Los peligros de una fragmentación geoeconómica
Manuel Sánchez González indica que el trato discriminatorio de EE.UU. contra empresas extranjeras ha provocado la búsqueda de medidas proteccionistas en diversas áreas por parte de otras naciones.
Desde la crisis financiera global de 2008, la economía mundial ha experimentado una desaceleración de los flujos de comercio internacional de bienes y servicios, lo cual ha contrastado con la tendencia de globalización creciente observada durante las tres décadas anteriores.
Entre otros factores, este cambio ha obedecido al proceso de desapalancamiento de las instituciones financieras, que repercutió en un menor dinamismo del financiamiento, así como políticas proteccionistas derivadas del cuestionamiento de algunos gobiernos sobre los beneficios de la operación de los mercados y la integración económica mundial.
A partir de 2017, esta transición se ha profundizado con una postura, cada vez más nacionalista, adoptada por las administraciones gubernamentales de EE.UU. y la consecuente respuesta de otros países.
Específicamente, el expresidente Donald Trump aplicó una estrategia de menor conexión con el resto del mundo, al interpretar, equivocadamente, que el comercio internacional es una pugna entre países, dentro de la cual la ganancia de unos significa la pérdida para otros.
Esta visión lo llevó a interpretar el déficit comercial estadounidense como si fuera una desventaja que debiera reducirse. En lugar de entenderlo como un reflejo macroeconómico del exceso de gasto sobre ingreso de EE.UU., atribuyó su origen a “prácticas desleales” de China, con el que, en términos absolutos, esa nación mantiene el mayor saldo comercial negativo. Entre otras, las acusaciones contra China abarcaron el robo de propiedad intelectual y la manipulación cambiaria.
La postura proteccionista del expresidente Trump se manifestó especialmente de dos maneras. Por una parte, decretó varias rondas de gravámenes y otras barreras a la importación de mercancías. Si bien estas medidas incluyeron aranceles sobre productos específicos aplicables a la mayoría de las naciones, algunas de ellas “aliadas”, el foco principal fueron las compras provenientes de China.
En particular, provocó una guerra comercial con ese país mediante diversas sanciones, entre las que destacó la imposición de una tarifa de 25 por ciento a una larga lista de productos, bajo el pretexto de contener tecnología “industrialmente significativa”. Como era de esperarse, China respondió con acciones semejantes.
Por otra parte, en lugar de fortalecer, e incluso ampliar, las instituciones y los acuerdos de apertura, puso en duda la capacidad de la Organización Mundial de Comercio (OMC) para dirimir controversias, abandonó el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), y promovió la sustitución del TLCAN con el T-MEC, aumentando las restricciones comerciales.
A su vez, el presidente Joe Biden, lejos de remover los obstáculos comerciales de su antecesor, los ha incrementado. En particular, ha recrudecido la guerra comercial con China, mediante la ampliación de límites a la exportación de partes a una lista de organismos y empresas chinas relacionadas con la producción de tecnología y chips. Las prohibiciones se han extendido a las personas, en el posible apoyo a esas entidades.
Como la anterior, la actual administración ha justificado tales medidas con argumentos convenientes, como la “seguridad nacional”, para impedir el fortalecimiento militar chino, y el castigo por la violación de los derechos humanos. Al parecer, el gobierno de EE.UU. planea implantar trabas adicionales a las inversiones estadounidense en China.
Además, el presidente Biden ha promulgado dos leyes que involucran, entre otros aspectos, el financiamiento para la fabricación de chips en EE.UU. y subsidios para la compra de vehículos eléctricos producidos en este país, con componentes principalmente estadounidenses. Este tratamiento discriminatorio contra empresas extranjeras ha provocado la búsqueda de medidas proteccionistas en diversas áreas por parte de otras naciones.
Finalmente, las disrupciones en las cadenas globales de suministro, exacerbadas por la política de “cero Covid” de China, y la pugna por la hegemonía tecnológica con esa nación han motivado la promoción estadounidense de una estrategia basada en relaciones comerciales con “socios de confianza”, denominada friendshoring.
El proteccionismo de EE.UU. ha provocado un ambiente de fricciones internacionales que, de acrecentarse, corre el riesgo de convergir, a mediano plazo, en una separación profunda de bloques comerciales.
Esta fragmentación geoeconómica implicaría un descenso significativo en el aprovechamiento de la especialización y las ventajas comparativas de las naciones, que propicia la eficiencia y el crecimiento económico. Tal reconfiguración limitaría las posibilidades de mayor bienestar en el mundo y, en especial, en los países más pobres, los cuales se han beneficiado enormemente de la globalización.
Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 15 de febrero de 2023.