México: El legado de López Portillo

Por Roberto Salinas-León

Descanse en paz, José López Portillo. Inexorablemente, su fallecimiento arroja los comentarios obligados sobre su papel en el desarrollo económico de la sociedad mexicana. La expropiación de la banca fue, quizá, el peor error económico en la historia moderna del país. El resultado neto de ese acto fue, a la postre, el saldo de los pasivos contingentes del rescate bancario. La defensa del peso fue demostración fehaciente de que el proceso político no puede detener las consecuencias monetarias de una política expansionista.

En balance, el episodio lopezportillista conlleva muchas lecciones económicas, pero sobre todo de las actitudes detrás del ejercicio de la política económica. El ingrediente más importante, el común denominador de la gestión económica en esa época, es la vanidad -el error, caracterizado por Friedrich Hayek como la "fatal arrogancia" de suponer que los conocimientos limitados de unos cuantos en el poder pueden determinar, bajo presunción de ingeniería social, la acción humana de millones de actos cotidianos de intercambio. Esa vanidad sigue siendo un ingrediente fundamental de la cultura política mexicana.

Los ejemplos son dramáticos, entre ellos, la vanidad de suponer que el problema de la deuda externa era solucionable por medio de una moratoria, lo que equivale, en el fondo, al patente incumplimiento de un contrato pactado, la traición al crédito del país. La suprema vanidad de suponer que, defendiendo el peso a punta de ladridos, representaría una solución al problema cambiario de la economía. La vanidad de soñar que el ingreso de la factura petrolera permitiría, en forma centralizada, administrar la abundancia del pueblo. La gran vanidad de pensar que, a través de la expropiación del sistema de intermediación financiera, se pondría fin al saqueo económico del país, la fuga de capitales, la escalada de desinversión que se vino encima ante el desplome brutal de la confianza.

El acto más grave de vanidad fue aquel 1° de septiembre de 1982, donde, en medio de lágrimas y llanto, culpó a fuerzas fuera de su control por el desplome del país, con esas célebres palabras exculpatorias: "soy responsable del timón, no de la tormenta". Esta es la lección capital de un concepto de responsabilidad maleable, sin definición, circunstancial, de la triste tradición de culpar los males económicos del país a factores externos, fuera de nuestro control. El fenómeno es prevaleciente en la cultura política mexicana.

Una cita de la controvertida escritora Ayn Rand captura la esencia del cinismo que se desbordó a principios de la década de los 80, cuando explotó la bomba inflacionaria gestada por el populismo financiero de López Portillo. La cita, que aparece en su novela “La Rebelión del Atlas” (por cierto, recientemente re-publicada en el idioma español, después de casi cuarenta años), habla sobre el valor del dinero: "La moneda es un barómetro que mide la prosperidad, la virtud, de una sociedad. Cuando vemos que el intercambio de bienes se lleva a cabo, no por voluntad personal, sino por la fuerza; cuando vemos que para producir debemos primero obtener permiso de gente que no produce nada; cuando vemos que los recursos fluyen hacia aquellos que trabajan, no en el proceso económico, sino en repartir favores; cuando vemos que las personas se enriquecen más por sus nexos políticos y el tráfico de influencias que por su esfuerzo laboral, y que las leyes están hechas más para proteger a ellos que al resto de la sociedad; cuando vemos que la corrupción es premiada sobre la transparencia y la honestidad, entonces sabremos que nuestra sociedad está destinada al fracaso".

Esta es una descripción casi exacta del entorno que han vivido los miembros de la generación devaluada, las víctimas de la arrogancia fatal del populismo financiero, víctimas del legado de López Portillo.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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