Mi agradecimiento a Carlos Alberto Montaner
Orestes Rafael Betancourt describe el papel fundamental que jugó en su peregrinaje intelectual la lectura del Manuel del perfecto idiota latinoamericano, entre otros escritos de Carlos Alberto Montaner.
Por Orestes R. Betancourt Ponce de León
Leí por primera vez a Carlos Alberto Montaner a principios de segundo año de la universidad, hace ya 13 largos años. En una memoria USB tenía copiado su intercambio con Silvio Rodríguez y como yo no tenía computadora, recuerdo haber ido par de veces a la biblioteca de mi facultad para con calma leer como uno a uno Montaner desmontaba los argumentos de Silvio.
Mi abuelo acababa de fallecer unos meses antes, en julio de 2010, y las condiciones del hospital fueron una experiencia que traspasó el dolor personal y destruyó de una vez el mito de la salud “revolucionaria”. A lo vivido entonces se sumaron las ficciones de George Orwell y Milan Kundera, los ensayos de Mario Vargas Llosa y Octavio Paz, y mi lectura asidua de la revista católica cubana Espacio Laical. Como todo lo que sucede, sucede de una vez, en una librería de portal en La Habana encontré por esos meses el libro Manual del perfecto idiota latinoamericano, una colaboración entre Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa. Tal vez la lectura más graciosa y profunda a la vez que hasta hoy haya tenido en mis manos. Entonces Montaner llegó para cerrar ese ciclo de mi formación.
Gran parte de la manera como pienso hoy, se la debo a esos años y a esas lecturas. Carlos Alberto Montaner se lleva un lugar especial por el hecho de ser cubano, de los míos, por tener en común conmigo algo que los demás no tenían.
Los que tuvieron la dicha de conocerle personalmente, hablan de un hombre de inteligencia profunda, conocimientos vastos, sentido del humor, pero, sobre todo, de un caballero. Paciente y de maneras serenas, Montaner era un hombre que sabía escuchar, cualidad temida por el régimen de La Habana cuyo gerifalte mayor solo ofrecía discursos maratónicos de horas y horas en cadena nacional. Su vida además fue prueba de otra cualidad, la valentía. Condenado por la naciente dictadura cubana, escapó la prisión y en el exilio dedicó su obra a defender la Libertad, así con mayúsculas, de un país y un continente hechizados por los mitos del populismo, del estatismo, y de cuanto caudillo de izquierdas o derechas se asomase por un balcón presidencial. Cuando ser liberal en América Latina era estar en minoría, Montaner defendió sus ideas con la misma serenidad e inteligencia con la que me sorprendió al leer sus intercambios con Silvio Rodríguez.
Cuando me fui de Cuba, entre las poquísimas cosas que traje conmigo estaba el Manual del perfecto idiota latinoamericano. Años después, en un artículo que escribí en el Cato Institute para la sección en español, recuerdo que aparecí en la página web al lado de otro artículo de Carlos Alberto Montaner. Mi alegría fue tremenda no, ¡tremendísima!
Descansa en paz Maestro. Somos muchos los cubanos que agradecemos la obra de tu vida.