No culpen a la inmigración del terrorismo
por Daniel T. Griswold
Daniel T. Griswold es Director del Centro de Estudios de Política Comercial del Cato Institute.
A raíz del ataque terrorista del 11 de septiembre, Estados Unidos tiene que aumentar sus esfuerzos en evitar que terroristas ingresen al país. Pero tales esfuerzos no deben resultar en un cierre de nuestras fronteras a los inmigrantes.
A raíz del ataque terrorista del 11 de septiembre, Estados Unidos tiene que aumentar sus esfuerzos en evitar que terroristas ingresen al país. Pero tales esfuerzos no deben resultar en un cierre de nuestras fronteras a los inmigrantes.
Claro que todo gobierno tiene el derecho y el deber de controlar sus fronteras para impedir el acceso de gente y sustancias peligrosas. El gobierno debe instrumentar los procedimientos necesarios para impedir el ingreso de cualquiera con conexiones terroristas o expedientes criminales.
Esto requerirá ampliar y mejorar las instalaciones fronterizas para que los agentes aduanales y de inmigración puedan ser notificados oportunamente sobre personas a quienes se les debe negar el ingreso. Hay que mejorar las comunicaciones entre los cuerpos policiales, las agencias de inteligencia y las patrullas fronterizas. Los sistemas de computación deben ser modernizados de manera que sean un filtro efectivo, sin provocar retardos intolerables en las fronteras. También se requerirá una mejor colaboración de parte de México y del Canadá para impedir el ingreso de terroristas potenciales.
Quienes desde hace tiempo se oponen a la inmigración, incluyendo Pat Buchanan y la Federation for American Immigration Reform, han tratado en los últimos días de convertir esas legítimas preocupaciones sobre seguridad en un argumento contra la inmigración abierta. Pero inmigración y control fronterizo son dos asuntos diferentes. El control de la frontera tiene que ver con permitir o no la entrada de alguien al país de manera temporal; la inmigración tiene que ver con permitirle a alguien venir para quedarse.
Los inmigrantes son una ínfima parte del total de extranjeros que vienen a Estados Unidos cada año. Según el Servicio de Inmigración (INS), 351 millones de extranjeros fueron admitidos durante el año fiscal 2000, casi un millón de personas diarias. Ese total incluye personas que viajan varias veces al año a Estados Unidos, como turistas y hombres de negocios, lo mismo que aquellos trabajadores a quienes se les permite cruzar la frontera del Canadá o México todos los días.
La gran mayoría de los extranjeros que vienen a Estados Unidos regresan a sus países de origen, después de algunos días, semanas o meses. Reducir el número de extranjeros a quienes se les permite residenciarse de manera permanente en Estados Unidos no lograría nada en protegernos de terroristas que no vienen a quedarse sino a conspirar y a cometer crímenes. Y cerrarles las fronteras a quienes vienen por poco tiempo causaría un inmenso daño económico.
Sería una vergѼenza nacional si en nombre de la seguridad les cerráramos las puertas a los inmigrantes que vienen a trabajar y a buscar un futuro mejor para ellos y sus familias. Igual que la Estatua de la Libertad, las torres gemelas del World Trade Center eran monumentos a la apertura norteamericana hacia la inmigración. Trabajadores de más de 80 países perdieron sus vidas en el ataque terrorista. Se estima que murieron unos 300 ingleses, 250 chilenos, casi 200 colombianos, unos 130 turcos, unos 115 filipinos, unos 113 israelitas, alrededor de 100 alemanes y más de 45 canadienses. Esos extranjeros no causaron el terrorismo, sino fueron sus víctimas.
El problema no es que estamos dejando entrar a mucha gente a Estados Unidos, sino que el gobierno no deja fuera a los malos. Una analogía con el comercio ayuda a comprender el problema. Podemos tener una política de libre comercio para aprovecharnos de sus grandes beneficios, pero al mismo tiempo excluir productos dañinos a la salud y a la seguridad pública, tales como carnes y frutas contaminadas, explosivos, pornografía infantil y demás contrabando. De la misma manera debemos mantener nuestras fronteras abiertas al flujo migratorio, pero reforzar nuestra habilidad de rechazar a quienes son una amenaza pública.
Los inmigrantes vienen a Estados Unidos en procura del sueño americano; los terroristas vienen a destruirlo. No podemos permitir que nuestra tradición de extenderle una bienvenida a los inmigrantes se convierta en otra víctima del 11 de septiembre.
Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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