Los venezolanos seguimos en la lucha
Por Robert Bottome y John Sweeney
John Sweeney es periodista.
En las elecciones venezolanas del 3 de diciembre privó el miedo y el somnífero de la burbuja de aparente prosperidad, de los millones que medran de las dádivas y prebendas del gobierno . Chávez fue reelegido con 62,9% de los votos frente a 36,9% del candidato de oposición y gobernador del Zulia, Manuel Rosales.
Para muchos resulta sorprendente que Chávez haya sido reelegido pese a la aplastante evidencia de que sus años en el poder han sido enormemente destructivos para las instituciones democráticas y económicas. Son muchas las explicaciones. La más simple es que seis de cada 10 venezolanos sienten que Chávez es mejor presidente de lo que hubiese sido Rosales. También es posible que una mayoría realmente apoye la revolución bolivariana socialista de Chávez. Sin embargo, estas explicaciones son demasiado elementales, pues no toman en cuenta otros factores que afectaron las percepciones de los electores y finalmente aseguraron la reelección de Chávez.
Las percepciones sobre el estado de la economía jugaron un papel importante. El modelo de gobierno, impulsado por un inmenso y creciente gasto público, ha producido tres años consecutivos de crecimiento, pero la infraestructura del sector económico no petrolero está en ruinas y la inversión privada ha colapsado, no obstante la liquidez ha alcanzado niveles exorbitantes y los consumidores tienen dinero en los bolsillos.
Como resultado, muchos venezolanos que se han beneficiado de las numerosas “misiones” del gobierno y sus generosas políticas de gasto tal vez decidieron que es mejor quedarse con ‘‘el malo conocido’’. Rosales trató de contrarrestar las misiones con la propuesta de la tarjeta “Mi Negra”, la cual distribuiría los ingresos petroleros directamente entre la población, pero aparentemente no fue convincente.
Otra razón del triunfo de Chávez podría ser el llamado ‘‘factor gratitud’’. Un porcentaje considerable de la población votante siente que no tenía voz ni participación directa en la Venezuela pre-Chávez e, independientemente de los errores y fallas del presidente “bolivariano”, siguen creyendo que Chávez les permitió tener una voz legítima y un papel en el proceso de gobernabilidad de su país.
Sin embargo, el factor decisivo tal vez fue el miedo, especialmente a las represalias si votaban contra Chávez, pero también el miedo a que una victoria de Rosales podría devolver al país al pasado, trayendo de nuevo al poder a grupos que apoyaron su candidatura, percibidos por muchos votantes como herederos de la desacreditada “partidocracia” que dominó la escena política venezolana durante medio siglo.
Varios expertos consultados coinciden en que el miedo fue la variable más importante en el resultado de las elecciones. Por ejemplo, varias encuestas encontraron que más de 40% de los electores pensaban que el voto no sería secreto y que, si votaban por Rosales, corrían el riesgo de ser víctimas de represalias por un gobierno vengativo. Ante la historia oscura de persecuciones políticas y purgas masivas en la industria petrolera y de empleados públicos considerados no leales a la revolución, el miedo a la represalia política representó una inquietud verdadera para muchos electores.
Otra encuesta mostró que 7 de cada 8 inclinados a votar por Rosales creían que Chávez nunca entregaría el poder en forma pacífica; desistieron de votar por Rosales por temor a una violencia masiva y sangrienta, con miles de muertos. El gobierno alimentó ese miedo, amenazando con que si Chávez perdía, el resultado sería la violencia extrema.
La asistencia de votantes fue impresionante y la abstención la menor en más de una década. Sin embargo, la abstención fue mayor en áreas consideradas afectas a Rosales que en las zonas donde la mayoría respalda a Chávez. Un gran número de electores que deseaban salir de Chávez no votó. Independientemente de las razones, los venezolanos que no ejercieron su derecho al voto ayudaron a la reelección de Chávez.
La buena noticia es que Rosales libró una valiente batalla bajo condiciones groseramente desiguales. En apenas cuatro meses, pasó de ser un fenómeno regional a líder nacional. Por primera vez en 8 años, unificó una oposición política terriblemente fracturada. Reconoció su derrota con la calidad de estadista y la habilidad política que sólo poseen los verdaderos líderes y prometió seguir luchando por un cambio democrático en Venezuela.
Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
© Todos los derechos reservados. Para mayor información dirigirse a: AIPEnet