Los planes de Bush en el Medio Oriente hacen peligrar a EE.UU.

Por Christopher A. Preble

El discurso del 26 de febrero del presidente estadounidense George W. Bush al American Enterprise Institute muestra una vez más su firme compromiso hacia un cambio de régimen en Irak. El mensaje general del presidente—que la guerra en Irak es un primer paso en la larga marcha por promover la democracia a lo largo de Oriente Medio—sugiere una nueva fase en la relación de Estados Unidos con el extranjero. Esta nueva dirección amenazará la seguridad estadounidense, lastimará la prosperidad económica, y repercutirá en las libertades individuales.

Aunque Bush repitió que la "seguridad del pueblo estadounidense depende de acabar con esta amenaza directa y creciente" representada por Saddam Hussein, una guerra en Irak nos hace a todos más inseguros. Veamos la reciente "Alerta Naranja" emitida por el Departamento de Seguridad Doméstica. Si uno acorrala a una serpiente, ésta podría morderlo. De la misma manera, las advertencias de guerra de la administración Bush y la presencia de cerca de 200.000 tropas estadounidenses rodeando a Irak podrían precipitar ataques terroristas preventivos.

A pesar de la presunta amenaza iraquí, Bush habló elocuentemente de la grave situación que vive el pueblo iraquí y de la necesidad de llevar a cabo acciones en los campos humanitario y filosófico. "Los intereses de seguridad y la creencia por la libertad de Estados Unidos," dijo Bush, "conducen en la misma dirección: un Irak libre y pacífico." El presidente norteamericano apeló a que la audiencia y a que todos los estadounidenses asuman la responsabilidad de liberar a Irak, aún cuando él admitió que dicha tarea no será fácil. De hecho, Bush y sus seguidores han subestimado qué tan difícil será crear un Irak libre y próspero de las cenizas dejadas por Saddam Hussein.

Los promotores de la reconstrucción de Irak, incluyendo a muchos que mostraron desdén por esfuerzos similares por parte de una administración Demócrata hace unos años, señalan a Alemania y a Japón como ejemplos de éxito en reconstrucción de naciones luego de la Segunda Guerra Mundial. Siguiendo el mismo argumento, Bush declaró que "reconstruir Irak requerirá de un compromiso sostenido" y que Estados Unidos "permanecerá en Irak el tiempo que sea necesario, ni un día más." Pero todavía hay más de 70.000 tropas estadounidenses en Alemania y 50.000 en Japón, y esta persistente presencia militar ha dado paso a un sentimiento anti-estadounidense virulento. Si estos ejemplos "exitosos" reflejan el modelo a seguir en la post-guerra en Irak, deberíamos esperar que las tropas estadounidenses permanezcan en esta región volátil por muchos años.

A un nivel más amplio, los socialdemócratas y conservadores que apoyan la guerra en Irak están exhibiendo un nivel de arrogancia rara vez visto en la historia humana. Bush tiene razón, por supuesto, en sostener que "es impertinente e insultante sugerir que toda una región del mundo—o un quinto de la población mundial que es musulmana—se encuentra por algún motivo alejada del "deseo por la libertad y la democracia." Pero la puesta en práctica de dicho deseo no puede ser exportada por el ejército estadounidense.

Resulta quizás entendible que la mayoría de los estadounidenses vean pocos límites a la habilidad de su país de difundir la democracia. Pero existen límites y existen costos. Un imperio estadounidense expansivo—aún un imperio dedicado al noble propósito de promover la democracia—debe ser patrullado por un ejército estadounidense presionado al máximo. La administración Bush solicitó $380.000 millones para las fuerzas armadas en el año fiscal 2004, y esta petición no incluye ningún dinero para la guerra en Irak. Algunos de los estimados internos de la administración predicen que la guerra podría costar hasta $200.000 millones. Los críticos temen que podría ser mucho más que eso.

Sin embargo, los verdaderos costos son difíciles de medir. Hubo un torrente de apoyo internacional luego de los terribles atentados del 11 de septiembre. Mucha de esa buena voluntad se ha disipado conforme la opinión pública mundial se ha vuelto contra una administración Bush que parece estar empeñada en tener una guerra a cualquier costo.

Aquellos que nos desean mal tratarán de caracterizar de mala manera nuestras intenciones. El pueblo estadounidense debe reconocer que una misión benigna de liberación podría convertirse en una obligación de ocupación, aún cuando la guerra en Irak puede ser concluida de manera expedita y con un mínimo de bajas.

Si una ocupación prolongada toma lugar, como pareciera que va a ser, debemos esperar que aquellos que ya nos odian usarán la excusa de la presencia de tropas estadounidenses en Oriente Medio como un vehículo para promover su misión de violencia contra los estadounidenses alrededor del globo.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.