Miguel Boyer: Hombre de convicciones y gran ministro de Economía
Pedro Schwartz considera que Miguel Boyer, quien fue Ministro de Economía durante el gobierno de Felipe González, "No era hombre de disciplina de partido, sino de fidelidad a unas ideas y modos de actuar según lo que le dictaba la razón".
Por Pedro Schwartz
Desde los primeros momentos en que trabamos amistad Miguel Boyer se me mostró como un hombre de pensamiento libre, carácter enérgico, dispuesto a llevar sus ideas a la práctica, fueran las que fuesen las consecuencias para él. Esa claridad de visión y firmeza de carácter le llevó a los puestos más altos de la vida nacional, en los que, para bien de nuestro país, pudo demostrar su gran espíritu público.
Por el lado materno, pertenecía a una familia de liberales reformistas. Nació en San Juan de Luz (Francia) el 5 de febrero de 1939, donde su madre hubo de exilarse durante la Guerra Civil. Su bisabuelo, Amós Salvador había sido senador en el partido de Sagasta.
Su abuelo fue condenado a muerte y conmutada la pena por Franco; en el momento de su nacimiento su padre estaba preso en España. Volvieron a España y cursó estudios en el Liceo Francés: llevó para toda la vida la impronta tan típica de la enseñanza francesa.
La preparación profesional
Su primera licenciatura fue la de Física. Tras haber ingresado en la Junta de Energía Nuclear por sus actividades contra el Régimen del general Franco hubo de pasar seis meses en la cárcel de Carabanchel por propaganda ilegal, después de que la Brigada Social le sorprendiera reproduciendo panfletos subversivos en una vieja multicopista manual. Le conocí en la Facultad de Económicas de la Complutense.
Mostró ser uno de los alumnos más destacados que he tenido nunca —naturalmente le dimos matrícula de honor—. Recuerdo bien la letra chiquita y el orden lógico de sus ensayos y exámenes.
Especialmente agudos fueron sus trabajos sobre Carlos Marx, por el que nunca sintió mucha devoción, pues estaba de acuerdo con Keynes en encontrarle aburrido. Su modelo era más bien Bertrand Russell, cuyo humor cáustico armonizaba bien con el suyo. Algunos años después organizamos un congresillo sobre este filósofo y matemático inglés, que luego en opinión de ambos dio muestras de excesiva excentricidad política.
Le animé a que hiciera oposiciones al Servicio de Estudios del Banco de España. Las ganó con brillantez en 1969 y así entró a formar parte de un grupo de amigos de iguales convicciones, como Mariano Rubio, Ángel Rojo, Carlos Solchaga, Raimundo Ortega o yo mismo.
¿Vaivenes políticos?
Con ayuda de otros profesionales del Ministerio de Comercio y del Instituto Nacional de Industria (INI) relanzamos la revista España Económica, que, durante el tiempo en que fue permitida su publicación, defendió con impertinencia la esperanza de una España democrática en la que se aplicara la racionalidad económica. Algo nos dice sobre las sorprendentes contradicciones del Régimen el que casi todos los que criticábamos la política económica desde esas páginas éramos funcionarios. En 1974 marchó al Servicio de Estudios del INI, que llegó a dirigir.
Los cambios de su vida política confunden a muchos. No era hombre de disciplina de partido, sino de fidelidad a unas ideas y modos de actuar según lo que le dictaba la razón.
Se afilió al PSOE en los años sesenta, alcanzó la directiva, abandonó el partido que consideraba en exceso marxista, y volvió a él cuando Felipe González lo modernizó. Felipe iba a su casa para que le hablase de economía con una sensatez que el joven líder no encontraba en sus otros compañeros de partido. Fue Boyer el que le hizo ver el error de la política keynesiana que el erudito a la violeta de Miterrand estaba aplicando en Francia con dolorosos resultados.
En 1978 fue elegido diputado por Jaén y tras el gran triunfo socialista de 1982 Felipe no dudó un instante en nombrarle su ministro de Economía, Hacienda y Comercio. En ese puesto crucial contribuyó a evitar locuras de izquierdistas que una aplastante mayoría había envalentonado.
En esa legislatura de 1982, yo era el portavoz de Economía, primero, y de Hacienda, después, por la Coalición Popular, en la oposición. La primera y chocante medida que tomó el Gobierno, empujado por Boyer y Solchaga, fue intervenir Rumasa, el tronado grupo de Ruiz Mateos, desde el Banco de España y luego nacionalizarlo.
Aquello era necesario porque el imperio del jerezano era una pirámide de deudas cruzadas y activos sobrevalorados, pero se hizo de forma desordenada y poco legal. Era típico de Miguel Boyer el que decidiera tirar por la calle de en medio, sin atender a las razones ni objeciones provenientes de la oposición. Frío y seguro, hizo lo que consideraba indispensable para salvar el sistema financiero.
Curiosamente, esa medida le granjeó inmenso prestigio en la izquierda de su partido y le permitió aplicar duras medidas antiinflacionistas, que de otro modo hubieran soliviantado.
Ese gesto imperioso también ayudó a que las medidas de reconversión industrial decididas por Solchaga, su compañero de Gobierno en Industria, pudiera cabalgar sobre las objeciones sindicalistas a la reconversión industrial.
¡Qué dura fue la política monetaria y fiscal aplicada! Desde la oposición yo no tenía otro remedio que prestarle apoyo, lo que provocaba el disgusto de muchos de mis compañeros de coalición. Lo mismo tuve que hacer con las medidas tomadas en el llamado “Decreto Boyer”, de liberación de alquileres y horarios comerciales: recuerdo que felicité al ministro en mi discurso y crucé luego el hemiciclo para darle mis parabienes. ¡Qué poco de fiar somos los liberales para los dogmáticos de partido! Él quitando trabas de gusto socialista y el portavoz de la Coalición Popular pidiéndole que siguiera por ese camino.
Luego hubo de chocar con el vicepresidente Alfonso Guerra, que quería más gasto público para combatir el paro. Felipe González no supo apoyarle suficientemente contra su compañero de luchas en Sevilla y Boyer dimitió.
Luego dirigió el Banco Exterior por encargo de Solchaga, que le había sustituido en la cartera de Economía: Solchaga estaba camino de crear Argentaria uniendo todos los bancos públicos y quería que Boyer le ayudara en ese proyecto.
Todo eso fue un error, tanto de Felipe González, como de Miguel Boyer, como de Carlos Solchaga: yo creo que si Boyer hubiera seguido de ministro de Economía no habría habido necesidad de tres devaluaciones de la peseta en nuestra participación en el fracasado Sistema Monetario Europeo, porque Boyer habría sabido actuar con su severidad acostumbrada.
En la vida pública siempre le guiaban sus convicciones intelectuales y morales. Cuando el primer Gobierno de Rodríguez Zapatero empezó a desbarrar, Boyer se acercó a Aznar participando en la Fundación FAES. Le alejó de Aznar el apoyo español a la segunda Guerra de Irak.
Cuando vio que era posible influir en Zapatero, entró en un pequeño grupo de economistas que buscaban convencerle de que había que cambiar de rumbo, como sonadamente lo hizo en mayo de 2010. Lo de Boyer no eran tumbos y vaivenes, sino la búsqueda franca y valiente de lo que consideraba mejor para España.
Empresario e intelectual
Como digo, dirigió el Banco Exterior y luego la Empresa Nacional de Hidrocarburos. Aconsejó a las Koplowitz durante la época turbulenta de las separaciones de sus maridos. Fue consejero de empresas tan importantes como Red Eléctrica hasta casi el final de su vida.
A mí me ha interesado siempre más la continuidad de sus intereses culturales e intelectuales y sus grandes ganas de vivir. Las visitas a la gran casa que compartía con su esposa Isabel Preysler dejaban en mí gratas sensaciones. Primero estaba la evidencia de una vida sentimental feliz con una elegante y fiel compañera, después de muchos episodios pasionales. Luego había que ver sus colecciones de libros de ciencias, de filosofía, de egiptología en las grandes estanterías de su estudio. Y por fin estaba su conversación variada, erudita, irónica.
En 1991 tomó parte principal en un encuentro con Karl Popper en la Universidad Menéndez y Pelayo de Santander, organizado por Carlos Rodríguez Braun, por Fernando Méndez y por mí. En él leyó una ponencia titulada "Las interpretaciones de Copenhague y la interpretación popperiana de la mecánica cuántica". El papel impresionó al viejo maestro vienés. Un postscriptum de Boyer indica lo bien que a Popper le agradó cuán bien le entendía, sin participar del todo en sus postulados: sobre todo supo subrayar el indeterminismo de Popper y la polémica de éste con Einstein, en la que parece que consiguió apartarle de una postura determinista algo entristecedora.
La vida de Miguel Boyer destaca en España por lo poco corriente. Fue valiente en su fidelidad a sus convicciones. Hizo mucho bien como ministro en momentos muy delicados para la economía del país. Participó señaladamente en el apartamiento del PSOE de los dogmas marxistas. Una rápida enfermedad le liberó de una minusvalía cerebral que le tenía dolorido. Sus amigos le recordaremos siempre con admiración y cariño.
Este artículo fue publicado originalmente en Expansión (España) el 30 de septiembre de 2014.