Mercados al rescate
Milton Friedman indica que el FMI fue creado en 1944 con la finalidad de supervisar el mantenimiento de un sistema de tipos de cambio fijos y que una vez que ese sistema colapsó en 1971, el FMI debió ser clausurado.
Por Milton Friedman
Hay múltiples proposiciones para reformar el Fondo Monetario Internacional, aumentar sus fondos y crear nuevas agencias internacionales para guiar a los mercados financieros globales. El Congreso y el presidente Clinton le han dedicado mucho tiempo a afinar los detalles del aporte de 18.000 millones de dólares al FMI, pero como ya lo han dicho George Schultz, William Simon y Walter Wriston: “El FMI es incompetente, innecesario y obsoleto... Una vez finalizada la crisis en Asia, debe abolirse”. La realidad es que la planificación central no funciona mejor a nivel global que a nivel nacional.
El FMI fue fundado en Bretton Woods en 1944 con el único propósito de supervisar el funcionamiento del sistema de cambios fijos, también establecido en la misma conferencia. Ese sistema colapsó el 15 de agosto de 1971, cuando el presidente Nixon, como parte de un paquete económico que incluía precios y salarios máximos, suspendió el compromiso de EE.UU. —acordado en Bretton Woods— de comprar y vender oro a 35 dólares la onza. El FMI perdió entonces su razón de ser y ha debido ser clausurado.
Pero pocas cosas son tan permanentes como las agencias gubernamentales, incluyendo las internacionales. El FMI, atestado de dinero, buscó y encontró una nueva función: convertirse en asesor económico para países con problemas, algo inusual porque en lugar de cobrar por la asesoría daba dinero. Consiguió muchos clientes, aunque sus consejos no siempre eran buenos y, aun cuando lo eran, no siempre los seguían. Sin embargo, su existencia motivó a país tras país a continuar políticas insensatas e insostenibles, por mucho más tiempo del que hubieran podido mantenerlas. Rusia es el ejemplo más reciente. El resultado ha sido una mayor, en lugar de menor, inestabilidad.
La crisis mexicana de 1994-95 produjo un inmenso salto en la escala de actividades del FMI. Se dice que México fue “rescatado” con un paquete de ayuda financiera de 50.000 millones de dólares aportados por el FMI, EE.UU., otros países y agencias internacionales. Pero la verdad es que México no fue rescatado. Los rescatados fueron las entidades extranjeras —bancos y demás instituciones financieras— que habían hecho préstamos en dólares a México y que ese país no podía pagar. La recesión interna, luego del rescate, fue larga y profunda, dejando a los mexicanos comunes y corrientes confrontando precios más altos por bienes y servicios, a la vez que con ingresos dramáticamente más bajos. Eso sigue siendo así hoy.
El rescate mexicano ayudó a provocar la crisis asiática dos años más tarde. Incentivó a individuos y a instituciones financieras a prestar y a invertir en los países asiáticos, atraídos por intereses y rendimientos altos, muy confiados respecto al riesgo cambiario por contar con que el FMI los rescataría, en caso de suceder lo imprevisto. A eso se le llama ahora “riesgo moral”. Si alguien le ofrece un regalo, ¿es inmoral aceptarlo? De igual manera, es difícil culpar a los prestamistas por aceptar la oferta implícita del FMI de un seguro contra los riesgos cambiarios. Por otra parte, yo sí culpo al FMI por ofrecer ese regalo. También culpo a EE.UU. y a otras naciones miembros del FMI por permitir la utilización de dinero de los contribuyentes para subsidiar a bancos privados y demás instituciones financieras.
Hace 75 años, John Maynard Keynes apuntó que “si el nivel de precios externo es inestable, no podemos mantener estables nuestro propio nivel de precios y el tipo de cambio, al mismo tiempo. Tenemos que escoger”. Cuando Keynes lo escribió, daba por sentado la libertad de los flujos de capital. La introducción de un control de cambios por Hjalmar Schacht en los años 30 convirtió el dilema de Keynes en un trilema. De los tres objetivos —libres flujos de capital, cambio fijo y política monetaria interna independiente— sólo dos, y no los tres, son alcanzables. Tenemos que escoger.
El intento, con el estímulo del FMI, de Corea, Tailandia, Malasia e Indonesia en lograr los tres produjo la crisis financiera que ha sacudido a esos países, extendiéndose alrededor del mundo, de la misma manera como intentos similares produjeron crisis financieras en Gran Bretaña en 1967, en Chile a comienzo de los 80, en México en 1995 y en muchos otros casos.
Ciertos economistas como Paul Krugman y Joseph Stiglitz han sugerido resolver el trilema abandonando el libre flujo de capitales y Malasia ha tomado ese camino. Pienso que es lo peor que se puede hacer. Los mercados emergentes requieren capital extranjero y en especial la disciplina y el conocimiento que lo acompaña, de manera de hacer el mejor uso. Es más, una larga historia nos demuestra que los controles de cambio son permeables y los intentos de hacerlos cumplir siempre acarrean corrupción y más controles, difícilmente la manera de generar crecimiento económico.
Cualquiera de las otras dos alternativas me parece muy superior. Una es adoptando una moneda común como Panamá (cuya economía está dolarizada), o como harán los participantes en el euro, o con una caja de conversión, como Argentina y Hong Kong. El elemento clave de esta alternativa es que hay sólo un banco central para todos los países que usan la misma moneda: el banco central europeo para el euro o la Reserva Federal para el dólar.
Argentina y Hong Kong han mantenido la opción de cerrar su caja de conversión, modificar el tipo de cambio fijo o introducir características de bancos centrales, algo que ha afectado en forma limitada la Autoridad Monetaria de Hong Kong. Como resultado, no son totalmente inmunes al contagio de crisis cambiarias originadas en otras partes. Sin embargo, las cajas de conversión tienen un buen récord sobreviviendo tales crisis.
Quienes proponen el cambio fijo a menudo no se dan cuenta que un cambio realmente fijo es fundamentalmente diferente a un cambio vinculado (“pegged”) a otra moneda. Si la Argentina sufre un déficit en la balanza de pagos (los dólares recibidos del exterior son menos que los pagos que hay que hacer a extranjeros), la cantidad de dinero se reduce. Eso presiona a la economía a reducir los pagos al exterior y a aumentar los ingresos del exterior. Así la economía no puede evadir la disciplina de las transacciones externas sino que tiene que ajustarse. Tailandia, por el contrario, con un tipo de cambio “semi-fijo”, cuando experimentó un déficit en la balanza de pagos, su banco central no se vio obligado a reducir el circulante y por algún tiempo pudo evadir la disciplina de transacciones extranjeras reduciendo sus reservas o pidiendo prestado dólares para financiar el déficit.
Ese régimen de cambio “semi-fijo” es una bomba de tiempo. Nunca es fácil predecir si un déficit es transitorio o no. La tentación es augurar lo mejor y posponer acciones que depriman la economía interna. Eso hace que se acumulen los problemas y el pequeño ajuste al cambio que hubiera solucionado el problema inicial ya es insuficiente. Y entonces lo que viene es obvio para todo el mundo, la devaluación.
Muchos de los responsables de la crisis asiática culpan a los especuladores. Pero sus propias políticas hicieron que los especuladores apostaran al ganador, lo cual no resultó perjudicial. Mucho peor hubiera sido la continuación de políticas equivocadas.
Los controles al capital y monedas unificadas son dos salidas al trilema. La otra opción es dejar que el cambio sea determinado por las transacciones privadas. En su forma pura —la flotación limpia—, el banco central no interviene para afectar el cambio. En la práctica, la flotación sucia es más común. El banco central interviene de vez en cuando, pero no anuncia por adelantado ningún valor específico que busca mantener. Ese es el régimen seguido actualmente por EE.UU., Gran Bretaña, Japón y muchos otros países.
Bajo un tipo de cambio flotante no puede haber, ni jamás ha ocurrido, una crisis cambiaria, aunque pueden suceder crisis internas, como en Japón. La razón es sencilla. Las modificaciones en el cambio absorben las presiones que de otra forma conducirían a una crisis en el régimen de cambio “semi-fijo”, mientras se mantiene la independencia monetaria interna. Las crisis cambiarias que afectaron a Corea, Tailandia, Indonesia y Malasia no se extendieron a Nueva Zelandia ni a Australia porque esos países tienen cambios flotantes.
Sobre cuál es preferible entre un cambio verdaderamente fijo y uno flotante depende de las características del país. En gran parte depende si se tiene un socio comercial importante con un buen récord de política monetaria estable, de manera de contar con una buena moneda a la cual enlazarse. Siempre y cuando el país se adhiera a uno de los dos regímenes evitará las crisis cambiarias y no requerirá de una agencia internacional para reemplazar al mercado. Quizá por ello el FMI ha favorecido implícitamente al tipo de cambio "semi-fijo".
La crisis actual no es el resultado de fallas del mercado sino de la intervención gubernamental tratando de sustituir al mercado, tanto internamente con préstamos, subsidios, impuestos y demás impedimentos y externamente por el FMI, el Banco Mundial y otras agencias internacionales. No necesitamos agencias aún más poderosas gastando más dinero de los contribuyentes sin tener que dar cuentas a nadie. Eso sería tirar dinero bueno sobre el malo. Más bien necesitamos que los gobiernos, a nivel nacional e internacional, se aparten y permitan el funcionamiento del mercado. Mientras la gente gaste o preste más de su propio dinero y gaste y preste menos dinero de los contribuyentes, tanto mejor.
Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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