Los fundadores tenían fallos, la nación es imperfecta pero la Constitución todavía es "un documento glorioso de libertad"
Timothy Sandefur reseña la serie de artículos recientemente publicada por el New York Times acerca de la historia de la esclavitud en EE.UU.
Por Timothy Sandefur
A lo largo del mapa de EE.UU., las fronteras de Tennessee, Oklahoma, Nuevo México y Arizona conforman una línea característica. Esta es la línea 36º30′: un recordatorio de la línea entre los estados de personas libres y aquellos con esclavos que fue delineada en 1820. Es una cicatriz a lo largo del vientre de EE.UU. y un símbolo vívido de las formas en que la esclavitud todavía impacta prácticamente todas las facetas de la historia estadounidense.
Ese legado penetrante es la materia de una serie de artículos en el New York Times titulados “El Proyecto de 1619”. Cubrir la historia de la esclavitud y sus efectos en la actualidad es ciertamente un objetivo que vale la pena, y gran parte del Proyecto logra ese objetivo de manera efectiva. El retrato de la industria azucarera de Louisiana por Khalil Gibran Muhammad, por ejemplo, cubre de manera palpable una región a la cual sus víctimas consideraban la peor de todas las formas de esclavitud. Todavía mejor es la celebración que hace Nikole Hannah-Jones de los movimientos políticos liderados por negros. Ella ciertamente tiene razón cuando dice que “sin los esfuerzos idealistas, arduos y patrióticos de los estadounidenses negros, nuestra democracia hoy muy probablemente sería muy distinta” y “quizás ni siquiera fuera una democracia”.
Donde los artículos de 1619 se equivocan es en un tema persistente y fuera de materia: este es el esfuerzo para demostrar que la esclavitud “es el origen mismo del país”, que la esclavitud es la fuente de “prácticamente todo lo que ha hecho de EE.UU. excepcional”, y que, en las palabras de Hannah-Jones, los fundadores “utilizaron” la “ideología racista” “en los momentos en que se fundaba la nación”. Con esto, el New York Times va más allá de la historia y se adentra en una polémica política —una que se basa en una falsedad y que de una manera esencial, repudia el trabajo de un sinnúmero de personas de todas las razas, incluyendo a aquellas que Hannah-Jones celebra, quienes han creído que lo que hace a EE.UU. “excepcional” es la propuesta de que todos los hombres son creados iguales.
Como parte de su ambiciosa investigación “1619” acerca del legado de la esclavitud, el New York Times revive la falsa historia revisionista del siglo 19 acerca de la fundación de EE.UU.
Para empezar, la idea de que, en las palabras de Hannah-Jones, los “hombres blancos” que escribieron la Declaración de la Independencia “no creían” que sus palabras se aplicaban a las personas negras es simplemente falsa. John Adams, James Madison, George Washington, Thomas Jefferson, y otros dijeron en ese momento que la doctrina de igualdad hacía de la esclavitud algo repugnante. Es cierto que Jefferson también escribió los infames pasajes sugiriendo que “los negros...son inferiores a los blancos en la dotación tanto del cuerpo como de la mente”, pero él creía que incluso eso era irrelevante cuando se trataba la cuestión de la moralidad de la esclavitud. “Cualquiera que sea su grado de talento”, escribió Jefferson, “esta no es una medida de sus derechos. Porque el Señor Isaac Newton era superior a otros por su entendimiento, él no era por lo tanto señor de la persona o propiedad de otros”.
El mito de que EE.UU. se basó en la esclavitud empezó en la década de 1830, no en la de 1770. En esa fecha John C. Calhoun, Alexander Stephens, George Fitzhugh, y otros ofrecieron una visión de EE.UU.—una que o desconocía los hechos de la historia para presentar a los fundadores como supremacistas blancos, o los condenaba por no haberlo sido. Figuras relativamente moderadas como el Senador de Illinois Stephen Douglas pervirtió del lenguaje de la Declaración para decir que la frase “todos los hombres son creados iguales” de hecho significaba que solo los hombres blancos lo eran. Abraham Lincoln efectivamente refutó eso en sus debates con Douglas. Calhoun fue, en cierto sentido, más honesto acerca de su visión horrenda; desdeñó la Declaración precisamente porque no hacia distinción alguna sobre color. “No hay una palabra de verdad en ella”, escribió Calhoun. La gente no es “en sentido alguno...o libre o igual”. El Senador de Indiana John Pettit fue incluso más breve. La Declaración, dijo él, “era una mentira auto-evidente”.
Fueron estos hombres —la generación que vino después de la generación fundadora— quienes fabricaron el mito de la supremacía blanca de EE.UU. Lo hicieron en contra de la oposición de figuras como Lincoln, Charles Sumner, Frederick Douglass, y John Quincy Adams. “Desde el día de la declaración de independencia”, escribió Adams, los “sabios gobernadores de la tierra” habían aconsejado “reparar la injusticia” de la esclavitud, más no perpetuarla. “La emancipación universal era la lección que habían urgido a sus contemporáneos, y que sostenían como los deberes transcendentales e irremisibles para con sus hijos de la época actual”. Estos opositores al nuevo mito de la supremacía blanca difícilmente eran figuras oscuras y desconocidas. Lincoln y Douglas fueron líderes nacionales respaldados por millones que compartían su oposición a la mentira de los supremacistas blancos. Adams era un ex-presidente. Sumner casi fue asesinado en el Senado por oponerse a la supremacía de los blancos. Aún así su trabajo nunca es mencionado en los artículos del New York Times.
En 1857, el Juez Roger Taney buscó convertir este mito en ley al afirmar en Scott v. Sandford que EE.UU. fue creado como una nación para blancos y que siempre lo sería. “El derecho de propiedad sobre un esclavo”, declaró, “está característica y expresamente afirmado en la Constitución”. Esto era falso: la Constitución no contiene protección legal de la esclavitud, y ni siquiera usa la palabra. Tanto Lincoln como Douglass respondieron a Taney citando el récord histórico así como también el texto de las leyes: los fundadores habían considerado a la esclavitud como un mal y como inconsistente con sus principios; ellos prohibieron el comercio de esclavos y trataron de prohibir la esclavitud en los territorios; nada en la Declaración o en la Constitución establecía una línea de color; de hecho, cuando la Constitución fue ratificada, los negros estadounidenses fueron ciudadanos en varios estados e incluso podían votar. Los fundadores merecen la culpa por no hacer más, pero la idea de que eran supremacistas blancos, dijo Douglass, era “una difamación de su memoria”.
Lincoln proveía la refutación más profunda. Hubo solo una pieza de evidencia, observó, alguna vez ofrecida para respaldar la tesis de que los autores de la Declaración no se referían a “todos los hombres” cuando la escribieron: esa era el hecho de que no liberaron a los esclavos el 4 de julio de 1776. Aún así hay muchas otras explicaciones para ello y estas no prueban que la Declaración fue una mentira. La más obvia es que algunos fundadores puede que simplemente hayan sido hipócritas. Pero ese fallo individual no comprueba que la Declaración excluía a los no-blancos, o que la Constitución garantizaba la esclavitud.
Incluso algunos abolicionistas acogieron la leyenda de los blancos supremacistas. William Lloyd Garrison denunció la Constitución porque él creía que esta protegía la esclavitud. Esto, Douglass respondió, era falso tanto legalmente y según los hechos: aquellos que decían que era pro-esclavitud tenían la carga de la prueba —aunque nunca ofrecieron una. Las palabras de la Constitución no le dieron garantía a la esclavitud y proveía varios medios para abolirla. De hecho, ninguna de sus palabras debían ser cambiadas para que el Congreso elimine la esclavitud de la noche a la mañana. Eran los defensores de la esclavitud, argumentó, no sus enemigos, quienes deberían temer la Constitución —y la secesión le dio la razón. Los esclavistas se habían dado cuenta de que la Constitución era, en las palabras de Douglass, “un documento glorioso de la libertad” y querían deshacerse de ella.
Aún después de la guerra, los historiadores de “la causa perdida” rehabilitaron la visión de la Confederación, diciendo que la Constitución era un documento racista, de tal manera que la leyenda todavía vive. EE.UU., escribe Hannah-Jones, “fue fundado...como una esclavo-cracia”, y la Constitución “preservó y protegió la esclavitud”. Esto es una vez más afirmado como un hecho incuestionable —y las refutaciones de Lincoln y de Douglass de esta afirmación no se mencionan en el New York Times.
Sin duda Taney estaría deleitado ante esta aceptación de su tesis. ¿A qué se debe? El mito de una fundación por supremacistas blancos siempre ha servido las necesidades emocionales de muchas personas. Para los racistas, ofrece una explicación de su odio. Para otros, les ofrece una visión de los fundadores como villanos. Algunos encuentran consolación creyendo que un mal tan colosal como la esclavitud solo podría haber sido fabricado por hombres perfectos en lugar de ser el resultado de la política cotidiana y de la banalidad del mal. Para todavía otros, esta provee una nueva fábula de la caída del Edén y es atractiva porque implica la posibilidad de un solo acto de redención. Si el mal entró al mundo en un solo momento, mediante un acto consciente, quizás podría ser revertido con una revolución consciente.
La realidad es más compleja, más terrible, y, de algunas formas, más gloriosa. Después de todo, la esclavitud fue abolida, la segregación fue derogada, y la lucha actual la dan personas que últimamente están comprometidos con el principio de que todos los hombres son creados iguales —el principio articulado al nacer la nación. Fue precisamente porque millones de estadounidenses nunca habían comprado la noción de que EE.UU. fue construida como una “esclavocracia” —y porque han tenido fundamentos históricos para negarse a creerla— que fueron capaces de arriesgar sus vidas, no solo en la década de 1860 sino desde ese entonces: para satisfacer la promesa de la Declaración.
Sus esfuerzos provocan la pregunta de qué cuenta como la “verdad” histórica acerca del sueño americano. La historia de una nación, después de todo, ocupa el espacio entre el hecho y los compromisos morales. Como un matrimonio, una constitución, o un concepto ético como la “culpa”, esta engloba tanto lo que realmente pasó como la cuestión filosófica de qué significan esos hechos. La esclavitud ciertamente pasó —pero también surgió el movimiento abolicionista y la ratificación de las enmiendas Treceava, Catorceava y Quinceava. Los autores de esas enmiendas no las consideraban cambios de la Constitución, sino un rescate de la misma de Taney y otros creadores de mitos que habían tratado de pervertirla hasta convertirla en un documento de la supremacía de los blancos.
De hecho, sería más preciso decir que lo que hace que EE.UU. sea único no es la esclavitud sino el esfuerzo para abolirla. La esclavitud se encuentra entre las instituciones humanas más viejas y más ubicuas; como el título de la serie de artículos del New York Times lo indica, la esclavitud estadounidense se dio un siglo y medio antes de la Revolución Americana. Lo que es singular acerca de EE.UU. es que por sí solo anunció al momento de nacer el principio de que todos los hombres son creados iguales —y que su gente ha luchado para realizar ese principio desde ese entonces. Como resultado de sus esfuerzos, la Constitución hoy tiene mucho más que ver con lo que pasó en 1865 que 1776, mucho menos 1619. Nada podría valer más la pena que aprender acerca de la historia de la esclavitud y recordar a sus víctimas y sus vencedores. Pero decir que la esencia de EE.UU. es la supremacía blanca es comprarse la mentira fatal en torno a la esclavitud.
Como suele ser el caso, Lincoln lo dijo mejor. Cuando los fundadores escribieron acerca de la igualdad, explicaba, ellos sabían que “no tenían el poder de conceder tal bendición” en ese momento. Pero ese no fue su propósito. En cambio, ellos “fijaron un principio máximo para una sociedad libre, que debería ser conocido por todos, y admirado por todos; constantemente referido, constantemente trabajado, y aunque nunca sea perfectamente obtenido, deberíamos estar constantemente acercándonos a este, y por lo tanto constantemente esparciendo y profundizando su influencia, y aumentando la felicidad y el valor de la vida para todas las personas de todos los colores en todas partes”. Ese trabajo constante, en las generaciones que vinieron después, es la verdadera fuente de “casi todo lo que ha hecho excepcional a EE.UU.”
Este artículo fue publicado originalmente en Reason (EE.UU.) el 21 de agosto de 2019.