Los nuevos enemigos de la libertad
Victor H. Becerra describe los postulados del santuario animalista Almas Veganas del País Vasco, los cuales vuelven triviales temas tan terribles como la violación o los campos de concentración.
Las redes sociales han ardido ya durante varios días, entre la burla y la indignación, por el episodio del colectivo Almas Veganas en el País Vasco: las integrantes de un santuario animalista anunciaron que en él separaban a los gallos de las gallinas para que éstas no fueran “violadas” por aquellos, y que arrojan los huevos al suelo, para que las gallinas se los coman, porque “los huevos (que son su 'menstruación') son de las gallinas”, buscando así que los animales lleven “una vida tranquila y digna”. Y defendiendo todo esto con el lenguaje inclusivo: “Hablamos con la ‘e’ porque sabemos que el género es mentira, es una construcción social”. Almas Veganas tiene pues como objetivo “mostrar que una alternativa al capitalismo, al especismo, al machismo, y a otras conductas socialmente insanas y violentas es posible”, luchando de tal manera contra el cambio climático, los incendios en el Amazonas y “el sistema capitalista opresor” que convierte a los animales en “simples productos comerciales”, “secuestrados” en nuevos “campos de concentración”.
Hasta aquí, un resumen de las ideas esgrimidas por “Almas Veganas”. Como es previsible, la burla ha sido la respuesta casi unánime, en buena medida por lo ingenuo y caricaturesco de sus argumentos. En tal sentido, ese colectivo tal vez sea solo, en una primera impresión, la expresión concreta e infantil del ánimo Millennial que se ofende de todo y contra todos, y que fabrica argumentos superficiales y finalmente mentirosos, por flojera y falta de información. Lo que de cualquier manera ha arrojado a “Almas Veganas” y a sus integrantes, a la rápida (y fugaz) notoriedad que dan las redes sociales. Quizá, en ese sentido, han cumplido su objetivo de difusión rápida y masiva.
Pero vale la pena detenerse un poco en sus ideas. En principio, habría que decir que a diferencia de lo que ellas piensan, en la vida de las gallinas o de cualquier animal irracional, en la naturaleza en general, simplemente no existe un criterio valorativo que permita distinguir lo justo de lo injusto. La naturaleza ignora uno y otro, el bien y el mal. En ella, no existe un hipotético derecho natural al “no violarás” ni a ninguna otra prohibición. Al contrario: lo típico y genuino en la naturaleza es que los animales actúen bajo su solo impulso y necesidad, e incluso, que se aniquilen entre sí. Hay especies que sólo matando podrían sobrevivir, esto es a lo que hacia referencia Leonard Peikoff al hablar de “la vida que sobrevive al alimentarse de la vida”.
En tal sentido, los hipotéticos “bien” o “mal” en la naturaleza son conceptos extraños, específica y estrictamente humanos, en cuanto expresiones utilitarias que hacen posible la cooperación social para la división del trabajo. Así, los seres humanos decretamos las normas morales, lo mismo que las leyes civiles, con el propósito de conseguir objetivos específicos. Y al trasladarlas al comportamiento animal, abusivamente antropomorfizamos lo que nos rodea y les concedemos, imaginariamente, necesidades, pensamientos y derechos que no tienen. En realidad, los animales no “piensan” ni actúan así.
En cambio, según el colectivo, hay gallos que “violan” gallinas, suponiendo que las gallinas serían seres capaces de prestar algún tipo de consentimiento sexual, pero que al contrario, mantienen relaciones por una imposición cultural, no guiadas por un simple instinto. Creen implícitamente, en el mismo sentido, que los gallos serían capaces de un discernimiento que les permitiría pedir permiso, aunque no lo hacen por pura maldad o condicionamiento social o cultural.
Estas ideas, en principio, vuelven triviales temas atroces como la violación o los campos de concentración. Segundo, proyectan sobre los animales las ideas propias. De manera que no es cierto que los gallos violen, los leones asesinen o que los perros o gatos sean malos. Simplemente todo comportamiento suyo es ajeno a cualquier valoración: su proceder animal es amoral, sin ningún tipo de valoración fuera de la mera supervivencia. Al respecto, no debemos olvidar nunca que los humanos son los únicos seres que tienen lo que Ayn Rand llamó una conciencia conceptual y la habilidad de razonar y desarrollar un sistema moral y, por lo tanto, de poseer derechos y responsabilidades. Estos movimientos, en cambio, atribuyen toda la vileza al ser humano, y le exigen someterse a los pseudo “derechos” imaginarios de otras especies, privándose del derecho a la vida. Es el “altruismo enloquecido” denunciado por Peikoff.
Pero lo peor es que tales ideas apelan al resentimiento y a las peores emociones, dejando de lado la razón, la ciencia y el humanismo, los valores de la Ilustración, que nos permiten descubrir ideas mejores y soluciones para los problemas. Movimientos como Almas Veganas (y la multitud de movimientos afines) han descubierto que la mentira y su exageración es la fuerza más poderosa del mundo. Así son capaces de atribuir pensamientos, emociones y finalidades a animales (que ni siquiera pueden expresar lo que quieren y no sabemos siquiera si son conscientes de ideas como la muerte), movilizando la conmiseración desprevenida, mientras que son incapaces de poner un mínimo de atención sobre, por ejemplo, mujeres y homosexuales perseguidos y masacrados en los países árabes por sus regímenes teocráticos. En realidad, tales movimientos tienen mucho en común con el totalitarismo.
Pero su objetivo último, tras su acometida contra la razón, la ciencia y el humanismo, es la libertad humana: Intimar o simplemente prohibir a las personas tales o cuales consumos significa, en los hechos y en última instancia, aumentar el control estatal sobre las personas y la economía, lo que es contrario a la libertad. Primero, porque no puede haber acuerdo sobre un consumo limitativo y permanente en una sociedad libre. Como tal, la limitación y la consiguiente planificación en la toma de decisiones personales y económicas deben trasladarse a una pequeña élite, acompañándose esto de la centralización del poder. Enseguida, mientras las libertades se limitan y la economía se deteriora, los nuevos regímenes se vuelven más y más autoritarios, y deben silenciar a sus disidentes y críticos –mediante la coerción estatal, perpetuándose en el poder. Es simplemente la puesta en práctica del guión bosquejado por Friedrich A. Hayek en Camino de Servidumbre hace ya 75 años, cumplidos este 2019.
Así que cuando escuchemos los propósitos e ideas de tales movimientos, no debemos engañarnos atribuyéndoles una ingenuidad o un infantilismo que no tienen. En realidad, van contra ti y tus libertades. Son los nuevos (y viejos conocidos) enemigos de la libertad.
Este artículo fue publicado originalmente en Asuntos Capitales (México) el 10 de septiembre de 2019.