Montessori, la educadora
Alberto Benegas Lynch (h) describe la relación entre la filosofía de educación de María Montessori, la primera mujer médica italiana, y el liberalismo.
Maria Montessori —la primera mujer médica italiana— estableció en su país las llamadas Case de Bambini en 1907 con un éxito notable, hasta que se vio obligada a emigrar debido a la persecución de Mussolini quien decretó la clausura de todos sus colegios. Pero el mencionado éxito se extendió rápidamente a muchos otros países del mundo libre.
Nada mejor que basarse en el célebre Manual escrito en 1913 por la propia Montessori para entender los fundamentos de su novedoso sistema. Básicamente se sustenta en la libertad individual y en el consiguiente respeto por la unicidad de los niños. No se basa en el sistema convencional de grados y años escolares, sino en promover a quienes revelan talento en las diversas asignaturas hasta el nivel que requiera el caso particular y siempre las instituciones correspondientes sufragadas voluntariamente y nunca a través de la fuerza gubernamental.
En sus palabras, quienes enseñan deben “dejar que el niño se desenvuelva libremente dentro de los límites del bien y observar el desarrollo interior. Esta es nuestra misión”. Explica que “estamos para ofrecer los medios necesarios para el desarrollo y, habiendo hecho esto, debemos esperar ese desarrollo con respeto”. Afirma que “Es necesario que el profesor guíe al niño sin que éste sienta demasiado su presencia de modo que pueda estar listo para ofrecer la ayuda requerida pero nunca debe constituirse en un obstáculo entre el niño y su experiencia”. Y así “notaremos que el niño tiene una personalidad que busca expandir; tiene iniciativa, elige su propio trabajo, persiste y cambia en concordancia con sus requerimientos interiores; no escatima esfuerzos, más bien los busca y con gran alegría los supera dentro de su capacidad. Es sociable en la medida en que desea comunicar a todos su éxito, sus descubrimientos y sus pequeños triunfos. No hay, por tanto, necesidad de intervención, Espere mientras observa, ese es el lema del educador.”
Según la doctora Montessori, la clave de su sistema radica en brindar un marco de referencia para trabajar que denomina “organización del trabajo”, otra vez en sus palabras: “Por tanto, la organización del trabajo es la piedra basal de esta nueva estructura bienhechora; pero esa organización es inútil sin la libertad de hacer uso de ella y sin la libertad de expandir todas la energías que surgen de la satisfacción de las más elevadas actividades del niño [...] La historia de la civilización es la historia de los intentos exitosos para organizar el trabajo y obtener libertad”.
Se dirige a las familias y a los padres al enfatizar que “el origen y el progreso de la mente deben establecerse en condiciones normales para el libre desarrollo del pensamiento” y al reiterar la importancia de que el niño distinga lo que está bien de lo que está mal, invita a los educadores a que tengan muy en cuenta que muchas veces lo que se considera un mal comportamiento es consecuencia de haber bloqueado espacios de libertad que producen rebeldías, las cuales a veces también se deben a no haber tratado al niño con suficiente cuidado tal como pretenden los adultos que se los trate.
Por otra parte, la autora apunta que “quienes concluyan que para hacer personas buenas es suficiente con darles bien de comer, estarán incurriendo en un error garrafal [...] en nuestro caso estamos tratando con una necesidad mucho más profunda —con el alimento interior del hombre referido a sus funciones más elevadas. El pan al que nos referimos es el pan del espíritu y así entramos en el difícil tema de las satisfacciones a las necesidades psíquicas del hombre”.
Con estas consideraciones no estamos en modo alguno sugiriendo que se deba adoptar el sistema Montessori ni las ideas de su fundadora. El punto importante es que la educación opere en un sistema de puertas y ventanas abiertas de par en par puesto que se trata de un delicado proceso de prueba y error en el contexto de corroboraciones y refutaciones en un largo camino que no tiene término. Es menester abrogar los mecanismos en los que los aparatos estatales, las burocracias y la politización imponen pautas, textos, bibliografías, controles y directivas de diversa naturaleza. En este sentido, las secretarias, direcciones y ministerios del ramo constituyen una afrenta a la inteligencia y una contradicción con el significado mismo de la educación. La competencia es fundamental en todas las áreas como la mejor auditoria de calidad, pero en la educación se hace especialmente necesaria y relevante.
Naturalmente los sátrapas de todas las latitudes arremeten de inmediato contra la educación porque saben que de eso depende todo lo demás. Conquistado ese bastión, el resto se da por añadidura. Por eso es que dentro de las primeras medidas de Hitler estuvo la clausura de los colegios Montessori. Por eso es que ese sistema está prohibido en la isla-cárcel cubana.
Giovanni Papini —mi cuentista favorito— relata una conversación entre el primer hombre y el último antes del la extinción total. Adán no le reprochaba a su descendiente su estado de lamentable degradación: tal era el grado de colectivización en que se habían embarcado sus continuadores que su interlocutor no tenía siquiera rostro y se lo identificaba con un número. No lo recriminaba porque estimaba que él había comenzado con el primer indicio de decadencia al pretender “ser como dioses”, es decir, la arrogancia, la soberbia y la presunción de conocimiento lo había hecho subestimar el orden natural, a pesar de que, dadas sus facultades de libre albedrío, hubiera podido explorar un camino acorde con su condición humana. Es de desear que este no sea el final del hombre, pero para ello es menester darse cuenta de la importancia de la educación basada en la excelencia.
Tal vez lo primero que siempre deba decirse cuando se habla de educación es que es un proceso que viene de adentro y que los profesores brindan un marco de referencia al efecto de estimular las potencialidades de cada uno. Por tanto, no es un proceso emparentado con la fuerza bruta. En este sentido, como ya he consignado antes, debe descartarse del vocabulario aquello de “la educación pública”, una expresión ante todo hipócrita para ocultar la verdadera naturaleza del asunto: la enseñanza estatal ya que la educación privada es también para el público, lo que sucede es que resulta una expresión tan fea y desagradable como aludir a la “prensa estatal”, a la “literatura estatal” y similares.
Además, como también he puntualizado cada vez que se discute el tema educativo: debe precisarse que todos pagamos impuestos muy especialmente aquellos que nunca vieron una planilla fiscal, quienes, de facto, los sufragan vía la disminución en sus salarios debido a la reducción en las tasas de capitalización consecuencia de los gravámenes de jure. Ergo, las instituciones estatales “de educación” se traducen en una manifiesta injusticia para los más pobres, para aquellos que no pueden afrontar el costo de oportunidad de enviar a sus hijos a estudiar porque perecen por inanición y, sin embargo se ven obligados a financiar los estudios de los más pudientes.
Lo anterior desde luego es aplicable a los vouchers estatales que obligan a quienes no tienen las condiciones y vocaciones para aplicar a las ofertas educativas existentes a financiar a los que si las tienen (y no me refiero a coeficientes intelectuales puesto que han sido refutados los tests respectivos mostrando que todos somos inteligentes solo que para temas muy diversos). Los referidos vouchers, además, no solo incentivan a los candidatos a recurrir a este procedimiento sino que sirven de estímulo para que las instituciones educativas les resulte más fácil buscar estudiantes en base a ese sistema en lugar de reclutarlos entre aquellos que financian los estudios con sus propio peculio, lo cual, en definitiva, resulta a una mayor intromisión gubernamental en la educación y, consecuentemente, un mayor gasto estatal.
Cada vez que se politiza un tema debe resolverse a través de mayorías que obligan en sus veredictos a todos. Opera la suma cero: hay ganadores y perdedores, al contrario de lo que ocurre en los procesos de mercado donde la gente, en proporción a sus adquisiciones, obtiene lo que demanda lo cual no resulta incompatible ni mutuamente excluyente respecto a lo que requieren otros. En cambio, en el caso de las instituciones educativas estatales, las decisiones en cuanto a asuntos tan delicados como la enseñanza de temas sexuales, de religión o lo que fuere, debe establecerse por mayorías que involucran a todos. Por el contrario, en los sistemas genuinamente privados (y no privados de independencia por imposiciones de los comisarios de la mente ubicados en las reparticiones oficiales de educación), esas y otras cuestiones se resuelven de modo distinto en cada caso, en cuyas situaciones desaparece la suma cero para convertirse en suma positiva.
Por último, debe subrayarse que en el caso de la politización y la consecuente imposición de mayorías para todos, necesariamente los valores se degradan puesto que las mayorías compactas siempre buscan el mínimo común denominador para poder operar con lo que inevitablemente se alejan de la excelencia (y en el contexto del manejo de propiedades que no pertenecen a quienes deciden, con “la tragedia de los comunes” que ello acarrea). Sin duda que en los sistemas privados pueden depreciarse los valores de la civilización según sea la estructura axiológica de los integrantes del respectivo grupo humano, pero la politización en el contexto del antes referido común denominador, inevitablemente empuja y acelera hacía la decadencia sin posibilidad de contención efectiva.
En el contexto de este tema tan crucial de la educación, quiero citar a dos entrañables amigos. Una referente a la claudicación e hipocresía de algunos de los supuestos educadores del bien y otra que apunta a la desidia y la pereza mental. Jean-Francois Revel, en su Diario de fin de siglo declara que “La cohorte de ministros, cardenales, reyes e intelectuales que en La Habana desfilan para besar las barbas ensangrentadas de Fidel Castro resulta impresionante” lo cual había ejemplificado en El renacimiento democrático al transcribir las declaraciones de enero de 1989 del Cardenal Etchegaray del Vaticano después de su visita a Fidel Castro: “Compartimos la misma pasión del hombre por su dignidad y su libertad” (también Revel, en el prólogo a mi libro titulado Las oligarquías reinantes, subrayaba la hipocresía de endosar responsabilidades al liberalismo cuando en verdad se hacía todo lo contrario). Luego, lo escrito por Vladimir Bukouvsky en To Build a Castle: My Life as a Dissenter: “Miles de libros se han escrito en Occidente y cientos de diferentes doctrinas se han creado por políticos para llegar a componendas con los regímenes totalitarios. Todas evaden la única solución correcta, cual es la oposición moral. Las minadas democracias occidentales se han olvidado de su pasado y su esencia, es decir, que la democracia no es una casa confortable, un automóvil elegante o un seguro de desempleo, sino, antes que nada, la habilidad y el deseo de asumir con coraje la defensa de los derechos”.
Muchas veces, con el pretexto de compensar a las mujeres y a los negros por maltratos anteriores se introducen medidas que dañan grandemente a los ámbitos educativos (y laborales) imponiendo cuotas a través del “affirmative action” (además de la consecuente degradación de la mujer y de los negros).
Como ya he consignado antes, personalmente —salvando las distancias filosóficas— en vista de los sucesos que vienen ocurriendo, a veces estoy tentado a pensar como Antonio Gramsci cuando escribía que “soy pesimista en la inteligencia pero optimista en la voluntad” (voluntad para seguir escribiendo, impartiendo clases y similares). Por momentos me parece percibir que el futuro no es nada promisorio dada la gran cantidad de gente de bien que no contribuye en los más mínimo a defender los principios del respeto recíproco, mientras hay avalanchas de quienes se ocupan y preocupan por difundir el colectivismo estatista. Sin embargo, sé que debemos hacer un ejercicio para reforzar la visión optimista que siempre infunde energía, porque como escribía Lin Yutan referido a la educación de la sensibilidad: “La mitad de la belleza está en el paisaje y la otra mitad en la persona que lo mira”.
La educación nunca termina, todos necesitamos educarnos permanentemente. Decir que fulano “completó su educación” en tal o cual universidad constituye una sandez manifiesta. El proceso educativo comienza en el seno materno, por ejemplo, con música adecuada y ni bien nace la criatura es imperioso establecer límites precisos, del mismo modo que el conductor necesita señales claras en el pavimento y al costado de la ruta (de lo contrario se extravía y no encuentra su destino y corre serios riesgos de accidentarse). Hoy en día parecería que padres y maestros le tienen mido a sus hijos y alumnos, situación que indefectiblemente desemboca en un desastre. Una cosa es el autoritarismo y la falta de respeto al educando al promover normas sin fundamento y otra bien distinta es abdicar de la educación y convertir todo en puro cretinismo.
Educarse es pensar, discutir, escudriñar, tamizar, interrogarse y, sobre todo, no hacer las del loro. Tal como escribe Fernando Savater, no se trata de “memorizar unas cuantas fórmulas pedantes que luego [las] repetirán como papagayos”. Formar un criterio independiente es la clave del arduo proceso educativo. Las preguntas a veces son más reveladoras que ciertas respuestas y, cuando éstas vienen resulta que no son más que proemios para nuevos interrogantes que invitan a profundizar el conocimiento.
Probablemente los nacionalismos sean los enemigos más encarnizados de la educación, sobre todo debido a la noción perversa de “patria” como un “ser” antropomórfico al que el hombre debe subordinar su libertad. En este sentido, es oportuno hacer referencia a la opinión de Juan Bautista Alberdi que en su obra Bases y puntos de partida para la Constitución Argentina subraya que “la patria no es suelo” que “la patria es libertad” y, sobre todo, cita allí y en el mismo contexto el adagio latino ubi bene ibi patria, es decir, donde se está bien, está la patria, pensamiento tan caro, por ejemplo, a todos los ancestros de quienes vivimos en el continente americano y que no descendemos de los aborígenes.
Para concluir decimos que cultivar la búsqueda de la excelencia constituye una barrera formidable al colectivismo que todo lo degrada al desfigurar a la persona y al estrangular sus derechos. El antídoto para esta decadencia es sin duda una buena biblioteca donde pueda consultarse el conocimiento disponible y de donde vuelven a parir nuevas preguntas que, como hemos consignado más arriba, al responderse hacen florecer miles de otros interrogantes e inquietudes en un camino repleto de inmensas gratificaciones que no tiene término.
La lectura también atestigua nuestra propia evolución al comprobar que las glosas y subrayados de lo que ya habíamos leído, en el presente le daríamos otro peso relativo y eventualmente subrayaríamos otros pensamientos que en aquel momento no le otorgamos la relevancia que hoy le atribuimos.
La curiosidad por explorar recovecos de aquello que resulta posible para el intelecto coloca al ser humano en la senda de su progreso interior, en un contexto de debates abiertos sin dogmas ni ortodoxias que se interpongan en esa fértil avenida pavimentada de un constante y renovado proceso educativo, para lo cual es indispensable cultivar el lenguaje. “Resulta inconcebible el pensamiento sin el lenguaje” dice con razón Hanna Arendt en el primer capítulo de La vida del espíritu. La mente está operativa con el lenguaje que sirve secundariamente para la comunicación y principalmente para poder pensar.