Los trabajadores extranjeros refuerzan la economía

Por Dominick Armentano

El columnista de Press Journal, Vincent F. Safuto, en su artículo del 25 de mayo afirma que ciertas compañías estadounidenses ponen en peligro a nuestras "almas" económicas cuando contratan trabajadores extranjeros para hacer el trabajo que anteriormente era hecho por estadounidenses.

Dice que tales acciones pueden arruinar las vidas de nuestros compatriotas, "destruir la nación" y demuestran que a las empresas únicamente les preocupan los "papeles verdes."

El punto de vista de Safuto no es inusual y es compartido por muchos en la vida pública, incluyendo al candidato presidencial demócrata Dick Gephardt. Se puede admitir que requerirle a los trabajadores estadounidenses que capaciten a sus sustitutos (extranjeros) no es muy diplomático y que la consiguiente rabia de los trabajadores domésticos desplazados (y de algunos comentaristas) es perfectamente entendible.

Pero eso no quiere decir que llenar puestos de trabajo en Estados Unidos con mano de obra foránea sea tonto o incluso inmoral, o que los gobiernos deberían considerar imponer restricciones legales a dicho comportamiento.

El argumento económico en favor de la sustitución por trabajadores extranjeros es sencillo. El sistema capitalista está diseñado para operar principalmente en función de los intereses de los consumidores, y no necesariamente de los intereses de trabajadores particulares o de compañías específicas.

Con el fin de complacer a los consumidores y permanecer competitivas, las compañías privadas están obligadas a economizar en el uso de todos los recursos, incluyendo (y especialmente) la mano de obra, la cual es normalmente su principal gasto.

Esto significa que las empresas deben adoptar continuamente medios de producción más eficientes, lo cual podría implicar la sustitución de mano de obra doméstica por trabajadores extranjeros cuando la productividad total de la mano de obra foránea reduce los costos de producción.

Por lo tanto, irónicamente, es la "codicia" de los consumidores en su búsqueda por el mejor producto al más bajo costo la que sirve como la principal fuerza motora para la substitución por mano de obra "barata." La búsqueda corporativa por eficiencia y por esos "papeles verdes" es simplemente un derivado de la competencia y de la soberanía del consumidor.

Piense un poco. Si los consumidores no tuvieran opciones sobre qué productos comprar y las empresas nunca quebraran debido a los cambios en las preferencias de los consumidores, ¿por qué las compañías querrían sustituir a los trabajadores caros por mano de obra barata? ¿Por qué se molestarían los gerentes?

En el sector público, los burócratas del gobierno escudados de la competencia y la escogencia de los consumidores nunca pierden sus "trabajos" a manos de competidores o reemplazos extranjeros. Dichas instituciones casi nunca son eficientes y casi nunca responden a las demandas del consumidor.

¿Deberían las empresas privadas sentirse culpables por perseguir los dólares? ¿Hemos perdido nuestra alma económica al legitimar tal comportamiento? Difícilmente.

En primer lugar, todo el proceso de reemplazo de trabajadores es voluntario y no involucra el uso de la fuerza ni el fraude. Y ya que todo el tiempo los trabajadores abandonan voluntariamente sus trabajos y reemplazan a un patrón por otro, ¿cómo pueden quejarse cuando los patrones ejercen ocasionalmente el mismo derecho a reemplazar?

Segundo, los trabajadores desplazados casi siempre son recontratados en algún otro lugar en la economía. El proceso de pérdida de trabajos y reubicación de trabajadores sucede todo el tiempo en cualquier industria, y ha sido el caso por cientos de años.

Es difícil entender por qué estas sustituciones bastante pequeñas provocan tanta preocupación, o "destruyen" la nación. Si ciertos empleados desean seguridad laboral casi permanente, entonces que trabajen para el gobierno.

Finalmente, no hay nada inmoral o desalmado en intentar producir productos lo más barato posible. De hecho, las organizaciones empresariales que ignoran dichos incentivos se ven envueltas en un comportamiento que es mucho más reprensible.

Ahorrémonos nuestros ataques contra la empresa privada para comportamientos verdaderamente antisociales. Enron y Global Crossing podrán merecer la ira colectiva, pero no las empresas que permanecen competitivas al emplear alguna mano de obra extranjera para producir nuestros relojes y automóviles.