Los partidarios del decrecimiento son los nuevos bárbaros

Marian L. Tupy indica que las maravillas tecnológicas de Roma, como los acueductos, se vieron amenazadas por los bárbaros, que buscaban la destrucción y al final la consiguieron. Las fuentes modernas de prosperidad también están en peligro.

Por Marian L. Tupy

Resumen: Al igual que la antigua grandeza de Roma, la economía actual se sustenta en el ingenio humano. Las maravillas tecnológicas de Roma, como los acueductos, se vieron amenazadas por los bárbaros, que buscaban la destrucción y al final la consiguieron. Las fuentes modernas de prosperidad también están en peligro. Hoy, el movimiento del "decrecimiento" aboga por reducir radicalmente el consumo de energía. Pero al igual que los ostrogodos destruyeron los acueductos, esta nueva forma de regresión subestima el ingenio humano como nuestra fuente de prosperidad.

En la antigüedad, la ciudad de Roma albergaba a un millón de personas, un logro que no se repetiría en Europa hasta el siglo XIX. La ciudad floreció gracias a las extensas redes de comercio mediterráneas, el imperio de la ley y la seguridad que proporcionaban las lejanas legiones. Pero la vida romana habría sido imposible sin sus acueductos. Estos magníficos símbolos del ingenio y el progreso humanos llevaban agua a la ciudad, alimentando a su población y lubricando su economía.

En el siglo III, Roma empezó a perder su preeminencia. En el siglo VI, Roma era una sombra de lo que había sido. Fue entonces cuando los invasores ostrogodos aceleraron el proceso de decadencia al cortar los acueductos de Roma y finalmente capturar la ciudad. Avancemos hasta hoy y pensemos en el movimiento del "decrecimiento", que aboga por reducir drásticamente el  en las economías modernas.

Los decrecentistas sostienen que, para evitar una catástrofe medioambiental, debemos reducir drásticamente nuestro consumo de energía, sobre todo de combustibles fósiles. Imaginan un futuro en el que las economías se contraigan, el consumo de energía caiga en picado y los seres humanos adopten estilos de vida más sencillos y menos intensivos en recursos. Aunque sus intenciones parecen razonables, sus propuestas son tan destructivas para las perspectivas de nuestra sociedad como lo fueron las acciones de los ostrogodos para la antigua Roma.

Los acueductos de Roma eran maravillas de la ingeniería que traían agua dulce de fuentes lejanas al corazón del imperio. Permitían a la ciudad prosperar, manteniendo los baños públicos, las fuentes y los hogares. Cuando los ostrogodos cortaron estos acueductos, no sólo interrumpieron el suministro de agua, sino que golpearon el núcleo de la vida romana. Del mismo modo, la energía es la savia de las economías modernas. Impulsa nuestros hospitales, escuelas, fábricas y hogares. Cortar este suministro, como proponen los decrecentistas, no sólo ralentizaría nuestras economías, sino que también desharía el tejido de nuestra sociedad.

Pensemos en los inmensos beneficios que nos ha aportado la energía. En el último siglo, el acceso a una energía abundante y asequible ha sacado a miles de millones de personas de la pobreza, ha prolongado la esperanza de vida y ha impulsado un progreso tecnológico sin precedentes. Nuestra dependencia de la energía nos ha permitido construir rascacielos, desarrollar tecnologías médicas que salvan vidas y conectar el mundo a través de Internet. Reducir drásticamente el consumo de energía sería dar la espalda a estos avances y al potencial de progreso futuro.

El movimiento a favor del decrecimiento no se da cuenta de que el ingenio humano y la innovación tecnológica pueden resolver los mismos problemas que pretende resolver. Al igual que los romanos utilizaron su destreza en ingeniería para construir acueductos, nosotros podemos desarrollar nuevas tecnologías para crear fuentes de energía más limpias. El uso de la energía solar y eólica crece a pasos agigantados. La energía nuclear está experimentando un renacimiento, mientras que la geotérmica y la de fusión son muy prometedoras para el futuro. Es probable que podamos reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles sin necesidad de volver a estilos de vida preindustriales.

Dicho de otro modo, los decrecentistas pasan por alto la naturaleza dinámica del progreso humano. A lo largo de la historia, la humanidad ha afrontado y superado numerosos retos. La Revolución Industrial, por ejemplo, causó importantes daños al medio ambiente, pero también preparó el terreno para los avances tecnológicos que acabarían conduciendo a un medio ambiente más limpio y a fuentes de energía más ecológicas. Adoptando la innovación en lugar de retroceder ante el progreso, podemos seguir mejorando nuestra calidad de vida al tiempo que abordamos los problemas medioambientales.

También es crucial considerar el impacto global de las políticas de decrecimiento. Los países en desarrollo, que aún se esfuerzan por alcanzar los niveles de prosperidad de los que disfruta Occidente, dependen en gran medida de la energía para impulsar su crecimiento. Imponer estrictas restricciones energéticas frenaría su desarrollo, agravando así las desigualdades mundiales. En su lugar, deberíamos centrarnos en garantizar que estos países tengan acceso a una energía asequible, que les permita crecer y compartir los beneficios del progreso.

La visión de los detractores de un futuro con menos consumo de energía es un paso atrás, parecido al de los bárbaros que, sin comprender ni apreciar la civilización romana, sólo buscaban destruir. Al igual que los acueductos de Roma eran símbolos de los logros humanos, nuestra infraestructura energética representa el potencial de un futuro más brillante. No dejemos que los bárbaros modernos nos lo corten.

Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (Estados Unidos) el 28 de junio de 2024.