Los economistas piensan distinto al bando del “sentido común”

Ryan Bourne señala que los economistas piensan, o al menos deberían pensar, en el margen: esto es, cuáles son los beneficios y costos de las distintas alternativas de medidas de supresión adicionales a una cuarentena radical.

Por Ryan Bourne

¿Cuál es exactamente el problema del COVID-19 que los gobiernos están tratando de resolver? Esa parece una pregunta extraña, dado el creciente número de muertes y la destrucción económica generalizada. Pero, si se le obligara, ¿podría decir con claridad cuál es el objetivo actual del gobierno de su país?

¿Controlar el flujo de casos para “proteger al sistema de salud” de ser rebasado, pero encaminarlo hacia la “inmunidad colectiva” de la población? ¿Contener el virus para minimizar el número total de muertes hasta que llegue un tratamiento o vacuna eficaz? ¿Proteger nuestro “bienestar económico” en general, tomando en cuenta el valor de las vidas perdidas y los costos de las cuarentenas prolongadas? ¿O es algo más?

Cada país ha adoptado un enfoque ligeramente diferente, lo cual implica diferentes objetivos. Pero la mayor parte del debate sobre la sabiduría de las medidas se da sin reconocer que los “objetivos” pueden diferir. Nos beneficiaríamos de la claridad de nuestros líderes sobre sus intenciones.

La posición implícita del “sentido común” que subyace en la mayoría de las discusiones sobre el virus es que deberíamos tratar de minimizar por completo su propagación, sujeto a que la sociedad siga funcionando. Esta posición es quizás mejor ejemplificada por el presentador de GMB Piers Morgan, quien regularmente pregunta: “¿Por qué el gobierno SIGUE diciéndole a los trabajadores no esenciales que vayan a trabajar?

Su pregunta destaca la visión de que, siempre que los alimentos y la atención médica sigan disponibles, y el orden público permanezca, nuestro rotundo objetivo nacional es contener al virus por el bien de nuestra salud, sea cual sea el costo o el nivel de riesgo asociado con el trabajo no esencial. El objetivo final, a largo plazo, no está claro. Lo único que importa es la salud, y las libertades y los resultados económicos son el precio que pagamos para mejorarla.

Los economistas piensan diferente, en una forma que parece ajena a la multitud del “sentido común”. Al ver externalidades por todas partes en este momento, creemos que los gobiernos tienen un rol en el establecimiento de políticas que traten de maximizar alguna forma de bienestar económico social en esta crisis. Desde luego, esto incluye a las vidas, a las cuales les ponemos un valor muy alto. Pero también incluye la actividad económica y la satisfacción que las personas obtienen de sus vidas. Perder esto también tiene costos reales. Por lo tanto, los economistas se niegan a realizar análisis costo-beneficio de las cuarentenas, sino que debaten los supuestos utilizados.

Ahora sucede que la mayoría de los economistas están de acuerdo hasta ahora con la visión de “sentido común” en torno a los argumentos sólidos respecto a las cuarentenas de corto plazo. El modelo epidemiológico implica un terrible riesgo de pérdida de vidas producto de una débil acción temprana, un costo insoportable. Con la gran incertidumbre sobre cómo se transmite el virus, la cantidad de personas ya infectadas, y la limitada capacidad de atención médica, los argumentos para la acción preventiva fueron fuertes. Por lo tanto, una acción agresiva temprana pasaría la mayoría de las pruebas ordinarias de costo-beneficio, a corto plazo, a pesar de sus enormes costos económicos y sociales.

Pero tal consenso probablemente será de corta duración, porque los economistas piensan (o al menos deberían pensar) en el margen. Las cuarentenas generalizadas son increíblemente crudas, prohibiendo muchas actividades de bajo riesgo junto con las actividades de alto riesgo. Los economistas no piensan en términos de lo “esencial” vs. lo “no esencial”, sino en términos de beneficios, costos y riesgos. Entonces, si un vendedor minorista brinda grandes beneficios económicos con un riesgo muy bajo de infección, podríamos relajar las restricciones en él, a pesar de que empeorará marginalmente los resultados en salud.

Además, cuanto más duren las cuarentenas, más se transformarán las pérdidas de ingreso de las empresas y hogares en quiebras y defaults, con el riesgo de caer en una depresión. Los economistas reconocen que los costos y beneficios de las políticas cambiarán con el tiempo. Buscarán formas de mantener en un nivel bajo los riesgos para la salud, pero a un costo económico y social más bajo que las cuarentenas radicales, reconociendo que este balance cambia a medida que la pandemia evoluciona.

De hecho, una vez que la tasa de transmisión se haya reducido y más personas se recuperen del virus, los cálculos podrían cambiar drásticamente. Si yo fuera una de las últimas 50 personas en todo el país que aún no ha sido infectada, no se esperaría una destructiva cuarentena nacional para protegerme. Entonces, claramente llega un punto en el que es mejor relajar las cosas desde una perspectiva de bienestar económico. Eso podría llegar mucho antes de lo que pensamos.

De ahí que los economistas estén tan interesados en las pruebas, para tratar de identificar mejor en qué parte de la pandemia estamos realmente. Pero su pensamiento marginal evolucionado también es la razón por la que exploran otras alternativas a las cuarentenas, incluyendo protocolos de seguridad para que las empresas vuelvan a abrir (tomas de temperatura, distanciamiento social, revisiones), cambiar hacia pruebas aleatorias y aplicar cuarentenas estrictas para los infectados, certificados de inmunidad, relajación de reglas sobre actividades de ocio al aire libre, y más.

A todo esto, la brigada del “sentido común” se opondrá fuertemente. Aquellos que lamentan que otros caminen en el campo, o que practiquen surf de remo en el océano (casi cero riesgos de transmisión) se opondrán a que las restricciones sean relajadas para algunas personas o empresas, porque se oponen a todo lo que aumente los riesgos para la salud.

El pensamiento del “sentido común” ha visto a algunas ciudades y estados de EE.UU., por ejemplo, prohibir que las tiendas “esenciales” vendan “bienes no esenciales”. Esto perjudica gravemente el bienestar del consumidor, a cambio de una pequeña disminución en el riesgo de que las personas interactúen y propaguen el virus (un riesgo que, por cierto, podría ser mejor controlado por estas tiendas si impusieran el distanciamiento social).

Otro ejemplo es el debate latente sobre certificados o pulseras de inmunidad. Si las pruebas de anticuerpos son precisas, esto permitirá que la gente regrese a trabajar, mejorando sus vidas y produciendo una ruta acelerada hacia la normalidad económica. Los beneficios son enormes. Pero algunos expertos del “sentido común” dirán que debido a que podrían incentivar a un pequeño número de personas a contraer el virus como un camino hacia la libertad, aumentando ligeramente el riesgo de infección, nadie debería tenerlos en lo absoluto. El equilibrio de beneficios y riesgos no importa cuando la salud es tu única preocupación.

Si bien hasta ahora ha habido una buena cantidad de consenso, se espera que el rápido desarrollo del virus y su costo económico conduzca a la fractura de ese consenso. Pero, cuando escuche argumentos a favor y en contra de ciertas políticas, pregúntese: ¿cuál es el objetivo subyacente de esta persona? Y, ¿eso tiene sentido?

Este artículo fue publicado originalmente en Cap X (EE.UU.) el 6 de abril de 2020.