Mito: El liberalismo clásico conduce al libertinaje

Carlos Federico Smith asevera que "La sociedad liberal da posibilidad al cambio y la evolución, que sin duda se dificultaría enormemente si el Estado coaccionara o impusiera reglas específicas que se asumirían son inviolables e invariables".

Por Carlos Federico Smith

Esta crítica al liberalismo clásico suele proceder de algunos círculos conservadores defensores del status quo, quienes señalan que tal posición política conduce a conductas privadas que contrastan fuertemente con las convenciones morales vigentes, aunque también en ocasiones la crítica proviene de la izquierda. Señala Tibor Machan que el liberalismo clásico es “acusado de promover la disipación, el libertinaje, el hedonismo y el subjetivismo moral. Leo Strauss desde la derecha, Herbert Marcuse desde la izquierda, así como muchos de sus epígonos, han formulado repetitivamente este punto. Defendiendo la libertad individual, el liberalismo no ha tomado muy en cuenta a la ética” (Tibor Machan, “Two Kinds of Individualism: A critique of Ethical Subjectivism,” en Philosophical Notes, No. 29, 1993, p. 1).

Por libertinaje se puede entender un comportamiento de los individuos que no está restringido por códigos formales o informales acerca de costumbres o modales y por la moralidad. Algunos críticos han considerado que el liberalismo clásico da lugar a que los individuos actúen como si no tuvieran restricción moral alguna en cuanto a su conducta personal y en sociedad.

Deseo formular varias consideraciones al respecto. Los liberales clásicos no son anarquistas y por ende reconocen funciones al Estado, que se pueden resumir, en general, en aquellas que permiten asegurar un orden de libertad. Desde Adam Smith el pensamiento liberal clásico definió funciones esenciales que debía desempeñar el Estado: un marco legal que permita el funcionamiento adecuado del orden social basado en la libertad. Lo importante en cuanto a la crítica que se analiza, es si se requiere, a partir de tales funciones públicas generales, que el Estado defina cuáles serían las reglas morales que deberían regir en un orden establecido en un momento dado. Sobre este tema una vez dijo Margaret Thatcher que “La libertad es una criatura de la ley o es una bestia salvaje” (Margaret Thatcher, discurso pronunciado en Corea del Sur el 3 de setiembre de 1992, conocido como “Los principios del Thatcherismo”).

De acuerdo con la concepción Hayekiana de un orden social “nos comprendemos mutuamente, convivimos y somos capaces de actuar con éxito para llevar a cabo nuestros planes, porque la mayor parte del tiempo los miembros de nuestra civilización se conforman con los patrones inconscientes de conducta, muestran una regularidad en sus acciones que no es resultado de mandatos o coacción y a menudo ni siquiera de ninguna adhesión consciente a reglas conocidas, sino producto de hábitos y tradiciones firmemente establecidas” (Friedrich A. Hayek, Los fundamentos de la libertad, Madrid: Unión Editorial, S. A., 1975, p. p. 78-79). Es decir, la tradición y la costumbre, que surgen evolutiva y espontáneamente en una sociedad, son un factor crucial para entender el comportamiento de los individuos en un orden concreto y no el diseño deliberado de una política estatal que pretenda asegurar que con ella la sociedad funciona en beneficio de sus integrantes. La importancia de la tradición y la costumbre en los órdenes sociales, y que ellas no son objeto de creación deliberada, descansa en la idea clave del prominente pensador liberal clásico, David Hume, acerca de que “la moral… no puede derivarse de la razón” (David Hume, Tratado de la naturaleza humana, Tomo III, San José: Universidad Autónoma de Centro América, 1987, p. 211), sino que “nuestros esquemas morales y nuestras instituciones sociales… surgen como parte de un proceso evolutivo inconsciente de auto-organización de una estructura o un modelo” (Friedrich A. Hayek, La fatal arrogancia, Op. Cit., p. 193).

Cuando con anterioridad  se analizó la crítica al liberalismo clásico de ser conservador se indicó que tal creencia no tenía fundamento, pues la conformidad voluntaria, que en cierto momento existía en un orden libre, bien podría variar. Al contrario del conservador quien cree en la inmutabilidad de las reglas morales de una sociedad, el liberal clásico considera que éstas pueden ser objeto de cambio; concretamente, que pueden evolucionar. Escribe Hayek que “Tal evolución solamente es posible con reglas que ni son coactivas ni han sido deliberadamente impuestas; reglas susceptibles de ser rotas por individuos que se sienten en posesión de razones suficientemente fuertes para desafiar la censura de su conciudadanos, aunque la observancia de tales normas se considera como mérito y la mayoría las guarde” (Friedrich A. Hayek, Ibídem., p. 79).  La sociedad liberal da posibilidad al cambio y la evolución, que sin duda se dificultaría enormemente si el Estado coaccionara o impusiera reglas específicas que se asumirían son inviolables e invariables. 

Surge un elemento esencial que Hayek expone acerca de la sociedad abierta: la tradición constituye una limitante a la acción individual en cuanto a las reglas que existen en una sociedad en un momento y lugar concreto, pero dicha limitante debe ser flexible en cuanto a permitir el cambio que los individuos deseen llevan a cabo, si los costos de hacerlo son más que compensados con el beneficio que obtienen del cambio. En el orden de libertad dicho cambio es gradual y experimental (piecemeal) contrario a la forma en que varía en un orden en el cual el Estado es el que define las reglas morales. Aún más, señala Hayek, “La existencia de individuos y grupos que observan simultáneamente normas parcialmente diferentes proporciona la oportunidad de seleccionar las más efectivas.” (Friedrich A. Hayek, Ibídem., p. 79).

No se observa, por tanto, que en sociedades políticamente liberales prime la anarquía y el libertinaje, sino, por el contario, un orden al cuál se arriba espontáneamente sin mediar la coerción que pueda imponer el Estado en cuanto a reglas morales que deberían de seguir los ciudadanos. Esa espontaneidad y el aprecio por las reglas de conducta probadas y reflejadas en tradiciones y costumbres que aceptan los individuos en un momento dado, no significa que éstas sean inamovibles, pues la tolerancia propia del sistema liberal clásico permite que los mismos individuos con su conducta vayan definiendo las reglas morales con el paso del tiempo.