Mario Vargas Llosa fue una rareza, un genio literario de derecha y amante de la libertad
Daniel Hannan dice que la aversión a la dictadura o al abuso de poder fue el hilo conductor en las obras de Mario Vargas Llosa.

Por Daniel Hannan
Fue Mario Vargas Llosa quien me atrajo por primera vez a la política. Antes del Brexit, antes de Maastricht, antes del golpe contra Margaret Thatcher, había marchado junto al ingenioso novelista contra la nacionalización de los bancos peruanos.
Era 1987, y yo ardía con la certeza justiciera de un adolescente de 16 años. Vargas Llosa ya era una figura titánica en su país natal, ganador de todo tipo de premios (aunque el Nobel de Literatura aún estaba en el futuro). Era elocuente y guapo, y tenía razón: el gobierno de izquierda contra el que protestaba había hundido Perú.
Él mismo había recibido una dosis del germen socialista, que le dio inmunidad de por vida. En los años sesenta, como todo intelectual latinoamericano que se precie, había arremetido contra el imperialismo estadounidense. Pero cuando vio lo que significaban las revoluciones en la práctica –le fastidiaba especialmente el trato que recibían los disidentes en Cuba– fue lo suficientemente grande como para cambiar de opinión.
Vargas Llosa resultó ser mejor en literatura que en política. Tras su exitosa campaña contra las incautaciones bancarias, se presentó a las elecciones presidenciales de Perú de 1990 con una ventaja aparentemente inexpugnable, pero perdió en la segunda vuelta contra Alberto Fujimori, un agrónomo que había surgido de la nada, apoyado por izquierdistas aterrorizados por el "neoliberalismo" de Vargas Llosa.
Curiosamente, los izquierdistas acabaron obteniendo el neoliberalismo de Fujimori, con una dosis añadida de dictadura.
La aversión a la dictadura –o, más exactamente, la aversión al matonismo y al abuso de poder– era el principio rector de Vargas Llosa. Detestaba que la gente excusara a los tiranos que estaban de su lado.
Su espíritu humano y liberal impregnó sus novelas desde el principio. Su primera obra, El tiempo del héroe (1963), está ambientada entre los cadetes de una academia militar de Lima y basada en sus propias experiencias.
Es una historia sobre el acoso y el abuso de poder, sobre cómo las jerarquías entre los muchachos acaban en un asesinato y cómo la escuela lo encubre. Las autoridades militares peruanas odiaron el libro, sintiendo que sus valores estaban siendo socavados, aunque no sabían cómo.
Sus obras posteriores giraron en todas direcciones, histórica, geográfica y temáticamente. Escribió en francés e inglés casi tan bien como en español. Puede que haya sido el mejor escritor peruano que haya levantado una pluma, pero no hace falta ser peruano para apreciar su corpus. Más bien te atrae su grandeza de espíritu, su insistencia en la dignidad del individuo.
Tras perder en 1990, Vargas Llosa se trasladó a España, donde se convirtió en uno de los favoritos de los círculos conservadores.
Perspicaz aficionado a los toros, acabó recibiendo un marquesado hereditario del Rey Juan Carlos. Pero siempre fue un liberal en el sentido más amplio de la palabra: curioso, de mente amplia, intelectualmente generoso.
Si quieren conmemorar su muerte leyendo una de sus novelas, les recomiendo La fiesta del chivo (2001), una historia sobre el final de la dictadura de Trujillo en la República Dominicana.
Nunca he visto tan bien plasmados en la página los miedos y las pequeñas humillaciones intrínsecas a un régimen autoritario. En un mundo en el que la democracia liberal lleva más de una década en retirada, a todos nos vendría bien recordar cuál es la alternativa.
Este artículo fue publicado originalmente en The Telegraph (Reino Unido) el 14 de abril de 2025.