Los musulmanes que inspiraron a Spinoza, Locke y Defoe

Mustafa Akyol explica cómo el polímata andaluz-árabe Abu Bakr Muhammad ibn Tufayl influyó el clásico de la literatura occidental, “Robinson Crusoe”.

Por Mustafa Akyol

En esta era de ansiedad, furia y enfrentamientos entre Occidente y el mundo Islámico, varias historias que caracterizan la época de intercambios intelectuales entre nuestras culturas muchas veces son olvidados. 

Un ejemplo poderoso proviene de la literatura. Millones de lectores cristianos, judíos y musulmanes alrededor del mundo han leído aquella famosa historia del hombre que se quedó atrapado solo en una isla: “Robinson Crusoe” de Daniel Defoe, el panfletista activista político y novelista británico del siglo 18. Pocos saben que en 1708, 11 años antes de que Defoe escribiera su celebrada novela, Simon Ockley, un académico orientalista en la Universidad de Cambridge, tradujo y publicó una novela árabe del siglo 12, “Hayy ibn Yaqzan” o “Vivo, el hijo del Despierto”, por Abu Bakr Muhammad ibn Tufayl, un polímata andaluz-árabe. Escribiendo acerca de la influencia de la novela de Ibn Tufayl en “Robinson Crusoe”, Martin Wainwright, un otrora editor del periódico The Guardian, señaló, “Las huellas de Tufayl marcan este gran clásico”.

La novela de Ibn Tufayl cuenta la historia de Hayy, un chico creciendo solo en una isla desierta con animales. Conforme crece, Hayy utiliza sus sentidos y su razón para comprender el funcionamiento del mundo natural. Explora las leyes de la naturaleza, diseña una teología racional y considera teorías acerca del origen del universo. Él desarrolla un sentido de la ética: por piedad con los animales, se vuelve vegetariano, y por consideración con las plantas, conserva sus semillas.

Havy luego abandona su isla y visita una sociedad religiosa. Encuentra que las enseñanzas de la razón y la religión son compatibles y complementarias. Aún así nota que algunas personas religiosas pueden ser groseras, incluso hipócritas. Vuelve a su isla, donde había encontrado a Dios y desarrollado sus conceptos de la verdad, la moralidad y la ética dependiendo de la observación y el razonamiento. 

El mensaje de Ibn Tufayl era claro —y para su tiempo, relativamente atrevido: la religión era un camino hacia la verdad, pero no era el único camino. El hombre estaba bendecido con la revelación divina, y con la razón y la conciencia en su interior. Las personas podían ser sabias y virtuosas sin la religión o con una religión distinta. 

Las traducciones de “Havy ibn Yaqzan” en los inicios de la Europa moderna —por Edward Pococke Jr. al Latín en 1671, por George Keith al inglés en 1674, por Simon Ockley al inglés en 1708— se vendieron ampliamente. Entre los admiradores del trabajo de Ibn Tufayl estaban los filósofos de la Ilustración Baruch Spinoza, Gottfried Wilhelm Leibniz y John Locke, quienes estaban tratando de avanzar el sentido de la dignidad humana en la Cristiandad, desde hace mucho tormenta por las guerras religiosas y las persecuciones sectarias. 

Los fanáticos de la novela también incluían a la nueva secta protestante: los cuáqueros. El Sr. Keith, un importante ministro cuáquero, quien tradujo la novela al inglés, ayudó a publicitarla en los círculos intelectuales europeos. Él admiraba la novela porque esta hacía eco de la doctrina cuáquera de que cada ser humano tenía una “luz interna” —sin importar su fe, género o raza. Esa teología humanista tendría profundas consecuencias políticas, haciendo de los cuáqueros, dentro de pocos siglos, líderes en las campañas que cambiaron al mundo: la abolición de la esclavitud, la emancipación de las mujeres, y otras causas merecedoras.

Los conocimientos contenidos en las obras de Ibn Tufayl que inspiraron a los cuáqueros también brillaron en los trabajos de Abul- Walid Muhammad Ibn Rushd, también conocido como Averroes. Ibn Tufayl, quien sirvió como un ministro en la corte de Almohad el califa de la España Musulmana, comisionó a Ibn Rushd la escritura de comentarios acerca de la filosofía griega, los que se convirtieron en la principal fuente para el re-descubrimiento por parte de los europeos de los griegos, acarreándole una gran admiración en la historia intelectual de Occidente

Lo que es menos conocido es que Ibn Rushd también buscó armonizar sus conocimientos filosóficos con la ley islámica —la Sharia. En el centro del esfuerzo de Ibn Rushd estaba la visión de la novela filosófica de Ibn Tufayl: la religión y la razón eran ambas fuentes independientes de sabiduría. La religión había escrito sus leyes, mientras que la razón tenía sus leyes no escritas, los principios universales de justicia, misericordia o gratitud. Cuando había un conflicto entre estas dos, Ibn Rushd argumentó, las leyes escritas de la religión deberían ser re-interpretadas dado que estas estaban inevitablemente sujetas al contexto. Ibn Rushd aplicó esta visión al debate acerca del yihad, a la crítica de los musulmanes militantes de su tiempo que hacían llamados a un yihad “hasta que se remueva y destruya totalmente a quien sea que esté en desacuerdo con ellos”. Él percibió esta posición como una que demostraba “ignorancia por parte de la intención del legislador”, o de Dios, quien no podía razonablemente haber deseado “el gran daño” de la guerra.

Él utilizaba la misma perspectiva para criticar el debilitamiento de las mujeres en la sociedad medieval musulmana, que era el resultado de la negación de su capacidad intelectual. Hizo lo mejor que pudo para avanzar las posturas más amigables hacia las mujeres en la jurisprudencia islámica: las mujeres tenían el derecho de rechazar la poligamia, debían gozar de igual derecho al divorcio, derecho a evitar el velo facial, o de convertirse en jueces. 

La otra contribución clave de Ibn Rushd a la Europa moderna fue su llamado a un debate abierto en el que las visiones sean expresadas libremente y racionalmente moderadas. “Siempre deberías, cuando presentas un argumento filosófico, citar las opiniones de tus oponentes”, escribió. “No hacerlo es un reconocimiento implícito de la debilidad de su propio caso”. El difunto Rabino Jonathan Sacks, un imponente intelectual que perdimos el año pasado, rastreó cómo el conocimiento de Ibn Rushd había sido recogido por el Rabino Judah Loew de Praga, John Milton y John Stuart Mill

Aún así los conservadores en la España musulmana aborrecían la indulgencia de Ibn Rushd con la filosofía y lo acusaron de ser un politeísta luego de que citara a un filósofo griego que era un adorador de Venus. Fue humillado en público, exiliado y obligado a guardar arresto domiciliario. Sus libros acerca de filosofía fueron quemados. Estos sobrevivieron en traducciones al hebreo o latín en Europa, pero gran parte de los originales árabes se perdieron. 

Esta perdida tuvo consecuencias graves para los musulmanes. Las ortodoxias poderosas en el mundo islámico —aunque la estrechez mental y la intolerancia han proliferado en otras comunidades también— todavía están negando valores derivados de las “leyes no escritas” de la humanidad: los derechos humanos, la libertad religiosa, o la igualdad de género. Ellos prefieren predicar la obediencia ciega a los viejos veredictos, sin preguntar “por qué y cómo”, y sin valerse de la razón y la conciencia. El resultado es una religiosidad problemática que depende de la coerción en lugar de la libertad, y genera moralismo en lugar de moralidad. 

El camino hacia adelante para el mundo islámico yace en reconciliar la fe con la razón. Un buen primer paso sería reconsiderar lo que Ibn Tuyfal “Hayy ibn Yaqzan” y los trabajos Ibn Rushd estaban tratando de decirnos.

Este artículo fue publicado originalmente en The New York Times (EE.UU.) el 5 de abril de 2021.