, eran universales y hasta hace poco, un fenómeno eterno.
La verdad es que ninguna cultura en la historia documentada se acerca a los altos estándares de comportamiento civilizado que hoy esperamos de cada uno de nosotros en Occidente contemporáneo, esto es, en el Occidente democrático y capitalista. Lo que yo cuestioné en mi artículo era la noción implícita de que el socialismo era, de alguna forma, menos racista. Y, como demostré observando la historia del socialismo, lo opuesto se acerca más a la realidad.
Aún así el salvaje noble de Jean-Jacques Rousseau —una criatura mitológica que vive en armonía con la naturaleza y con los demás seres— mantiene un fuerte atractivo en la imaginación socialista. Considere los recientes artículos del New York Times titulados, "¿La crisis del clima? Es el capitalismo, estúpido" y "Los eco-guerreros de Lenin". En el primero, Benjamin Y Fong recomienda el socialismo democrático como una solución a los problemas ambientales del mundo, mientras que en el segundo, Fred Strebeigh alaba Lenin como “un antiguo entusiasta del senderismo y de los campamentos” que convirtió a Rusia en “un pionero mundial en la conservación” (ambiental).
Antes de profundizar en la visión peculiar que publica el NYT acerca del legado ambiental del socialismo, un poco de contexto conviene.
Este año se cumplen 100 años desde el golpe de estado de los bolcheviques en Rusia —un evento que desató en el mundo la ideología más destructiva que alguna vez haya sido concebida por la mente humana. El NYT, que es la principal fuente de noticias para la intelectualidad progresista en EE.UU., ha decidido conmemorar los eventos catastróficos de 1917 en una serie de artículos (muy ridiculizados) que simpatizan con la revolución bolchevique con títulos como “Cuando el comunismo inspiró a los estadounidenses”, “Gracias a mamá, la revolucionaria marxista”, “Que así sea: Star Trek y su deuda con el socialismo revolucionario”, y “Por qué las mujeres tenían mejor sexo bajo el socialismo”.
Recuerde que el NYT cómplice en el encubrimiento de los crímenes perpetrados por los regímenes comunistas por cerca de un siglo, empezando con los reportajes desacreditados de Walter Duranty —un corresponsal anglo-americano que notoriamente describió las preocupaciones acerca de una hambruna causada por hombres en Ucrania como una “propaganda maligna”. El crímen de Duranty contra los estándares de contar la verdad del periodismo (entre 1932 y 1934, el Holodomor cobró entre 2,4 y 7,5 millones de vidas) le acarreó un Premio Pulitzer —un alto honor al que el se ha negado a renunciar en repetidas ocasiones.
Pero volvamos a las recetas del periódico para salvar al planeta. Según los escritores del NYT, el capitalismo está destruyendo el planeta, mientras que el socialismo (tanto en su forma original leninista como en su forma “democrática” que actualmente está siendo promovida por el senador estadounidense Bernie Sanders) lo podría salvar. Como escribe Fong:
“El verdadero culpable de la crisis del clima no es ningún tipo de consumo, producción o regulación en particular sino la misma forma en que producimos a nivel global, que es para obtener ganancias en lugar de hacerlo para lograr la sustentabilidad. Mientras este orden siga en pie, la crisis continuará y, dada su naturaleza progresiva, empeorará. Este es un hecho difícil de confrontar. Pero desviar nuestra mirada de un problema evidentemente intratable no hace que este disminuya. Debería expresarse de manera explícita: Es el capitalismo el que tiene la culpa...”
“Tenemos una probabilidad mucho mayor de sobrevivir el siglo 22 si las regulaciones ambientales fuesen diseñadas por un equipo de personas sin educación formal en una sociedad democrática y socialista que aquella que tenemos si son desarrolladas por un equipo de las mejores lumbreras científicas en una sociedad capitalista. La inteligencia de las personas más brillantes alrededor del mundo no puede competir con la estupidez abundante del capitalismo...”
“A la defensiva por siglos, los socialistas se han vuelto expertos en responder a las objeciones de gente para quienes las funciones básicas de la vida parecen difíciles de reproducir sin el poder motivador del capital. Aquí hay cuestiones serias, cuestiones que señalan la opacidad de la sociabilidad, como lo explora de manera chistosa el reciente libro de Bini Adamczak ‘Comunismo para niños’. Pero la carga de la justificación no debería caer sobre los hombros de quienes están proponiendo una alternativa. Para cualquiera que realmente haya reflexionado acerca de la crisis climática, es el capitalismo, y no su trascendencia, el que necesita una justificación”.
Dejando a un lado el “chistoso” libro de Adamczak Comunismo para niños, creo que es posible contestar gran parte de las preocupaciones de Fong observando los récords ambientales actuales de las economías socialistas y capitalistas.
Para empezar, todas las formas de producción resultan en algo de daño ambiental. La producción agrícola elimina bosques, desplaza la vida salvaje y destruye la biósfera. La producción industrial emite gases perjudiciales hacia la atmósfera y libera contaminantes en los ríos. Incluso el sector de servicios contamina, dada su dependencia en la electricidad y sus inherentes emisiones de CO2. Así que la verdadera pregunta no es cuál sistema económico es el perfecto guardián del medio ambiente, sino cuál sistema económico es un mejor guardián.
Al responder a esa pregunta, los siguientes conceptos deberían tenerse en cuenta: la eficiencia económica, la tragedia de los comunes y la curva ambiental de Kuznets.
Las economías socialistas fueron muy ineficientes (ese todavía es el caso en aquellas que sobreviven en Cuba, Venezuela y Corea del Norte). Para compensar por la ineficiencia de la planificación central, derivada de la ausencia de un mecanismo de precios de mercado, las economías socialistas generalmente ignoraron el daño ambiental y otras externalidades negativas. Para maximizar la producción (para poder seguir avanzando a la velocidad de las economías capitalistas), los países socialistas tenían estándares de emisiones laxos o inexistentes. Las regulaciones sanitarias y de seguridad eran ignoradas o inexistentes. Las economías socialistas también prohibieron los sindicatos independientes y, con frecuencia, recurrían al trabajo de esclavos.
El descuido de los socialistas del medio ambiente era exacerbado por su desprecio de los derechos de propiedad privada. En las economías capitalistas, las haciendas y fábricas son propiedad de personas individuales o corporaciones. Si causan daño al medio ambiente o a la fuerza laboral, pueden ser llamadas a rendir cuentas en una corte donde se aplica la ley. En las economías socialistas, la tierra y el aire (y, en los casos más extremos, la gente) eran propiedad del estado y sufrían de “la tragedia de los comunes”.
A una fábrica estatal encargada por los planificadores centrales de producir determinada cantidad de barras de hierro, por ejemplo, no solo se le permitía, sino que era activamente alentada a cumplir con su cuota de producción sin importar el daño que le cause al medio ambiente y a la población. En las economías capitalistas, al estado se le encarga hacer cumplir los estándares ambientales y la protección de los trabajadores. En las economías socialistas, el estado es tanto el que hace cumplir las cuotas de producción, como el supuesto protector del medio ambiente y de los trabajadores. Cuando tocaba elegir entre los dos objetivos, los socialistas casi siempre elegían lo primero: ahorraban en los segundos objetivos para compensar por la ineficiencia de la planificación central.
Ese problema es claramente ilustrado al comparar la cantidad de emisiones de CO2 por dólar de producción en los países socialistas y en los capitalistas. Nótese que, a través del tiempo, las emisiones cayeron en EE.UU. desde niveles que ya eran bajos. Una tendencia similar puede observarse en Rusia luego del colapso de la Unión Soviética en 1991 (desafortunadamente, no tengo datos para la Unión Soviética antes de 1991).
Tal vez el mejor ejemplo de la desconsideración del medio ambiente puede ser visto en los datos para China. Las emisiones durante el Gran Salto Hacia Adelante de Mao Zedong (1958-1962) fueron, comparadas a las de EE.UU., estratosféricas. Cayeron después de este periodo, pero permanecieron muy altas hasta fines de la década de 1970, cuando China abandonó el socialismo. Desde que China empezó a liberalizar su economía (introduciendo el mecanismo de precios y los derechos de propiedad privada), sus emisiones han caído de manera dramática.
Finalmente, aunque no menos importante, los países socialistas eran, en gran medida como resultado de la planificación central, mucho más pobres que sus contrapartes capitalistas. Esto es importante debido a un fenómeno conocido como la curva ambiental de Kuznets. Como regla general, mientras más rica es la gente, más probable es que paguen por “bienes de lujo”, como un aire y ríos limpios, así como también por estándares sanitarios y de seguridad en el lugar de trabajo. Podría sonar extraño para personas modernas, pero el ambiente limpio y una fuerza laboral feliz son, en un sentido muy real, “lujos” que no estuvieron disponibles para nuestros ancestros mucho más pobres.
Las personas realmente pobres, como aquellas en grandes regiones de África y Asia, están principalmente enfocados en sobrevivir. Todas las demás consideraciones son secundarias. ¿No me cree? Luego del colapso de la economía de Zimbabue, la gente empezó a matar a la vida salvaje que antes era protegida para poder alimentar a sus familias. Luego del colapso de la economía venezolana, los animales del zoológico en la capital de la nación se encontraron en el menú. Durante el Holodomor en Ucrania, las personas se comían entre ellas. No pretendo denigrar las preocupaciones ambientales, sino que quiero destacar los verdaderos costos de oportunidad a los que se enfrenta la gente a diario en economías socialistas disfuncionales.
El socialismo, entonces, no es la respuesta. Teniendo en cuenta la historia, el daño ambiental derivado de la producción socialista fue considerablemente mayor que el daño ambiental derivado de la producción capitalista. Todos —y repito, todos— los estudios académicos realizados luego del colapso del imperio de la Unión Soviética encontraron que la calidad del medio ambiente en los países anteriormente socialistas era inferior a aquella de los países capitalistas.
La mejor forma de proteger el medio ambiente es enriquecerse. De esta forma, hay suficiente dinero no solo para satisfacer as necesidades de la gente, sino también para pagar por plantas eléctricas más limpias y mejores plantas de tratamiento de agua. Dado que el capitalismo es la mejor forma de generar riqueza, la humanidad debería mantenerlo.
Este artículo fue publicado originalmente en Cap X (Ecuador) el 1 de diciembre de 2017.