Los jóvenes que no quieren trabajar para el Estado de seguridad nacional

Justin Logan considera que el hecho de que los jóvenes no deseen trabajar para la burocracia de seguridad nacional debería ser interpretado como un juicio de sus políticas.

Por Justin Logan

A principios de mes, Carnegie Endowment realizó un evento sobre la Guerra de Irak con varios viejos amigos míos. Hubo un comentario de pasada de Francis Fukuyama de Stanford que me gustaría retomar aquí.

Fukuyama cerró advirtiendo sobre la posibilidad de que podamos “aprender en exceso ciertas lecciones”. Le preocupaba el viento que la guerra puso en las velas del “tipo duradero de antiestatismo y desconfianza en el gobierno que es parte de nuestra cultura política”. Expresó su temor de que esta opinión haya ganado terreno tanto en la derecha como en la izquierda.

La consecuencia de esto es que los estudiantes del profesor Fukuyama no quieren ir a trabajar para la burocracia de seguridad nacional:

"Conduce a cosas como mis estudiantes, casi ninguno de los cuales quiere entrar en el gobierno, [aunque estoy] enseñando en escuelas de políticas donde se supone que debemos capacitar a las personas para que quieran hacer un servicio público, [pero ellos] no quieren hacerlo. Si son de izquierda, quieren ir a una organización internacional, a una ONG, a un bufete de abogados o a una organización legal que hará que el gobierno rinda cuentas. Si son de derecha, quieren ir al sector privado. En realidad, nadie cree que nuestro gobierno pueda hacer cosas positivas".

Este análisis me parece erróneo. En primer lugar, existen muy pocas formas en que los votantes pueden utilizar los medios disponibles para influir en la política exterior de EE.UU. Debido al profundo grado de seguridad que disfruta EE.UU., la política exterior casi siempre tiene poca relevancia para los votantes. En casos extremos como las elecciones intermedias de 2006, pueden tener peso, pero hay muy pocas herramientas democráticas disponibles para que los ciudadanos hagan oír su voz en política exterior.

Cuando los estudiantes de Stanford –o los posibles alistados en la fuerza de voluntarios de EE.UU.– deciden que las personas a cargo de la política exterior de EE.UU. les parecen peligrosas y tontas para ellos y como consecuencia deciden carreras diferentes, eso debería ser una valiosa señal de precio para los formuladores de políticas. Las políticas exteriores imprudentes como la guerra de Irak tienen costos. Esa es una buena cosa. Los formuladores de políticas deberían aceptar esos costos como retroalimentación sobre sus políticas y seguir políticas exteriores sensatas que infundan confianza en la ciudadanía estadounidense.

Este artículo fue publicado originalmente en Cato At Liberty (EE.UU.) el 10 de marzo de 2023.